Hemos desarrollado una dependencia hacia la carne, que debido a la superpoblación que existe, se ha convertido en todo un problema al que atender. Debido a la creciente demanda de carne, la industria ganadera se ha visto en la obligación de producir cada vez más y en un menor tiempo, a costa de lo que sea necesario para ello. Pero ¿alguien ha pensado en qué condiciones se crían estos animales que son en todo momento vistos como un producto alimenticio? Este ganado necesita de una alimentación, de un espacio y de un tiempo para su cuidado. El precio del grano aumenta cada año y los ganaderos necesitan reducir los costes. ¿Cómo consiguen hacerlo?
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Esto es algo que nos influye y nos afecta, pero no más que a los propios animales. La industria ganadera se las ingenia para que el negocio continué de una manera u otra, sacando el mayor beneficio posible. Las condiciones de los animales cada vez son peores, hay más ganado en un menor espacio, y su alimentación es cada vez peor. Ya es muy común emplear métodos como las hormonas de crecimiento, para que los animales estén listos cuanto antes para ser llevados al matadero y comercializarlos. Siendo criados y sacrificados a un ritmo acelerado. Veamos cuáles son estas hormonas y qué repercusiones tienen.
Las hormonas de crecimiento en animales
Para poder aumentar la producción animal a niveles industriales, los ganaderos han recurrido a diversas hormonas sintéticas, siendo una de las prácticas más difundidas y aceptadas en este sector, en la que se ceba al ganado vacuno y corderos para su comercialización.
Cómo hemos comentado, las hormonas de crecimiento en animales son una práctica que ya lleva muchos años practicándose. Comenzó en los años 50 con la introducción de la hormona dietilestilbestrol (DES) como aditivo para piensos. Esto supuso todo un descubrimiento, el ganadero ahorraba en alimentación para los animales, y éstos crecían antes. Sin embargo, en los años 70 se descubrió que esta hormona, en su uso continuado podría causar cáncer en los fetos. Fue así como la prohibieron rápidamente, y la retiraron del mercado como estrategia para engordar a los animales.
Tras la prohibición de la hormona de crecimiento DES, se desarrrolló otro sistema que consistía en reactivar los propios niveles de hormonación en el animal. Se llamaron “hormonas de crecimiento natural“. Estos implantes provocan que aumenten los niveles de hormonas propias. Existen muchos defensores que, dentro de las prácticas de hormonación, ven esta práctica como la menos dañina para el animal.
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Otro sistema de hormonación que ha gozado de popularidad entre los ganaderos es el de hormonas de crecimiento exógenas. Se trata de unos implantes que sirven para aumentar los niveles de estrógenos de las vacas, para que crezcan y lleguen a la madurez hasta un 25% más rápido que de la forma natural.
A partir de 1994 fue la combinación de hormonas de crecimiento. Esta nueva estrategia se desarrolló mediante la combinación de estradiol (la hormona que produce estrógenos de forma natural) con la hormonas androgénicas que tienen efectos similares a los de la testosterona.
Durante el crecimiento del animal se le administran una serie de sustancias químicas antes de que sea sacrificado. Estas sustancias también sirven para que el animal engorde rápidamente. Algunos de estos químicos son: otodrine, ractopamine, terbutaline, chembuterol, cimaterol, fenoterol y salbutanol.
¿Cómo afecta esto a la salud de los consumidores?
Todas estas prácticas son habituales en la ganadería intensiva, que como hemos dicho anteriormente es producto de un consumo de carne descontrolado por parte de los consumidores. Se ha demostrado a través de diversos estudios, como existe una correlación entre el consumo humano de los animales que reciben estos químicos y alteraciones hormonales, y los problemas asociados al desarrollo y la reproducción. También se cree en la actualidad que puede tener cierta implicación en el cáncer de mama y de próstata.
Estos animales además se encuentran hacinados, en unas condiciones ambientales pésimas, que son artificiales. Ya que se modifican las condiciones ambientales como la luz, el suelo y la temperatura para reforzar la producción. La principal motivación en todo momento es aumentar la producción reduciendo el tiempo todo lo posible para conseguir beneficios. Los animales bajo este contexto no son tratados ni como seres vivos, sino como un mero producto de comercialización.
Esta industrialización masiva de las granjas acarrea graves inconvenientes como la contaminación que supone, el maltrato animal que se produce, y otros muchos que tienen graves consecuencias para la salud del consumidor. Puesto que no se nos debe olvidar que todo a lo que están expuestos los animales, acaba de una forma u otra en el organismo de las personas que los consumen.
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Las hormonas, químicos y antibióticos que son utilizados para el aumento de la producción de animales, para aumentar su resistencia y acelerar su crecimiento. Son factores que tal y como han mostrado diversos estudios, repercuten en la salud de los consumidores. En 2002, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) realizó hasta 17 estudios que pusieron en evidencia los peligros que suponen estas prácticas para la salud humana. Llegando a prohibir ciertas sustancias en la unión europea, como la hormona beta-estradiol 17, que se asocia con efectos cancerígenos.
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