En nuestra sociedad existe un intenso temor al vacío. Esta palabra evoca sensaciones incómodas como la de no tener nada que hacer y vértigo al encontrarnos solo con nuestras sensaciones y pensamientos. Esta sensación de quietud tratamos de evitarla a toda costa, de hecho, si hay algo que "está prohibido" en nuestro mundo occidental es aburrirse, no podemos permitirnos un minuto de quietud y calma, no vaya a ser que aparezca algún asunto incómodo en nuestra cabeza.
Sin embargo, para la Gestalt es el punto cero a partir del que puede surgir la parte más genuina y sanadora de nosotros mismos. Es el punto donde nos percatamos de que muchas de nuestras ideas, creencias, valores y comportamientos que tenemos habitualmente nos están haciendo más mal que bien.
Todas estas cosas las hemos ido asumiendo a lo largo de nuestra vida, como un legado familiar de mandatos y comportamientos que en algún momento pudieron ser útiles para nosotros o para algún ancestro y que se han ido heredando generacionalmente sin mucho cuestionamiento y provocando innumerables consecuencias.
En la Gestalt decimos que el trabajo fundamental es sacar personas de nosotros mismos hasta quedarnos con nosotros mismos. Es decir, comenzamos a quitarnos ideas de nuestra madre, creencias de nuestro padre, juicios de nuestro maestro de cuarto de EGB, valores de nuestro tío... hasta quedarnos con aquello que realmente somos y nos aporta bienestar.
Cuando se llega a este punto cero, uno se puede llegar a sentir desnudo, sin saber quiénes somos, ya que nos hemos ido identificando con este personaje que hemos construido a lo largo de muchos años. Sin embargo, la llegada a ese punto es una buena noticia, ya que, si somos capaces de aguantar este vértigo y contactar con esa sensación, observaremos como aparece una chispa, tenue al principio y luminosa después, desde donde comienza a surgir todo lo que genuinamente somos, y esto nos permite alumbrar todos los recursos que disponemos para afrontar nuestras circunstancias.
Aparece la capacidad de decidir lo que queremos y lo que no queremos, lo que nos sirve y lo que no nos sirve. Y no desde un sentido ecoico, si no genuino y amoroso, algo que nos conecta aun más a nosotros, a la sensación de estar vivos, pero también a los demás.
Esta terapia no trata de ajustar a la persona a la sociedad, si no a la persona a sí misma. En palabras de Ángeles Martín:
Ayudándolo a descubrir su propia forma de existir, su humanidad, sus ser más íntimo y verdadero y, por tanto, a sentirse más cómodo con su propia existencia y con su cuerpo.
Ángeles Martin
También Perls, padre de la Gestalt, decía:
La terapia gestáltica es la transformación del vacío estéril al vacío fértil (...) Al penetrar esta nada, este vacío se hace vivo y se llena.
Fritz Perls
Es un punto donde los “deberías” y “tendrías” no tienen lugar, y solo cabe esperar que surja la conciencia de lo que realmente es, de lo que realmente somos.
Esta noción del punto cero ya viene reflejada en muchas de las tradiciones orientales, como la taoísta, donde es el punto de donde nacen los opuestos, donde no hay nada y, sin embargo, todo crece en él. En la tradición zen tenemos la célebre figura del enso, palabra que significa círculo, y que indica un momento en que la mente se libera y permite que surja la creatividad de nuestro cuerpo, mente y espíritu.
Esto es una muestra más de que la terapia Gestalt es una terapia demasiado valiosa como para dejársela solo a los enfermos.
Nota: El artículo ha sido publicado originalmente en Saludterapia.