El camino del hombre superior, David Deida.
Por si no lo conoces, un rito de paso, de tránsito o de iniciación, es una práctica común en muchas culturas para marcar un antes y un después en la vida de una persona.
¿Para qué?
Pues para que la persona que lo realiza sepa que su estado ha cambiado y para que actúe con congruencia a su actual realidad.
Para que yo, por ejemplo, a mis treinta y seis años no siga pensando, como de hecho sigo haciéndolo a menudo, y actuando, más aún, como si fuera niño que depende de sus padres, del estado, de un jefe o autoridad externa, de una pareja, de unas circunstancias incontrolables o de unas emociones.
Para que yo sepa que soy un hombre con una responsabilidad y un propósito y no una víctima con una excusa y un pero.
Un rito de paso es el acto de crear un pico en la línea monótona del electrocardiograma de nuestra vida para que, cuando miremos atrás en los momentos difíciles y de oscuridad, lo veamos asomando en el horizonte alto y estable y brillando como un faro que nos guía.
Pues bien, hoy vengo a contarte la historia de un rito, el mío, el rito que cuando sepas qué es tú posiblemente digas oh Antonio yo no podría o yo no querría y que, cuando lo comprendas, posiblemente algo dentro de ti diga, necesito hacerlo.
La primera vez que escuché hablar de la búsqueda de visión fue aquel día que caminando por el bosque me encontré a dos hombres sentados a una mesa. Frente a sí tenían un largo hilo con unas bolsitas anudadas y su trabajo parecía consistir en ir sumando más bolsitas a la hilera.
Perdonad, ¿qué hacéis?
— Preparamos nuestros rezos para una búsqueda de visión.
¿Rezos? ¿qué son los rezos?
— Llenamos trescientas sesenta y cinco bolsitas con tabaco de pipa, pétalos de rosa, anís machacado y hojas de salvia, y en cada bolsita depositamos un agradecimiento o una petición: Gracias a mi padre por… gracias a mi madre por… gracias a mi abuelo por… gracias al agua, gracias a la vida, gracias a mis manos… pido fortaleza, pido abundancia, pido amor para mi padre, pido salud para mi madre, pido crecimiento, pido sabiduría, pido buenos alimentos…
¿Qué es una búsqueda de visión…?
Querido lector, querida lectora, espera, déjame que te cuente con mis palabras qué es.
Búsqueda de visión
El lunes de la semana pasada desperté temprano, eran las cinco de la mañana cuando abrí los ojos, escuché el crepitar del fuego junto a mí y seguí con la mirada el rastro del humo que ascendía hasta escabullirse por el hueco del gran tipi, tomando, sospecho, el mismo camino de las estrellas que se entreveían allá arriba.Cuando me incorporé para salir y encontrarme con la noche, una vez más me quedé mirando la silueta del águila perfectamente dibujada con cenizas en el suelo, un águila casi toda negra pero con un corazón en el centro donde latían unas brasas rojas incandescentes.
Qué bonito, por favor, qué bonito, pensé por enésima vez.
Frente al inipi ya estaban trabajando desde hacía horas los maestros de un fuego al que ellos llaman con respeto abuelo, calentando con grandes leños lo que ellos llaman con respeto abuelas, unas piedras de río que llegan a estar tan ardientes y rojas que juraría cobran vida, donde unas venas de luz salen del interior resquebrajando la forma e iluminando alrededor.
Allí estaba yo otra vez, ya familiarizado, frente a un Temazcal, otro ritual en sí mismo del que hasta hacía muy poco no había oído hablar y que Sara se encargó de mostrarme en un pueblo de La Mancha de cuyo nombre no me quiero acordar.
Al igual que otras veces sentí el miedo a desnudarme quizás pensando en el posible contacto curioso de todos los demás, así que por eso no me quedó más remedio que hacerlo y confirmar que nadie me miraba.
Como diría Lorca, allí de pie frente a las llamas mis muslos estaban la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frío, y así esperando y esperando, con sigilo, nos llegó el turno de entrar. Primero las mujeres, a un lado, y después los hombres, al otro.
Una vez en el útero se nos invitó a hacer una última petición y un último agradecimiento antes de perder la palabra.
Gracias por la experiencia, pido fortaleza, —dije yo—.
Y así dio comienzo mi primera búsqueda de visión.
La búsqueda
Salimos ya en silencio, y guiados por nuestros apoyos caminamos hacia la montaña buscando un sitio donde ser plantados como semillas que esperan germinar.Durante los próximos cuatro días y cuatro noches iba a permanecer en el bosque en un espacio de unos doce metros cuadrados, rodeado por siete estacas de madera clavadas en el suelo que apuntaban a las cuatro direcciones, y acompañado por una hilera con los trescientos sesenta y cinco rezos que había confeccionado, rezos llenos de propósito y gratitud.
Aquellos rezos, aquellas bolsitas llenas de tabaco de pipa, pétalos de rosa, anís estrellado y salvia, comprendí que eran simbólicamente todo lo que un ser humano poseía en la vida, pues al final, cuando resumes el libro de una persona y llevas sus líneas a su más pura esencia, todo lo que somos es intención y agradecimiento, es decir, pensar en hacia dónde nos dirigimos y valorar lo que tenemos.
Junto a los rezos y palos, un saco de dormir, una esterilla y un plástico fue todo lo que podía llamar mío.
Sin comida, sin agua, sin personas.
Cuatro días donde estaba sólo yo y el bosque, donde estaba yo y mis miserias y miedos y anhelos… y el bosque.
