En el último mes he estado dos veces en la sala de emergencias, he tomado más fármacos que en los últimos diez años y he llorado como un niño varias veces. Si te animas, te cuento mi historia y lo que he aprendido.
Aquélla era una tarde más con el plan perfecto: llevar a mi hijo Liam de 5 años a jugar a un parque infantil mientras yo leía la última adquisión para mi biblioteca (“Epipaleo” del Dr. Jack Kruse). El correría y saltaría en las colchenetas mientras yo disfrutaba de una lectura interesante…¡los dos contentos!
Pero el esquema inicial cambio un poco. Pasado un rato Liam me pidió saltar con él y, la verdad, es que no me lo pensé dos veces porque la música del local era bastante animada y me apetecía salir de la silla. Aquí es cuando las cosas se torcieron.
Supongo que he visto demasiados saltimbanquis en YouTube…y decidí intentar unas volteretas hacia atrás. Al final ocurrió algo que no esperaba pero que tenía que pasar según la lógica de un amigo bombero:
situación de peligro + imprudencia = accidente
Fui capaz (tras cinco minutos) de levantarme por mi propio pie, pero sabía que me había roto algo del cuello o espalda (el “crack” fue muy claro). Además, un fuerte impulso eléctrico había recorrido mi cuerpo y todavía podía sentirlo en las manos…Nada bueno. Sin embargo, me encontraba en una especie de calma extraña, como si no hubiese pasado nada.
Un par de horas más tarde llegaba a la sala de emergencias del hospital principal de Charlotte (EEUU). Allí viví en primera persona las escenas tan típicas de series televisivas como Urgencias. Lo malo es que yo era el protagonista.
Justo al entrar me pusieron en una camilla y ya no me dejaron mover ni un dedo. En un par de minutos me habían inyectado varias sustancias por una vía intravenosa, me habían hecho “la prueba del guante” (¿pero es que era eso necesario?) y todos hablaban a mi alrededor sin dirigirse a mí (seguían su protocolo). Todo aquello me puso en un estado de ansiedad tremendo, mi corazón palpitaba y mi temperatura corporal descendió mucho (me pusieron hasta tres mantas para entrar en calor).
Allí pasé el resto de la noche entre escaners, resonancias magnéticas y fármacos que en ocasiones me inyectaban sin permiso. Hablé con cinco doctores diferentes y tuve mucho tiempo para pensar y meditar sobre muchas cosas.
Lo primero era que no podía culpar a nadie de mi situación. Todos los dedos apuntaban a mí. Ni la capa de ozono, ni las toxinas ambientales, ni los suelos empobrecidos…en este lío me había metido yo solito. Eso me hacía sentir muy vulnerable y un tanto estúpido: “¿Pero qué hacías en esa colchoneta?” me preguntaron como quince veces entre sorprendidos y perplejos. Pero hay que aceptar los errores y saber perdonarse, ¿no? Pienso que en el fondo nadie actúa con mala intención sino con falta de conciencia o ignorancia. “El chico de la colchoneta”, ése era yo.
Sin duda todo se ve diferente desde “ese lado” (el de una cama de hospital). Las preocupaciones y trivialidades se hacen muy pequeñas y los gestos de alegría y amistad, como la sonrisa de un enfermero o la broma de un médico, toman un brillo especial y mucho más real. La vida se aprecia más.
Después de horas de incertidumbre llegaron las buenas noticias. Tenía una pequeña fractura en la vértebra T1 y un ligamento del cuello tocado pero la espina dorsal estaba intacta y me recuperaría sin problemas. Todos me daban la enhorabuena, había tenido suerte me decían…Pasado unas horas me encontraba tan bien que al día siguiente me podría marchar a casa (previo pago de factura, esto es EEUU). Tendría que llevar un collarín entre cuatro y seis semanas y después hacer fisioterapia: la fase de aprendizaje estaba a punto de comenzar.
Por fin el médico me dio permiso para comer. Mientras esperaba con gran ansia, la enfermera me ofreció una galleta “cracker”…Al ver mi cara de decepción me preguntó que si no comía gluten y que de ser así tenían que cambiar mi menú que ya venía en camino. Genial, ¡con el hambre que tenía! Finalmente llegó un pollo con arroz y judías verdes. Le acompañaba una tarrina de mantequilla…¡NO! ¡Era margarina! Increíble…
El protocolo le obligaba a la enfermera a darme unos últimos consejos antes de salir del hospital: “…siga su dieta habitual pero evite las grasas saturadas y el colesterol” (ya se encargarían ellos de bajarme el LDL con estatinas de haber inflamación). Los médicos y enfermeras fueron geniales, siempre les estaré agradecido. Es una pena que haya tanta presión e injerencia en su profesión por parte de las mafia farmacéutica. De todos modos, lo he dicho mil veces y lo repito: la medicina convencional es la mejor para tratar las emergencias y traumas (que es lo que yo tenía). Gracias.
