Existe en nuestros días una tendencia bastante nociva por parte de padres y en general también de cuidadores a obligar a los más pequeños a comer a toda costa.
Está claro que la alimentación en la infancia es fundamental para un desarrollo y crecimientos adecuados y para crear la base de lo que será más tarde una buena salud gracias a una nutrición correcta, pero ese mismo empeño y preocupación por lograr que el niño coma "a toda costa" acaba casi siempre en la obtención de los resultados menos esperados: el niño se niega a comer, o lo hace con mucha angustia (incluso llorando en el momento de sentarse a comer como si esto fuera una terrible tortura), o con un nivel de odio acrecentando hacia la comida misma y el acto de sentarse a comer.
El problema no es el niño, que nunca jamás lo es y lo ha sido, tampoco la comida. Comer debería ser para los niños un acto de enorme alegría y placer, de disfrute y sobre todo de tierna calma y paciencia por parte de quienes los asisten. Lejos de este escenario, lo que se observa son gritos por parte de padres y gran pérdida de control ante el suplicio que supone para muchos de ellos que sus hijos "no coman a la hora que deben comer", algo que desde luego más que ayudar empeora considerablemente las cosas.
Los adultos no tienen en cuenta que los niños por muy pequeños que éstos sean no dejan de ser personas como ellos, protagonistas de un mundo un tanto diferente al suyo y con unos ritmos absolutamente distintos a los de los adultos.
Así como un adulto nunca come cuando no siente hambre, al niño le ocurre ni más ni menos que lo mismo. ¿Acaso usted come y se mete el alimento casi con un embudo sin tener hambre tal y como suele hacer con su hijo pequeño?, estoy segura de que no. Entonces, la pregunta es muy sencilla: ¿por qué obligan los padres a comer a sus hijos a costa de hacérselo pasar tan mal incluso cuando el pequeño grita a los cuatro vientos que no tiene hambre en ese momento o que ya esta lleno y que no quiere más?
¿Le gustaría a usted que otra persona le hiciera lo mismo que hace a su hijo cuando éste se niega a comer?
Muchos padres argumentan que el niño debe seguir una "rutina" para tener "buenas costumbres", o que debe comer a la hora de comer porque las cosas son así y punto; o les obligan a terminarse el plato entero sin tener en cuenta que el estómago de un niño es mucho más pequeño que el de un adulto y por lo tanto se encuentran repletos con menor cantidad de alimento. En el mundo de un niño las cosas no funcionan con tal magnitud de irrespetuosidad hacia la propia naturaleza del cuerpo. En el mundo de un adulto todo está degenerado y deformado, pero en el mundo sutil de la infancia, los ritmos de un niño son particulares y deberían respetarse como símbolo de consideración hacia la persona que también es.
Los adultos de por sí poseen una escalofriante tendencia a "hacer adulto al niño" cuando no lo es. Un niño es un niño y debe ser tenido en cuenta en sus tiempos y ritmos naturales puesto que solamente respetando sus ciclos, diferentes de los del adulto, podrá el niño empezar a mirar con cariño y entusiasmo "la hora de comer". La comida y los niños presentan una relación muy especial. Si los padres saben empatizar con sus hijos y consiguen conectar con las verdaderas necesidades de sus niños a cada momento, lograrán comprender que un niño nunca dejará de comer o no comerá, pero lo hará simple y llanamente cuando éste tenga realmente hambre. Cuando el niño sienta verdadera hambre, el solo pedirá la comida y además la comerá, la saboreará y la disfrutará como un momento delicioso y agradable. La comida posee un factor psicológico de vital importancia no sólo en la vida infantil sino en la vida adulta, pues el componente relacional que lleva implícito es necesario como construcción de la vida familiar, en el comedor de casa, a la hora de comer o cenar y en torno a un acontecimiento donde la familia se halla reunida y por lo tanto ofrece un momento para ser y estar presentes más que cualquier otro momento del día. Por lo tanto el momento de sentarse a la mesa ofrece al niño mucho más que solamente comida o una correcta nutrición, ofrece nada más y nada menos que una sólida y bien conformada "nutrición emocional".
El niño presente en este tipo de ambientes sentirá entonces que "el momento de comer" es una bendición, un compartir, un sentir de cerca a los padres que disfrutarán con el una comida rica emocionalmente y por lo tanto comenzará a comprender que comer es un placer que se puede hacer con alegría y con la seguridad de que no será sometido a una tortura sinsentido para que se trague lo que sea que tenga en el plato.
El niño que tenga la inmensa suerte de contar con semejantes padres conscientes no sólo estará nutrido y alimentado correctamente, sino que será también un niño seguro, más sosegado y menos ansioso, padecerá menores posibilidades de desarrollar muchos tipos de enfermedades y crecerá sano y sobre todo: feliz.
La importancia de que padres y cuidadores enseñen a los niños a relacionarse de forma sana con la comida radica así mismo en cultivar una visión de los alimentos divertida y relajada. De enseñar al pequeño incluso involucrándolo en el proceso de preparar la comida si éste tiene edad para hacerlo y poder participar y de enseñarle también a comer de forma independiente. De explicar con cariño y esmero y de hablar siempre correctamente al niño para que comprenda la importancia de la alimentación. Si se niega a comer, lo siguiente será preguntarle porqué no quiere comer, si la respuesta es simplemente que no tiene hambre en ese momento, entonces lo mejor será dejarlo y recordarle que más tarde el alimento estará donde lo dejo para cuando sienta ganas de comerlo, algo que el niño hará de forma completamente natural.
Si prestamos un poco de atención podremos darnos cuenta que de hecho, los niños piden la comida cuando sienten hambre y también dicen "no" cuando no lo tienen.
Es básico y diario en la vida de todo hogar con niños y sin embargo son criados por padres absolutamente sordos ante sus hijos.
Le aseguro señores papás que cuando sus hijos tengan hambre vendrán solitos a pedirles algo que comer, no existe ninguna regla escrita que diga que es obligatorio que un niño tenga que comer a las doce del mediodía y cenar a las siete de la tarde, porque si los ciclos naturales del niño se respetan como debería esa regla no escrita en ninguna parte, se convertirá automáticamente en una realidad sin ningún tipo de esfuerzo salvaje por su parte.
Sofia Pencef