Mis ganas de huir, mis desequilibrios, mis prisas, mis genialidades, mi éxito, mi fracaso, mi hombría, mi belleza, mi fealdad, mi dinero, mis amigos, todo se desvanece con el pasar de las horas y va quedando, lenta pero inexorablemente, algo que nunca había visto, algo de lo que nunca me habían hablado.
Yo.
Y así, vas descubriendo en esa situación y por pura experiencia que cuanto más miedo, menos tú, cuantas más necesidades, menos tú, cuantas más prisas, menos tú.
El cántico de los pájaros, las hormigas paseando por la pierna, las arañas haciendo largas telas en tu brazo, las hojas mojadas, el viento silbando, un corzo ladrando en la noche, las copas chocando y crujiendo y asustando, el sol, las estrellas, la lluvia goteando en el plástico, una respiración a veces calma y a veces precipitándose a un abismo de miedo acompañando un corazón golpeando con fuerza el cuerpo entero y… el tiempo, un tiempo que parecía estar siempre detenido.
Entonces una voz surge en mis profundidades: Lárgate de aquí, qué haces haciendo el tonto con la de cosas importantes que tienes en otro lugar.
Y otra voz temerosa y duditativa que seca la garganta con solo rozarla: ¿Cómo voy a aguantar sin beber?
Pero a estas alturas de la película conozco lo suficiente a mi mente y a mi cuerpo como para saber que esa voz sólo quiere ponerme a prueba: Todo está bien, me digo, mi cuerpo es sabio.
Esa sola afirmación es suficiente, la voz se calla y la garganta vuelve a relajarse, la saliva a recorrer de nuevo mi boca y el corazón pasa de un latir furioso de galope a un lento y rítmico paso.
Y ya calmado entrelazo las manos tras mi cabeza, entono la vista y miro al cielo y a las hojas del castaño, entono el oído y escucho a los pájaros y a la montaña, entono mi sonrisa y la despliego grande mientras respiro y recuerdo que estoy en casa, que todo está bien, que puedo permitirme disfrutar de la experiencia mientras dure.
Al amanecer el quinto y último día me pongo en pie, hago mis ejercicios y espero oteando los árboles y sonidos tan lejos como la espesura lo permite, con la esperanza de ver llegar a mis hermanos y hermanas que han mantenido el fuego encendido del campamento, con el anhelo de cuándo vienen a por mí.
Les veo por fin acercándose junto a otros buscadores que ya han germinado, van todos a paso lento, muy lento, sin hacer apenas ruido al contacto con las hojas.
Gracias por lo que has hecho, Antonio, me dice el Chamán.
Tras recoger al último buscador llegamos al campamento donde ya nos está esperando un nuevo Temazcal con el abuelo y las abuelas.
Me desnudo sin pensarlo esta vez, pues creo que en la montaña he dejado olvidado un buen pedazo de miedo, entramos, se cierra la puerta tras el último buscador, se va la luz y llega la oscuridad, llega el agua, el romero, el copal, aquellas hojitas que al contacto con las piedras dibujan sobre ellas universos enteros, respiramos el calor que quema nuestras aletas de la nariz, y, al fin, se nos devuelve el agua y la palabra.
Tomad un vaso de agua, bebed lentamente.
Lo sostengo. Lo miro. Gracias, agua, gracias. Gracias. Gracias. La bebo, y regándome entero pienso al tiempo en los pequeños detalles de la vida que ahora descubro nunca fueron pequeños.
¿Queréis decir algo?
Gracias por la experiencia, gracias, gracias, gracias. Pido que otras personas puedan experimentar lo mismo.
Al salir, una ducha de agua helada frente al valle, todos desnudos, todos sonriendo, todos comprendiéndonos un poco más, Aho Mitakuye Oyasin, todo lo que vibra es mi familia.
Después de secarnos frente al fuego y la toalla subimos al gran tipi. Dentro nos espera otro abuelo y, tras él, el águila, la colosal pequeña piedra, las semillas, flores y colores, nos espera el des ayuno presidiendo en el altar con el que tanto hemos soñado. Zumos de naranja y frutos rojos del bosque, huevos fritos, torrijas, fresas, peras, manzanas, naranjas, mandarinas, arepas, natillas de chocolate con grandes pedazos de más chocolate, avellanas y nueces, y canela, caldos de cocido, vegetales…
Comed lentamente, disfrutando, apreciando, no olvidéis tan rápido lo aprendido en la montaña, —nos dicen—.
Cuánto amor depositado en cada plato para nosotros los buscadores, cuánto agradecimiento hacia ellos los apoyos del campamento.
Acabado el manjar, día libre, siesta, paseos por el bosque, río, y sobre todo asimilar aquello.
Al llegar la noche llega con ella la celebración de los buscadores, a la noche viene a nuestro encuentro…
La visión
Pasamos toda la noche de celebración. Hasta que entró el primer rayo de sol por la puerta del gran tipi y acarició el águila, cantamos, hicimos sonar los tambores, escuchamos historias y comenzó la visión.Y sobre la visión, quizás algún día tú quieras escucharme y yo esté preparado para contártela, pero hasta entonces…querido hermano, querida hermana, esa es otra historia.
Gracias por leerme.
¿Qué has aprendido? ¿Qué sabes hacer?
– Sé meditar, esperar y ayunar.
¿Es todo?
– Sí, creo que es todo.
Siddhartha, Hermann Hesse