Vuelta a casa: enfrentando la realidad
Ya con mi collarín los dos primeros días fueron un paseo. Nadie me había dicho lo que estaba a punto de ocurrir. Mi sistema nervioso había sufrido un fuerte golpe y mi cerebro una conmoción. Cuando tocas el hardware del cuerpo pueden pasar cosas nada habituales.
A la tercera noche, acostumbrado ya a dormir como una momia por el collarín, me desperté sobresaltado. Notaba otra vez “electricidad” en mis manos…y mi corazón iba a cien por hora. Casi no podía moverme y entré en pánico. Finalmente fui capaz de tranquilizarme y dormir. A la mañana siguiente llamé a la oficina del neurocirujano a primera hora. La enfermera me dijo que todo eso era “medio normal” y que si se ponía peor la cosa que fuera otra vez al hospital. Estupendo…
Lo que más me fastidiaba era que no me explicaban nada. ¿Por qué estaba bien los dos primero días y luego caí en picado? ¿Qué había hecho mal? Me habían mandado a casa a lidiar con mis síntomas sin saber qué esperar. Los pacientes no necesitan entender (deben pensar los médicos); nos toca el papel de autodidactas. Pero al contrario que en otras ocasiones, no quise buscar nada en internet, ya que temía encontrarme con comentarios exagerados o pesimistas y no estaba la cosa para bromas.
Enfrenté los siguientes días con la mejor actitud que pude. En algunas ocasiones intenté escribir algún artículo para el blog o poner algo de interés en Facebook, pero cada vez que lo hacía era como si alguien me desconectase de la electricidad (en serio). ¿Serían los campos electromagnéticos? Sabía que afectan nuestra salud pero esto parecía exagerado.
Atando cabos
Como una profecía que se autocumple, mi peor pesadilla se hizo realidad. El día había tenido muchos altos y bajos (estrés) y cuando fui a acostarme noté que las piernas me fallaban. Tenía las palabras de la enfermera grabadas a fuego: “…si algo empeora vuelve al hospital.” Ésta era la segunda visita a la sala de emergencia (el último sitio en el que quería estar) en diez días. Mi cabeza era un remolino de pensamientos y de miedo. Aún así llegué con buena actitud al hospital y allí pasé el día más o menos tranquilo. Mis síntomas fueron desapareciendo poco a poco. Pero todavía no entendía nada hasta que, finalmente, se encendió la “bombilla.”
Uno de los doctores que me vió aquella tarde me dijo que el cansancio y debilidad podían ser causados por la ansiedad. De repente, en plan flashback, las imágenes empezaron a pasar por mi cabeza y entendí que cada vez que mi corazón se aceleraba o tenía arritmias era cuando me entraba debilidad muscular. Al comprender todo eso, como por arte de magia, mi corazón empezó a relajarse. Me tomaron la tensión y tenía una perfecta 119 sobre 70.
De vuelta a casa mi tarea consistía en aprender a relajarme, pero no lo conseguía y los problemas nocturnos eran frecuentes. Trataba de hacer vida muy tranquila pero cualquier cosa me afectaba, incluso sentarme al ordenador unos minutos. ¿Por qué?
La última pieza del puzzle me la dio mi fisioterapeuta en la primera sesión (le hice como quince preguntas a quemarropa). No me había vuelto una persona ansiosa de la noche a la mañana, es que mis nervios estaban hipersensibles, había sido literalmente estirados y mi umbral de estrés era mucho más bajo de lo normal. Donde antes tenía que ver un oso para activar mi sistema simpático, ahora una mosca me hacía perder la cabeza (y el corazón).
Variabilidad del ritmo cardíaco
Tenemos tres órganos que producen neurotransmisores: el cerebro, el corazón y el estómago. Estos órganos se comunican y danzan de forma coordinada. Cuando nuestro sistema nervioso está alterado todas nuestras funciones fisiológicas se ven afectadas. Tus hormonas se alteran (disminuyendo tu temperatura corporal) y el sistema inmune se debilita (siendo más susceptibles a infecciones). Un tipo de biofeedback que nos ayuda a reconocer el estado de nuestro sistema nervioso es la variabiliad del ritmo cardíaco (HRV), es decir, la regularidad de los latidos del corazón. De forma simplificada podríamos decir que cuanto más regulares son tus latidos (mayor coherencia cardíaca) mejor funciona todo.
