mantenerse en completa salud, en vez de alimentar constantemente su mente con las posibles enfermedades que sufrirá y con la preocupación de andar siempre precavido contra el riesgo de contraerlas.
Al niño se le debe enseñar que Dios no engendra jamás la enfermedad ni el sufrimiento, ni se complace en nuestras penas, sino que estamos destinados a tener salud y felicidad, cuyo resultado es el gozo y nunca el sufrimiento.
La índole de nuestros pensamientos determina la índole de nuestra conducta.
No podremos tener salud si, por ejemplo, estamos siempre pensando en la enfermedad, de la misma manera que no podremos vivir una vida de prosperidad si constantemente estamos enfocados en la escasez.
Cada mañana deberíamos levantarnos con la pizarra en blanco y borrar de nuestra mente
toda imagen negativa, sustituyéndola por imágenes armoniosas y estimulantes. Millones de
personas son causantes de muchos de los males que les aquejan debido a las ideas negativas que mantienen en su mente.
Y aun cuando dichas preocupaciones existen sólo allí, los resultados que
trae son muy reales.
Muchas personas cargan a cuestas todas las calamidades posibles. Viven estresadas y con
una angustia constante. Parecen piezas de máquina que se mueven a velocidad forzada y crujen por falta de lubricante.
La persona que vive en perfecta normalidad no debe poner la cara de
acosado y perseguido que muchos ponen, como si la policía les pisara los talones.
Un poco de esparcimiento no sólo mejorará nuestra salud, sino que aumentará nuestro
nivel energético. La persona consumida totalmente por su trabajo o profesión, que no cuida su salud ni busca momentos de esparcimiento y descanso, se parece al cortador de árboles, que tan afanado está en continuar su labor que se olvida de afilar su hacha y pronto queda inhabilitado para continuar su trabajo.
Conéctate con tus facultades de prosperidad y éxito. No te dejes controlar por pensamientos dañinos o paralizantes. Atrévete a dar el paso. Asesórate cómo y de qué manera y lograrás todo lo que te propongas.
La Ley de Atracción – Camilo Cruz