Es el hombre y no Dios el que más aprieta en la vida. Es el hombre el que debe cuestionarse sobre el dolor, e infundir amor, respeto hacia los demás y cultivar la empatía. Culpar a Dios es la salida fácil, pero somos nosotros los que hemos montado los cimientos de este infierno. Pensaremos en las enfermedades y la muerte y no hallaremos respuesta, pero qué hay del hambre, la desigualdad, la pobreza, las guerras. Dejando creencias a un lado ¿No es responsabilidad nuestra?
Justificamos demasiadas veces meiante la crítica a la “autoridad divina” pero si nos somos capaces de mostrar compasión y de tomar las riendas para hacer el camino más llevadero para nosotros y para los demás seres sintientes, cualquier queja se queda estéril. Creer o no creer en Dios no es la cuestión de peso, porque lo que que toca es remangarse y tirar millas para conseguir algo mejor y hacer de la vida algo más fácil; el control es nuestro ¿No?
Independientemente de las creencias de cada uno, tenemos el deber de coordinarnos aunque sólo sea por gestionar el planeta en el que vivimos. Agotar sus recursos es agotar nuestras posibilidades, despreciar una vida, denota cuanto menos inmadurez y nos llevará a la solead antes o después. Estamos, nos guste o no, condenados a entendernos en algún momento de la historia. Somos seguramente, parte de un todo. Sin cada uno de nosotros el universo, no estará completo y si no respiramos al unísono del cosmos, tampoco estaremos plenos, siempre nos faltará algo y navegaremos a la deriva.
Incluso cuando en el corazón no brille un mínimo de empatía hacia los demás, la lógica lleva a pensar que cuanto mejor le vaya a los demás, mejor nos irá a todos. Cuando la energía se estanca y no fluye, termina por perjudicar a todos. Todo el mundo necesita a alguien, nadie puede organizarse hasta el punto de prescindir del resto; saber de todo y hacer de todo.
A veces pienso en lo que los seres humanos seríamos capaces de hacer si estuviéramos unidos, más allá de lenguas y culturas; sólo una nación, sin fronteras. Imaginaos, una carrera espacial y tecnológica en común, investigaciones en medicina compartiendo toda la información, protegiendo el medio ambiente, etc. Quizás diéramos un salto evolutivo tremendo y adaptar planetas hoy inhóspitos como Marte, erradicar enfermedades, el hambre y guerras por supuesto. Quien sabe, hoy parece la utopía de un idealista, pero algo nos dice a muchos, que ese sería el camino correcto y que en algún momento se dará.
¡Viva la Novena de Beethoven!
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