Casi todos hemos oído a estas alturas hablar de la tendencia a tener apegos que tenemos los seres humanos, especialmente los que vivimos en lo que llamamos Occidente. Ese hábito que nos hace adherir nuestros sentimientos a causas externas: somos felices mientras tengamos una serie de cosas/personas/situaciones/climas/etc., y dejamos de serlo en cuanto lo perdemos. En los niños pequeños, nos puede hacer hasta gracia, pero en realidad no tiene ninguna.
A nivel individual, lo vemos con los dramas que se viven ante la pérdida de una persona, el incendio de una casa, cuando nos roban... Cualquiera de éstas circunstancias no deberían afectar en absoluto a nuestros sentimientos, puesto que son hechos que ocurren fuera de nosotros, pero desgraciadamente tenemos la tendencia a darle el control.
A gran nivel, nos encontramos con las ansias conquistadoras, el deseo de tener (más territorio, más petróleo, más importancia...), lo que nos obliga a meternos en una vorágine de conseguir.
El problema principal es que esto nos suele convertir en insaciables: nada es suficiente. Lo que tenemos, lo damos por sentado e inmediatamente deseamos tener otras cosas.
Los que me conocéis, sabéis que no abogo por la pobreza. Me gusta tener cosas, disfrutar de comodidades. También me encanta la gente, relacionarme con personas de todo tipo, ampliar mi círculo de contactos. La gran diferencia reside en no necesitar esas cosas o personas para ser feliz., sino aprovecharlas mientras las tenemos, sin echarlas de menos cuando nos faltan.
Fácil. Es una decisión. Posiblemente, una de las mejores decisiones que puedas tomar en tu vida.