Cuando experimentamos emociones negativas o sentimientos de frustración, no tenemos que mirar para otro lado y esperar a que vengan tiempos mejores o culpar a otros de lo que nos está sucediendo.
Es el momento de tomar las riendas de nuestra vida y hacernos conscientes de nuestro diálogo interior: ¿Qué nos estamos diciendo para sentirnos así? ¿Cómo nos sentimos ante un fracaso? ¿Pensamos que no nos hemos esforzado lo suficiente y nos sentimos culpables? ¿Cuando alguien nos critica o nos hace algún comentario negativo sobre nuestro aspecto o nuestra manera de ser nos ponemos a la defensiva?
Escuchando a nuestro crítico interior
¿Cuál es el motivo de que dos personas, ante una misma situación, puedan reaccionar de manera totalmente opuesta? Quizás, una lo ve como una desgracia y el otro como una oportunidad para superarse, para aprender cosas nuevas, para cambiar,...
Por ejemplo, un traslado en el trabajo con un cambio de domicilio, se puede vivir con angustia porque supone empezar en un lugar nuevo, conocer gente nueva y hacer nuevas amistades. En cambio, otra persona, lo vivirá con ilusión, como una experiencia y una oportunidad que le depara la vida. En el primer caso, la persona lo vivirá con miedo y ansiedad y en el segundo, la persona lo vivirá con entusiasmo.
La situación para ambas personas es la misma: un cambio de trabajo y de domicilio, pero lo que cambia es la manera de vivirlo, lo que la persona se dice a sí misma sobre lo que puede esperar de esa nueva situación y de lo preparada que se siente para afrontarla.
Por lo tanto, lo que nos pasa en la vida no influye tanto en nuestro bienestar como lo que nos decimos sobre lo que nos está pasando.
Porque constantemente mantenemos un diálogo interno que, normalmente nos pasa desapercibido porque es inconsciente. Pero si prestamos atención, nos daremos cuenta de que desde que nos levantamos por la mañana hasta que nos vamos a dormir nos estamos hablando a nosotros mismos. Mientras nos arreglamos ante el espejo, puede que nos digamos que hacemos mala cara o nos reprochemos no ir tanto al gimnasio porque nos vemos con unos cuantos kilos de más o camino de la oficina nos estamos repitiendo que no llevamos suficientemente preparada aquella reunión tan importante que tenemos, augurándonos que nos saldrá mal o que no conseguiremos aquel cliente que tanto deseamos.
No somos conscientes de que en nuestro interior hay una vocecita que nos dice constantemente que nos estamos equivocado, que nos reprocha las cosas que hacemos mal, que nos repite incansablemente lo que deberíamos hacer, que nos recuerda que no estamos consiguiendo lo que deseamos, que tropezamos una y otra vez con la misma piedra, que las vivencias del pasado se repiten,...
Esta vocecita es nuestro crítico interior que no deja de juzgarnos, de compararnos y de hacernos revivir lo que nos hace infelices. Y es precisamente este diálogo interior lo que nos provoca el malestar y el sufrimiento. Todo lo que pensamos y nos decimos genera en nosotros un conjunto de emociones negativas que a su vez alimentan los pensamientos negativos, entrando en un círculo vicioso del que no sabemos cómo salir.
El Análisis Transaccional como herramienta de ayuda
El Análisis Transaccional con su teoría de los Estados de Yo (Padre, Adulto y Niño) nos ayuda a tomar consciencia de nuestro diálogo interior y a comprender el mecanismo entre pensamiento y emoción para evitar que nuestros pensamientos negativos y nuestras creencias limitantes condicionen nuestras vidas.
