Imagen corporal... espejito, espejito

¿Por qué cuando me siento bien y atractivo me da la sensación de que todos me ven así y mi entorno reacciona diferente que cuando salgo sintiendo inseguridad?

Tendemos a pensar que nuestra imagen tiene que ver con lo que ven los demás desde fuera, y no con cómo nos sentimos por dentro respecto nuestro físico.   Lo que ven los demás no sólo es lo que medimos y pesamos sino la actitud que tenemos.   Si nos sentimos atractivos actuaremos con seguridad y confianza por lo que seremos interesantes y atractivos para las personas con las que nos relacionemos.   Si nos sentimos mal con nosotros mismos proyectaremos la imagen contraria y los demás reaccionarán a nuestra actitud.

La imagen corporal es la representación del cuerpo que cada individuo construye en su mente.  Esta definición deja espacio para la distorsión de esta representación a través de nuestras emociones, inseguridades, experiencias e interpretaciones de lo que ocurre a nuestro alrededor. Por eso la imagen que tenemos de nuestro propio cuerpo puede estar distorsionada,  alejarse mucho de la realidad. Según sea esta representación mental desarrollaré emociones y actitudes hacia mi propio cuerpo que determinarán mi comportamiento hacia los demás (y de él dependerán los resultados favorables o no).

¿Qué componentes tiene la imagen corporal? (Thomson 1990):

Componente de percepción: precisión con la que se percibe el tamaño del cuerpo y de sus distintas partes. Esta percepción se encuentra especialmente distorsionada en personas con trastornos alimentarios (que también presentan con especial intensidad otras características de las que veremos a continuación).

Componente subjetivo: se refiere a las emociones, actitudes y pensamientos que tengo sobre mi propio cuerpo y me llevan a la satisfacción o insatisfacción corporal (es independiente de los datos objetivos).

Componente conductual: qué acciones ejecuto en relación a mi cuerpo y cómo lo percibo (lo escondo, lo enseño, evito situaciones en que lo ven los demás…) Tener una buena o mala imagen corporal, como veis,  tiene un alto impacto en cómo pienso, siento y actúo, así como en la respuesta que tienen los demás. Tiene más  que ver con el espejo “interno” en el que me miro.  Se construye desde la infancia y adolescencia  y va cambiando a lo largo del tiempo. Esta construcción tan temprana hace que se perciba como un rasgo de identidad que se da por hecho y se percibe como inalterable.  No lo es.  Vamos a ver qué pensamientos y creencias dificultan el cambio.

Anticipaciones y creencias irracionales sobre mi propio físico

Los pensamientos que tengo sobre mi apariencia física pueden no estar ajustados a la realidad, a lo largo del tiempo y a través de mis experiencias puedo ir desarrollando creencias irracionales sobre mi aspecto.

Cuando esto ocurre y, por ejemplo, concluyo que “con estas caderas nadie me va a querer”, o “a quién le voy a gustar ahora que soy calvo”, interpretaré los acontecimientos que ocurran dando por hecho que esta afirmación es una realidad.   Si una persona del sexo opuesto no acepta salir conmigo, recordaré la creencia que tengo sobre mi apariencia, atribuiré este rechazo a mi aspecto y continuaré teniendo emociones negativas respecto a mi físico.   Me comportaré de esta forma con lo cual es posible que vuelva a encontrarme con resultados negativos y vaya fortaleciendo esas creencias sobre mí.

Existe un fenómeno psicológico llamado profecía autocumplida.  Consiste en la asociación de una situación concreta (conocer alguien del sexo opuesto por ejemplo) y ansiedad.  Hago esta asociación al imaginar la situación y repetirla una y otra vez en mi cabeza para intentar planificar qué hacer y cómo comportarme.  Si antes de llegar a la situación ya he anticipado que va a tener un resultado negativo y va a ser debido a mi apariencia física, al llegar el momento me comportaré con tal ansiedad e incomodidad que seguramente ese resultado negativo se haga realidad.  Así concluiré que cuando anticipo algo desagradable se cumple, dándole validez a futuras predicciones de fracaso.

Romper este ciclo es importante, no sólo por el hecho de que me hace daño sino porque me impide encontrar soluciones a lo que realmente está sucediendo (quizá me sería útil aprender ciertas herramientas sociales para hablar con el sexo opuesto, quizá no he escuchado a la otra persona porque sólo pensaba en esconder mis defectos, quizá me he comportado de forma extraña por la ansiedad que estaba experimentando…), todas estas conductas se cambian y se aprenden si soy capaz de identificar lo que ocurre y atribuirlo a sus causas reales.

Pensamientos distorsionados sobre la apariencia

Todo o nada.   Si tiendo a tener un pensamiento polarizado entre totalmente bien o totalmente mal, sin términos intermedios, al no verme en la absoluta perfección (algo inalcanzable) me veré en el polo opuesto.  “Tengo celulitis.  Soy horrible”

Ideal imposible y comparación injusta. Comparación de uno mismo con un ideal que no existe.  Muchas veces ese ideal es producto de la publicidad o se seleccionan las partes del físico de otra persona que ensalzan los defectos propios.  Por ejemplo “soy bajito” al ver a alguien alto, “tengo poco pelo” al ver a alguien con cabello frondoso, “estoy fofo” al ver un anuncio de un modelo atlético…  Esta comparación está sesgada ya que tengo un acceso parcial a ese supuesto ideal (o bien porque sólo veo su físico, porque es una presentación ficticia o incluso manipulada…), y sólo comparo las partes que no me gustan de mi aspecto. Cash, uno de los autores que ha descrito los errores de pensamiento más típicos respecto a la apariencia, hizo un experimento que consistía en estudiar a dos grupos de sujetos: unos miraban revistas con imágenes de modelos y otros con imágenes de personas normales.  Tras esta experiencia, los pertenecientes al primer grupo se evaluaron a sí mismos mucho peor que los del segundo grupo.