Comprar un sensor HRV es una buena idea para conocer realmente tu estado nervioso y fisiológico (por ejemplo, antes de ir a entrenar). En mi caso era tan obvio (notaba la irregularidad del corazón en el pecho) que no me hacía falta ningún aparato. El corazón nos habla todo el tiempo reflejando el estado nervioso del cuerpo, esto no es algo poético sino que ocurre de forma literal.
La institución que ha hecho más investigación al respecto es HeartMath. Muy interesante el tema.
Cómo superar tu golpe más duro y volverte más fuerte
Bueno, llega por fin la esencia de lo que quería contarte.
Durante semanas no fuí capaz de realizar las actividades que de forma cotidiana me estresan (aunque normalmente no me doy cuenta). Si me ponía al ordenador (sobre todo en el portátil que es muy mala posición) ya sabía lo que mi sistema nervioso a través del corazón me diría por la noche: taquicardias e insomnio. Si discutía con mi mujer o me disgustaba… más de lo mismo. De hecho, y aquí viene lo interesante, mi sistema estaba tan sensible que casi no me permitía nada que no fuese estar féliz y contento. Los días que “me forzaba” a mirar sólo lo positivo, lo bueno, sin estresarme ni preocuparme nada más que por el momento presente, era cuando más progreso hacía y mejor me encontraba y, como bonus, era capaz de dormir sin problemas.
En mi video en YouTube Resiliencia en la Enfermedad hablo sobre los tres pasos para superar el dolor o la enfermedad de forma estratégica. Estos son los pasos que, después de mucha angustia y darle vueltas a la pelota me han ayudado a superar mi accidente. Puedes aplicarlos a casi cualquier problema físico o dolor psicológico:
1. Acepta el dolor
Para mí esto se produjo en medio de la noche. Mi corazón iba a mil por hora. Llegó un momento, supongo que de la desesperación, que dije: se acabó, estoy harto de tenerle miedo al miedo, de resisterme, estoy listo para lo que sea…aquí te espero. Entonces, me di cuenta de que realmente yo no controlaba el corazón, éste seguía latiendo y aunque lo hacía muy rápido y descontroladamente el caso es que seguía haciéndolo. Era inútil resistirse o preocuparse. En lugar de luchar por controlarlo…le “di un voto de confianza” y decidí aceptarlo completamente. Me puse “en sus manos”, ya que no tenía otra opción. Casi inmediatamente el corazón se relajó. Moraleja: debemos dejar que la enfermedad y el dolor tomen su lugar, debemos aceptarlos, saber que están ahí por algo y no resistir ya que eso sólo produce más dolor, más estrés y más problemas.
2. Confía en el proceso de sanación
Yo todavía sigo en ello pero tengo claro hacia dónde voy. Si tienes un motivo suficiente e importante para vivir, da igual la enfermedad o el dolor, es sólo cuestión de recursos y de tiempo que consigas volver a la normalidad si has completado estos pasos correctamente. Confía en el poder de sanación de tu cuerpo/mente. Ése corazón tuyo nunca ha dejado de latir por ti ni un solo día; sabe hacer su trabajo. Ponte de su lado.
3. La enfermedad trae nuevas perspectivas
Es una oportunidad de aprender; quizás la mejor de todas. Me he pasado toda la vida escuchando la cabeza y no tanto el corazón. Aunque persigo mis sueños (que moran en mi cabeza) me olvido del día a día con frecuencia, de los pequeños mensajes que el corazón me manda (literalmente).Lo que he aprendido es que no hay camino a la felicidad, la felicidad es el camino. Que no merece la pena sacrificar el presente por el futuro (porque nunca sabes lo que te espera) y que el corazón nos habla constantemente y cuando no lo escuchamos sufrimos estrés y tristeza. El corazón es la llave de tu salud y tu felicidad: escúchalo.
Nota final
No he querido darte demasiados detalles de mi accidente para mostrarte lo mal que lo he pasado y que te apiades de mí (es posible que tengas historias mucho peores que la mía), sino para que la experiencia fuese lo más real posible y que, quizás así, puedieses aprender del dolor ajeno. Además, me lo pedía el corazón y no sabes lo bien que me ha sentado.
Te deseo lo mejor en tu camino por la vida…con sus altos y bajos…con sus momentos de salud y también en el dolor y la enfermedad. No lo dudes, es todo para hacernos más fuertes y mejores.
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