mantenerse en completa salud, en vez de alimentar constantemente su mente con las posibles
enfermedades que sufrirá y con la preocupación de andar siempre precavido contra el riesgo de
contraerlas.
Al niño se le debe enseñar que Dios no engendra jamás la enfermedad ni el
sufrimiento, ni se complace en nuestras penas, sino que estamos destinados a tener salud y
felicidad, cuyo resultado es el gozo y nunca el sufrimiento. La índole de nuestros pensamientos
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