El Padre es el conjunto de creencias que tenemos sobre nosotros mismos y que determina nuestra manera de pensar, actuar y de relacionarnos. Así, si nosotros pensamos que somos tímidos y que no sabemos hablar en público, lo más probable es que en una reunión nos pongamos nerviosos y nos bloqueemos. Si las creencias que tenemos sobre nosotros mismos son limitadoras y negativas pueden llegar a sabotear nuestras vidas. Por lo tanto, una persona que piense que no se merece ser feliz, tener una pareja estable o triunfar en su profesión, provocará, de manera inconsciente, esta infelicidad, que la pareja se rompa o que le despidan del trabajo.
Estas creencias sobre nosotros mismos tienen su origen en la infancia ya que nuestra autoestima (lo que pensamos sobre nosotros mismos) se construye a partir de lo que nos dicen nuestros padres y otras personas importantes en nuestras vidas.
El diálogo interior siempre se produce entre el Padre (nuestro crítico interior) y el Niño, que es la parte emocional de la persona, en la que se registran todas las vivencias. Imaginemos una persona a la que sus padres le transmitieron desde pequeña que tenía que ser buena, que tenía que ayudar a los demás anteponiendo sus necesidades a las suyas propias. Esta persona piensa que para ser querida tiene que complacer a los demás y nunca se atreverá a decir que “NO” porque así la han educado.
Al hacerse consciente de su diálogo interior, desde su Estado del Yo Adulto, descubrirá que cada vez que intenta decir que “NO”, su Padre Crítico la recrimina diciéndole que no tiene en cuenta a los demás y que es una egoísta. Lo que ella se llama a sí misma responde a los mensajes que le habían dado sus padres de que debía ser una buena persona, sumisa, obediente y que siempre debía satisfacer los deseos y las necesidades de los demás pues de esta manera sería valorada y estimada.
Este mensaje repetido a lo largo de los años, lo había incorporado a su pensamiento, volviéndose automático e inconsciente. Por lo tanto, por más que ella quisiera decir que "NO" sentía miedo a ser rechazada sí lo hacía y decía que "Sí" a todo.
Darse cuenta de este patrón de conducta y hacerse consciente de su diálogo interior y del pensamiento que lo alimentaba, le permite cuestionarlo y decidir actuar de otra manera más conveniente y satisfactoria, liberándose de un condicionamiento de la infancia.
¿Cómo descubrir este diálogo interior?
Abriendo un espacio de silencio para escuchar y poder estar presentes en este flujo de pensamientos y emociones, sin juzgarnos. Tenemos que ser meros observadores de lo que estamos sintiendo para conseguir desidentificarnos de lo que nos está pasando y así hacernos conscientes de cómo nos generamos este sufrimiento y poder decidir, desde la plena conciencia, detener este diálogo interior.
Normalmente cuando nos sentimos mal, intentamos hacer cosas para evadirnos, para distraernos (ver la televisión, salir de compras, hacer deporte, comer para calmar la ansiedad,...) pero todo esto no nos ayuda, solo tapa el problema temporalmente, pero éste sigue estando y tarde o temprano aparecerá. No sirve de nada mirar hacia otro lado y "anestesiarnos”.
Si abrimos este espacio de silencio y escucha, descubriremos cómo nos sentimos y qué nos estamos diciendo para sentirnos mal con nosotros mismos. Le estamos dando la oportunidad a nuestro Estado del Yo Adulto de poder relativizar lo que nos preocupa. De esta manera, nosotros tendremos el control sobre nuestra mente y no nos dejaremos arrastrar por nuestros pensamientos y emociones.
Cuando descubrimos nuestro diálogo interior, nos damos cuenta de que:
Generalizamos: Hablamos en términos absolutos: “Todo me va mal”, “Soy un desastre”.
Nos comparamos con los demás: "Yo quiero ser como X porque todo le va bien".
Tendemos a dar más importancia a las cosas negativas que a las positivas, y si hablamos de algo positivo, siempre añadimos un "sí, pero,...".
Nos hablamos en negativo.
Vemos nuestros defectos y no nuestras virtudes.
Begoña Serra