Si sólo me comparo con las personas que me resultan más atractivas que yo, mi visión  no será realista, estará distorsionada y dañará mi autoconcepto.

Atención selectiva. Tendencia a centrarme en los aspectos de mi apariencia que no me gustan y exagerar su relevancia como si fuera lo que describiera la
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práctica totalidad de mi físico.  “Tendré los ojos grandes y verdes pero no quedan bien con mis orejas de soplillo”.  Parte de este pensamiento irracional también supone ignorar los aspectos favorables del físico, como no me hacen sentir mal, no les doy relevancia.

Si busco, encuentro. Al decidir que parezco una persona vieja, fea, fofa… o el adjetivo que me atribuya,  busco más pruebas de este mismo defecto.  Y al buscar, encuentro (o creo encontrar) más arrugas, más michelines… y con ellos más malestar.

Los demás ven lo que yo veo. Asunción de que mi visión de mí mismo es realista por lo que los demás al mirarme ven los mismos defectos que a mí me están obsesionando.   Creo saber lo que piensan los demás sin preguntarles. “Me mira porque piensa que tengo mucha barriga, se ha dado cuenta”.

Equiparar mi aspecto con mis emociones. Si me siento feo es que soy feo.  Confundo la interpretación con la certeza y rechazo las pruebas que me sugieran lo contrario “me ha dicho que le gusto para reírse de mí o conseguir algo, soy feo y lo sé”.

Lo que no puedo hacer con este aspecto. Limito mi comportamiento y recorto experiencias de mi vida por el pensamiento de que no puedo realizarlas debido a mi aspecto físico.  “Yo no me puedo permitir llevar minifalda”, “no voy a ir a una fiesta en una piscina”, “me gusta esa persona, no podemos ir a la playa”…  Cuanto más escondo mis supuestos defectos más aversivos me resultan.

El malestar como disparador. Al sentirme mal por motivos ajenos a mi aspecto, es probable que se disparen mis interpretaciones irracionales sobre el mismo.  Tras un mal día o una discusión con un amigo mi estado de ánimo baja y soy especialmente agresivo hacia mí y la valoración de mi físico Estos pensamientos desajustados y poco realistas se llaman distorsiones cognitivas, nos llevan a tener emociones negativas y bajan nuestra autoestima.  Todo ello cambia la manera en que nos comportamos y cómo nos acercamos a situaciones y personas nuevas.

Si te sientes identificado o identificada con estas creencias ya sabrás lo mal que te hacen sentir.

¿Cómo puedo modificar mi imagen corporal?

Lo que se suele hacer es intentar modificar el físico: ropa que disimule, maquillaje, dietas… Como ya hemos visto la imagen que tenemos de nuestro propio cuerpo va más allá de la realidad y los kg.

Lo primero, es necesario identificar los pensamientos distorsionados sobre mi aspecto (espero que la descripción que hemos hecho te ayude en este punto).

Ajustar a la realidad esos pensamientos. En otras palabras aprender a pensar de otra forma, transformar las interpretaciones en pensamientos más realistas y racionales de forma que gradualmente vayan sustituyendo a esas distorsiones. Esto se hace mediante la reestructuración cognitiva (una técnica muy utilizada en los tratamientos psicológicos) y mediante pruebas de realidad.

Entender y gestionar las emociones asociadas a esos pensamientos y retirarles el poder de decidir por mí (como me siento mal… no salgo, no voy al viaje, no me pongo esa ropa, no conozco gente nueva…).

Esto me permitirá analizar las situaciones cuyos resultados atribuyo al físico. ¿Para qué? Para descubrir cuál ha sido el problema real y poder desarrollar herramientas que me ayuden a enfrentarme a ellas de otra forma: habilidades sociales, control de la ansiedad, control de los pensamientos intrusivos…

Activación conductual y exposición a situaciones temidas. En otras palabras, ir recuperando espacios de mi vida que he ido restringiendo por mi aspecto físico.  Esto se hace de forma gradual (hacerme una coleta si no me gustan mis orejas, maquillarme menos, llevar pantalón corto, ir a la piscina, conocer gente nueva…) y en conjunto con el resto de pasos para que resulten retos alcanzables. Hay parte de este proceso para la cual resulta de mucha ayuda recurrir a un tratamiento psicológico que vaya guiando esos cambios y proporcionando las herramientas necesarias.  Hasta que uno se decida a dar este paso es importante entender que no todo lo que pienso de mí es cierto, plantearme qué diría a un amigo en mi situación, observar a los demás (qué físico tienen y qué éxito en las áreas laboral, de pareja, social…), preguntar a los demás cómo me ven, intentar fijarme también en los datos que me favorecen… empezar el camino para relacionarme de otra forma con mi entorno, mi realidad y mi aspecto físico.  Tomar las riendas de mis pensamientos y emociones en lugar de ir a dónde me lleven sin control es una de las sensaciones más gratificantes y que más me acerca al bienestar y la autoestima.   Puede resultar un camino largo pero también interesante y hoy es un día tan bueno como cualquier otro para empezar a recorrerlo.

Autora Luisa Pilar Modroño (Psicóloga Especialista de Psicomaster)
 

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