Las prisas, nuestra multifuncionalidad ocupándonos de mil y una tareas, la rutina las excusas que te puedes poner a ti misma son muchas. Y, no dudamos que todas ellas son verdad y que estás convencida de que solo es un problema de encontrar el momento.
En los pequeños detalles, en las cosas de cada día suelen estar los matices que nos permiten disfrutar y acercarnos a la felicidad. Y el reconocimiento de nuestros aciertos, el apoyo en nuestras batallas son la clave para no decaer, para no perder el rumbo. Sin duda, es más fácil estar seguros y sentirnos acompañados si alguien se ocupa de recordárnoslo de vez en cuando.
Entonces, si estamos de acuerdo en estos argumentos, ¿por qué nos cuesta tanto expresar con palabras nuestras emociones, nuestros deseos, compartir lo que realmente tenemos en la cabeza? No hay una sola razón, pero sí parece que hay algunas muy comunes. Caer en la cuenta de cuáles son esos “limitadores”, nos ayudará a librarnos de ellos.
El miedo, nuestro mayor enemigo
Por más que los psicólogos nos expliquen que el miedo es un instrumento positivo que tiene nuestra mente para alertarnos ante posibles peligros y garantizar la supervivencia, hay bastantes ocasiones en las que se convierte en la barrera que nos frena a la hora de avanzar. Este es uno de esos supuestos. La mayor parte de las veces, no decimos lo que pensamos por temor. Miedo a que no se nos entienda, a hacer daño, a crear un conflicto, a quedar marcados Otra de esas interminables listas.
Seguro que según lo estás leyendo, te estás viendo reflejada. Y, a la vez pensando: “Bien, sí es cierto, eso es lo que me pasa. ¿Cómo solucionarlo?
En este tipo de temas no hay una fórmula mágica que funcione de un día para otro. Como ya hemos comentado en otras ocasiones, se trata de ir superando pequeños obstáculos, muchos de ellos sobre todo al principio, de los que sólo seremos conscientes nosotras. La actitud es la llave para desbloquear esa limitación. Y la planificación.
Si tienes algo importante que decir, escoge bien tus palabras
La espontaneidad, tan buena en otras circunstancias, no es ahora recomendable. Porque, si tu miedo es el de los efectos de tus palabras. Cuando tienes algo importante que decir, mejor que pienses antes a quien puedes perjudicar, analices cómo plantearlo para minimizar ese daño, escojas minuciosamente las palabras que utilizar y el momento más adecuado para hablar.
De fondo, como “mantra” en el que apoyarnos para no perder el ánimo, puedes probar con la idea de que siempre es peor guardarnos dentro lo que nos pasa. Ni nuestra pareja, ni nuestra mejor amiga, nadie por mucho que nos conozca tiene el poder de leernos la mente. Cuando nos ven tristes, serias, alejadas van a buscar una explicación por su cuenta. Todo se puede complicar mucho más y llevar a un malentendido. Da el primer paso tú, con todas las precauciones, con un espíritu positivo, poniendo un filtro que matice cualquier posibilidad de herir, pero sé valiente y di lo que piensas.
Somos diferentes pero eso no impide que haya un espacio común
Otra de las excusas más habituales que nos damos para justificar esos silencios es que nosotras somos así, más reservadas, menos expresivas, que nuestro fuerte no es la conversación. Total, ya demostramos con nuestro comportamiento lo que somos, lo que sentimos.
No vamos a dejar que te quedes tranquila con este razonamiento, porque no es cierto y, además, porque te va a impedir avanzar. Piénsalo un poco detenidamente, ya por el mero hecho de ser un “humano” estás dotada para la comunicación verbal. Es más, esa es una de las principales características de nuestra especie, junto con la necesidad de vivir en sociedad. No me pongo trascendental, pero si dejas que esta convicción forme parte de tu pensamiento te darás cuenta de que poner en palabras lo que te pasa es más fácil de lo que parece.
Quedarte con tus pensamientos dentro de ti no tiene sentido. Maduralos, reflexiona, ten contigo misma un diálogo con argumentos, tómate el tiempo que necesites. ¡Perfecto! Pero, no pierdas en ningún momento de vista que el objetivo final es compartirlo con los demás.
¿Qué hubiera pasado si?
Cuántas más veces recuerdes que te has hecho esa pregunta en tu vida, más necesitas un cambio. Porque eso querrá decir que en todas esas ocasiones te has rendido, no lo has intentado. Es cierto que hay situaciones de las que no tenemos el control, pero siempre hay algo que podemos hacer. La frustración es menor si tenemos la sensación de haber dado batalla.
Volviendo al tema de los silencios, siempre te sentirás mejor si has sido capaz de expresar y compartir tus sentimientos, tus conflictos, incluso tus dudas. No se trata solo de hablar cuando estamos seguros de tener la razón. A menudo, hacer visibles nuestros vacíos o nuestras inseguridades hace que encontremos la solución. Solo se trata de elegir bien al receptor de nuestras palabras y la situación más adecuada para sacarlas a la luz, cuanto tienes algo importante que decir.
Ayúdate de apoyos sencillos o empieza por detalles que te pueden parecer insignificantes, todo es válido para ir convirtiendo en una realidad esta forma de enfrentarte a la vida. ¿Qué tal si pruebas a buscar algunas frases que te identifican o que te pueden servir de inspiración? Con poco que investigues, vas a encontrar más de una. Mi recomendación es que, una vez elegidas, las tengas a la vista como un recordatorio. Hay formas divertidas de hacerlo. ¿Qué te parece grabar tu frase en un llavero? También puede ser el primer paso para decirle con palabras a otra persona lo que quieres que sepa.
Eso sí, esta fórmula u otras similares debe ser solo un primer empujón para lanzarte. Nunca sustituirá al efecto y los beneficios de poner en tu boca y expresar con palabras lo que eres y sientes.
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