Si nos paramos a analizar nuestro lenguaje interno, podemos darnos cuenta fácilmente de la existencia de mensajes negativos hacia nosotros mismos en esa vocecita interior. Por supuesto, no sólo existe ese lenguaje negativo, de hecho al finalizar cada día han pasado por nuestra cabeza miles de pensamientos de este tipo, tanto positivos como negativos. Estos mensajes son fruto de un aprendizaje que llevamos a cabo durante toda la vida, en gran parte formados durante nuestra infancia y adolescencia. Por las consecuencias que tienen sobre nuestras emociones, y de forma indirecta sobre nuestra conducta, a veces conviene centrarnos en ellos. Para saber si estamos tratándonos de forma justa, si nos exigimos de manera razonable, si valoramos nuestros logros, si nos sirven para aumentar nuestras motivaciones; o si por el contrario, esos pensamientos nos limitan a la hora de tomar decisiones y paralizan nuestra conducta porque nuestros logros nunca son suficientes, utilizamos etiquetas negativas en cada paso que damos, etc.
¿Cómo manejar estos pensamientos?
El primer paso, como sucede con cualquier problema, consiste en tomar conciencia de él, es decir, identificar el tono de nuestros pensamientos. Para ello es muy útil utilizar un registro diario de pensamientos, ir escribiendo al final de cada día lo que nos dice esa voz interior cuando hacemos algo.
Después, debemos tratar de analizarlos con criterios de objetividad. Muchos pensamientos, solo por el hecho de verlos escritos, podremos darnos cuenta de lo exagerados que son (“me he vuelto a equivocar, soy un inútil”), o de lo improbable que es que suceda lo que en ellos se enuncia (“nunca seré capaz de conseguir nada en la vida”). Sin embargo, el efecto paralizador que tienen sobre nuestra conducta puede producirse igualmente solo por el hecho de tenerlos constantemente en nuestra cabeza.
Por último, para lograr un efecto positivo sobre nuestras emociones, debemos tratar de modificar esos pensamientos negativos por otros que se basen más en hechos objetivos, que tengan un enfoque más positivo y nos ayuden a la hora de motivarnos y proponernos metas (“por cometer un error no soy un inútil, todo el mundo comete errores, tengo que ver en qué me equivoco para hacerlo mejor la próxima vez”, o “quizá esta vez no he logrado lo que me propuse, tendré que ver por qué no lo he conseguido, y si merece la pena seguir intentándolo o quizá cambiar de objetivo, pero no por ello tengo que pensar que nunca conseguiré lo que me propongo”).
En realidad el efecto se produce en los dos sentidos, de las emociones a los pensamientos y de los pensamientos a las emociones. Por ello también podemos ayudar a combatir pensamientos negativos realizando actividades que nos resulten gratificantes, como salir a pasear, relacionarnos con personas que nos hacen sentir bien y nos valoran, hacer deporte, actividades de ocio satisfactorias (ir al cine, lectura, pintar, etc). Este tipo de actividades, al provocarnos emociones positivas facilitan la aparición de pensamientos a su vez positivos. Con la mente llena de pensamientos y emociones positivas nos será más fácil cuestionar lo negativo.
Autora Drissa Elma Délkader (Psicóloga de Psicomaster)
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