Seguro que en alguna ocasión te has sentido triste, agobiado o deprimido sin saber muy bien por qué, o has sentido que no has actuado como te dictaba tu corazón, o has sentido que no estás haciendo realmente lo que te gustaría con tu vida. Tal vez hayas sentido sensación de angustia y no has sabido por qué razón. No nacemos sabiendo poner nombre a las emociones. Identificarlas y expresarlas requiere un aprendizaje y quitarse la coraza realmente merece la pena.
La mayoría de las personas que tenemos la suerte de vivir en esta sociedad desarrollada nos encontramos rodeados de estímulos que nos invitan a vivir de manera veloz, a desear que las cosas sucedan de manera inmediata y a consumir. Queremos sacar el mejor rendimiento tanto a nuestro tiempo de trabajo como de ocio. Podríamos decir que cada uno de estos elementos forman los barrotes de una gran jaula en la que nos hemos encerrado. Estar dentro de esta jaula no nos permite mirar con calma nuestro interior y analizar cómo nos sentimos en realidad. Nos encontramos demasiado distraídos por el decorado que nos rodea y no podemos darnos cuenta ni siquiera de que nos encontramos presos de nuestras propias emociones.
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Podemos hacer una prueba, te invito a que observes cómo se comporta la gente mientras das un paseo la calle. Si observas a las personas que caminan a tu alrededor, verás que casi ninguna está disfrutando del hecho de caminar o de examinar su entorno, algunas van inmersas en la pantalla de su teléfono o hablando a través de él, otras con el ceño fruncido, otras con prisa, otras escuchando música en sus auriculares, madres o padres regañando a sus hijos y apremiándoles para que se apresuren… Posicionándote como espectador, puedes percibir que cada una de esas personas está distraída, sin sentir realmente que está caminando por la calle, sin disfrutar al notar el aire en su cara o los rayos de sol incidiendo sobre su piel, sin escuchar si hay pájaros o sin percibir el aroma dulce que sale de una pastelería. La mayoría de nosotros nos pasamos la vida sin conectar con nuestro interior y navegando en un mar de emociones, sin reconocerlas.
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Seguro que a veces te parece que en un mundo como el nuestro no hay hueco para expresar las emociones. Ocultar nuestros sentimientos es algo que nos han inculcado a la mayoría de nosotros desde que éramos pequeños. ¿A cuántos de nosotros no nos han dicho alguna vez durante nuestra infancia… “los hombres no lloran” o “te pones muy fea cuando lloras”? Sí, en nuestra sociedad, hasta hace poco tiempo no estaba bien mostrar al mundo cómo nos sentíamos realmente.
Sin embargo, se está produciendo un cambio en nuestra cultura, se está empezando a aceptar que las emociones, según sean vividas, pueden ayudarnos a crecer interiormente o, por el contrario, destruir nuestro estado de salud, tanto mental como físico.
Numerosos estudios han podido demostrar que el sistema inmunológico y el sistema nervioso central se encuentran comunicados, esto quiere decir que las emociones y el cuerpo no están separados sino estrechamente relacionados.
Por ello, todas las emociones que experimentamos influyen en nuestro sistema inmunológico. Las emociones negativas hacen que nuestro sistema inmunológico se vea debilitado, mientras que las emociones positivas son beneficiosas ya que hacen que seamos capaces de superar mucho mejor las enfermedades pues, al estar felices, el sistema inmune se refuerza.
A su vez, las emociones no expresadas hacen que suframos distintas dolencias en nuestro organismo y muchos de nosotros cargamos con diferentes síntomas, como molestias estomacales, rigidez muscular, dolores de cabeza, etc.
¿Cómo podemos comenzar a gestionar nuestras emociones?
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Si te estás planteando quitarte la coraza que recubre tu universo de emociones, te aconsejamos que sigas los siguientes pasos para gestionarlas:
Conócete. Dedícate tiempo para estar a solas con tus pensamientos, para meditar. Intenta identificar qué tipo de emoción estás sintiendo. Seguramente lo que estás sintiendo en estos momentos encaja con alguna de estas cuatro emociones: felicidad, tristeza, ira o ansiedad. Una vez que hayas identificado qué estás sintiendo, es muy importante no juzgarte, simplemente sentir esa emoción y dejarla fluir. Si nos resistimos a algo corremos el riesgo de magnificarlo.
Ejerce autocontrol. A veces es muy complicado contenernos y dominar nuestros impulsos, pero es cuestión de entrenamiento. Es muy útil que aprendas a conocer tus reacciones primarias y seas capaz de controlarlas. Trata de mantener la calma, reaccionar de manera automática a veces empeora las situaciones.
Motívate. Es necesario que encuentres el vínculo emocional que haga que encuentres satisfacción a la hora de intentar conseguir tus metas, más allá del aspecto económico.
Practica el sentimiento de empatía hacia los demás. Si eres capaz de tener en cuenta los sentimientos de los demás, tus relaciones gozarán de mayor equilibrio y eso te aportará estabilidad emocional.
Comunícate. Cuando alguien haya hecho algo que te haya molestado, siéntete libre de expresar tu malestar, pero siempre de una manera suave y sin crear conflictos. Trata de explicar lo ocurrido sin culpar a nadie, de esta forma no recibirás una respuesta desagradable de la otra persona. Es mejor utilizar frases del tipo “me he sentido mal porque…” en vez de culpar al otro con otras como “por tu culpa me siento…”. Si hablas desde el respeto y la comprensión, nadie puede sentirse ofendido.
Cuando aprendas a expresar y reconocer tus emociones, podrás ordenarlas, analizarlas de manera adecuada, encontrar apoyo y sentirte comprendido, porque serás capaz de pedir ayuda si lo necesitas. También es posible que, si estás abierto a la comunicación, puedas obtener otros puntos de vista y opiniones que te puedan beneficiar. Cuando eres capaz de potenciar la comunicación de tus emociones con tus seres queridos vuestro vínculo se hará más fuerte y podréis gozar de una mayor confianza en vuestra relación.
Si en algún momento no encuentras la forma adecuada para expresar a alguien cómo te sientes, recuerda que hay muestras de cariño como abrazos, besos, caricias, sostener una mano… que son tan valiosas como las palabras.
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