Otro aspecto innegable es que a veces nuestras decisiones o acciones tienen cierta influencia externa. Es decir, nuestra conducta puede verse influenciada por lo que creemos que los demás esperan de nosotros, por el miedo al qué dirán o por el deseo de sentirnos queridos. Estos aspectos, por ejemplo, nos pueden influenciar tanto en temas tan importantes como elegir qué queremos estudiar cómo también en temas más triviales como qué corte de pelo nos haremos.
Si unimos estos dos aspectos, la alimentación como acto social y el efecto que ejercen los demás sobre nuestras decisiones, podemos empezar a hablar de la influencia social en la alimentación. Y con esto nos referimos a cómo las otras personas nos pueden condicionar en nuestras elecciones alimentarias y conductas de ingesta. Observemos las dos situaciones hipotéticas siguientes:
Juan está iniciando un cambio de hábitos alimentarios porque en los últimos años ha ido ganando algunos kilos de peso y hace un tiempo que se cansa mucho en sus actividades diarias, ya no sale a caminar tanto tiempo como antes y cuando vienen los nietos a verlo enseguida se le acaban las fuerzas. Una nutricionista le ha pautado un menú saludable semanal y unas recomendaciones básicas de actividad física. Durante la semana Juan sigue sin dificultad las pautas, cocina en casa y algún día come en el bar de debajo de casa un menú y no tiene problemas para adaptarlo a los nuevos hábitos. Sin embargo, la cosa se le complica cuando queda con los amigos para cenar fuera el fin de semana, ya que ellos no acaban de entender este cambio de hábitos y le animan a seguir comiendo y bebiendo como hasta entonces, ya que piensan que de esta manera se lo pasará mejor y ven las nuevas costumbres alimentarias de su amigo como un martirio. Juan muchas veces, para no quedar mal delante de sus amigos y no sentirse diferente termina comiendo alimentos que no escogería si estuviera solo.
Olga es una chica de 22 años, está terminando la carrera de física y vive en un piso compartido. Lleva una vida activa, ya que aparte de estudiar y hacer deporte también está haciendo prácticas en un laboratorio. Como ya lleva cuatro años viviendo fuera de casa de sus padres, se organiza muy bien las comidas y ni el peso ni la alimentación nunca han sido un tema que la preocupe en exceso. Tiene un peso con el que se siente cómoda y come de todo y variado. Últimamente se está dando cuenta de que sus amigas suelen hablar mucho de dietas cuando se reúnen, muchas de las conversaciones giran en torno a este tema y a menudo cuando quedan para merendar están muy pendientes de lo que comerán. Ha habido tardes que Olga, aunque le apetecía un trozo de pastel o un bocadillo, ha decidido pedir sólo un té por miedo a sentirse juzgada por sus amigas.
En estos dos ejemplos podemos observar como tanto José como Olga han acabado haciendo una elección alimentaria influenciada por su entorno social. En ambos casos han optado por no hacerse caso a sí mismos y han decidido en función de los demás. Estas decisiones que vienen dadas más bien por miedo al qué dirán o pensarán los demás, si se repiten a menudo, pueden hacernos sentir mal y además desorganizar nuestra propia rutina de las comidas. Siguiendo los ejemplos, Juan y Olga pueden sentirse mal por no haber escuchado lo que realmente les apetecía. Además, es posible que por un lado Juan vaya a dormir sintiéndose demasiado lleno y por el otro que Olga llegue a la cena con un demasiada hambre.
Si os habéis sentido identificados con estos ejemplos y pensáis que a menudo a la hora de comer os dejías llevar más por lo que los demás esperan de vosotros que no por lo que realmente os apetece comer, vale la pena que tomemos conciencia de este comportamiento y poco a poco nos escuchemos más y nos hagamos caso. Cuando decidamos en base a nuestras preferencias nos sentiremos mucho mejor con nosotros mismos, estaremos siguiendo nuestras señales de hambre y saciedad y esto nos ayudará a tener una alimentación saludable y equilibrada.
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