En el momento en que nos acercamos a nuestro 40º aniversario, las alarmas empiezan a saltar. Que si hemos desaprovechado nuestro potencial, que si no hemos alcanzado ninguno de nuestros objetivos, que si necesitamos darle un nuevo impulso a nuestra existencia… Todos ellos son síntomas de la célebre crisis de los 40 que, en el ecuador de nuestra vida, nos hace replantearnos el sentido de aquello que hacemos, las relaciones que mantenemos y cómo queremos que nos recuerden. Pero no hay que preocuparse. Como señala una investigación realizada por el profesor de Economía de la Universidad de Warwick Andrew Oswald, la felicidad tiene forma de U. Empezamos a sentirnos más infelices después de los 20 años, pero recuperamos el bienestar poco a poco hasta los setenta años.
LA FELICIDAD TIENE FORMA DE U
Resulta que la felicidad es mucha en la juventud, pero decae sostenidamente para llegar a su punto más bajo cuando llegamos a la cuarta década: la llamada crisis de la mediana edad. Entonces, milagrosamente, nuestro sentido de la felicidad mejora y va aumentando conforme envejecemos.
Este patrón en forma de U de la felicidad a lo largo de la vida ha sido observado en todo el mundo, desde Suiza hasta Ecuador, Rumanía y China. Se ha documentado en más de 70 países, encuestando a más de 500.000 personas, en países desarrollados y en desarrollo.
Hace apenas un mes, un grupo encabezado por el profesor Andrew Oswald, de la Universidad de Warwick, reportó que la felicidad de nuestros primos en la evolución -los grandes simios- también sigue el patrón en U durante su vida.
Por supuesto, los simios no pueden evaluar su satisfacción en una escala de 1 a 10. Pero el bienestar de 508 monos fue calculado a través de sus cuidadores humanos. Los simios, como los humanos, eran menos felices durante la mediana edad.
La existencia de una crisis en esa etapa de la vida del simio fortalece la noción de que el patrón de la felicidad en la vida no se debe a factores socioeconómicos. Esto deja dos probables explicaciones.
Primero, “la supervivencia de los más felices”: se sabe que la felicidad se relaciona con la longevidad. Es decir, los más felices viven más, mientras que los pesimistas mueren prematuramente, posiblemente porque se estresan más.
Por tanto, los ancianos que quedan para las pruebas de los científicos deberían ser más felices que los de 30 o 40 años. Pero esto sólo explica la segunda parte de la U.
Segundo, la U podría plantearse tanto en humanos como en simios, debido a similares cambios en la estructura cerebral relacionada con la edad que influyen en la felicidad. Una parte de nuestro cerebro que cambia considerablemente en las primeras dos décadas de vida, conforme avanzamos hacia la vejez, es el lóbulo frontal.
UNA CUESTIÓN DE EXPECTATIVAS
Lo que señala el estudio es que es en la juventud cuando nos estamos abriendo al mundo y descubriendo cosas nuevas, por lo que disfrutamos de una mayor felicidad gracias a las constantes novedades en nuestra existencia. Según pasa el tiempo, vamos comprendiendo mejor el funcionamiento y los mecanismos que rigen la vida y nos resulta mucho más difícil sorprendernos por algo nuevo. “En la juventud, todo es para nosotros una nueva experiencia: encarar actividades inusuales, no tener una rutina preestablecida, rodearnos de gente energética…”, señala el estudio. ¿Pero qué ocurre cuando empezamos a recuperar terreno en la senectud? Pues, curiosamente, que recuperamos esa visión juvenil del mundo.
En la vejez nos damos cuenta de aquello que mereció la pena. Es en ese momento en que hemos ajustado nuestras expectativas respecto a lo que la vida nos puede ofrecer cuando sabemos lo que podemos alcanzar y lo que no, y por lo tanto, las grandes frustraciones desaparecen y valoramos más lo que hemos conseguido que lo que nunca podremos conseguir. “Durante la vejez ya nos hemos adaptado al mundo que nos rodea y ajustado nuestras expectativas, tanto en relación a lo que hicimos, como a lo que no”, señalaba Oswald. “Podemos disfrutar de lo ya vivido, y echar la vista atrás para darnos cuenta de las cosas que merecieron la pena”. Así pues, parece ser que la experiencia es un grado.
Fuente:
http://www.elconfidencial.es
http://www.bbc.com
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