Discapacidad y felicidad

Más de una persona con diversidad funcional, sobre todo en los años correspondientes a la infancia, hemos escuchado expresiones como “¡pobrecito, con lo guapo que es!” o “¡qué pena, con lo que podría haber llegado a ser!”. Desde luego, resultan ser expresiones de lo más desafortunadas, infundadas y, en la mayoría de los casos, cargadas de una buena dosis de ignorancia. Ante estas afirmaciones un tanto tajantes, puede que te preguntes: ¿es posible entonces ser feliz siendo discapacitado? ¿cabe la felicidad en el entorno de una familia cuando uno de sus miembros tiene algún tipo de diversidad funcional? La respuesta a ambas no es simple a pesar del rechazo que provocan las palabras entrecomilladas, sobre todo si se verbalizan en presencia del afectado, de algún amigo del mismo o de un familiar.

El complejo tema de la felicidad

felicidad


Ya de por sí el término “felicidad” resulta ser un tanto abstracto, ambiguo y subjetivo. No vamos a profundizar aquí en el tema ni a divagar entrando en disertaciones filosóficas sobre el concepto de dicho vocablo, solo daremos una simple apreciación. Al fin y al cabo, cualquier sujeto tiene una noción del mismo aunque solo sea intuitiva, la prueba está en que todos somos capaces de responder afirmativa o negativamente a una pregunta sobre el propio estado de felicidad.

La RAE nos ofrece tres acepciones:

“Estado de grata satisfacción espiritual y física”.

“Persona, situación, objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz. Mi familia es mi felicidad”.

Ausencia de inconvenientes o tropiezos. Viajar con felicidad”.
Además de esto nos regala la expresión en plural (felicidades), que se usa “para expresar felicitación o enhorabuena”.

Indagando otras posibles definiciones que puedan ayudarnos a averiguar si una persona con discapacidad puede llegar a ser feliz o a hacer felices a los que le rodean, encontramos la definición aportada por Juan Moisés de la Serna, doctor en Psicología, Máster en Neurociencias y Biología del Comportamiento, entre otros títulos. Pues bien, de la Serna, tras indagar en las “distintas aproximaciones a la felicidad” nos dice que “casi todas coinciden en que se trata de una evaluación subjetiva del individuo, normalmente realizada por comparación con los demás”. A ello añade, según esa aproximación, que “podemos ser felices si tenemos lo mismo o más que otras personas, en cambio, cuando tenemos menos de algo eso nos puede provocar recelo e incluso envidias, lo que nos impide ser felices”.

¿es posible entonces ser feliz siendo discapacitado? ¿cabe la felicidad en el entorno de una familia cuando uno de sus miembros tiene algún tipo de diversidad funcional?

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Con estas definiciones ya tenemos materia más que suficiente para adentrarnos en el tema de la felicidad “en relación a” o “versus” discapacidad. Me atrevería incluso a preguntarte si te gustan esas definiciones, cuál o cuáles te agradan más o si estás de acuerdo con todas. Según ellas, una persona con diversidad funcional ¿puede ser feliz? ¿puede hacer felices a los que le rodean? Veamos las respuestas detenidamente.

¿Puede ser feliz una persona con discapacidad?

Como en la mayoría de los casos, no es posible generalizar. Con la perspectiva que nos ofrecen las definiciones parece un tanto difícil. No obstante, la experiencia insinúa otro enfoque: ¿no te ha sucedido con frecuencia la paradoja de cruzarte en la calle con algún discapacitado que parecía estar contento y alegre?

En mi ciudad vivía un ciego de nacimiento. Por si esto fuera poco, también su movilidad era reducida y caminaba con mucha dificultad. Tenía que utilizar bastones y realizar unos movimientos realmente exagerados para conseguir avanzar un poco paso a paso. Esta persona invidente iba siempre por la calle silbando y cantando. Desde luego, independientemente de las distintas definiciones yo diría, sin miedo a equivocarme, que era completamente feliz. De nuevo, la pregunta es: ¿por qué era feliz? ¿tenía alguna razón para ser feliz? Con respecto a este y otros casos similares tal vez pueda ayudarte a responder el siguiente micro-relato “La alegría de Benito”.

Si lees esta pequeña narración, descubrirás que Benito sí tenía una, o tal vez dos buenas razones para ser feliz: el amor de su mujer y su fe. Esto ya nos va sugiriendo que la expresión “felicidad” no es totalmente unívoca al verbo “tener”, ni antónima al vocablo “carecer”, ni completamente contraria al término “dificultad”. Tal vez esté más relacionada con otras variables como el amor y el apoyo familiar y social.

No obstante, algunas personas pueden argumentar que Benito nunca había visto un amanecer y por tanto no lo echaba de menos, por ello plantearemos a continuación algunos casos diferentes de discapacidad.

Tres casos diferentes

A la hora de hacer una distinción con respecto a la felicidad, no vamos a “clasificar” a las personas con discapacidad como discapacitados físicos o psíquicos, intelectuales, con déficit visual, auditivo, sensorial, con problemas en el lenguaje o en el habla, etc. Está claro que el “lugar” donde se encuentre el déficit no es, en sí mismo, el que marca la felicidad o infelicidad de una persona.

Mi opinión es que este término, al cual de la Serna, por ejemplo, y muchos otros autores, solo se atreven a dar una aproximación y que identifican como una especie de sensación subjetiva, va unido a otros muchos como la alegría, la ilusión por vivir, el establecimiento de metas y proyectos, las emociones positivas, etc. Claro que la alegría nunca va a ser uniforme y continua; en la vida siempre hay altibajos y momentos difíciles. La cuestión es: ¿me enfrento a ellos con valentía o me hundo con ellos?

muchos de nosotros vemos algunas de nuestras dificultades más como “retos” que como “obstáculos”.

La realidad existencial vivida por una persona cuya discapacidad es consecuencia de algún déficit congénito no es la misma que la experimentada por alguien que lleva una vida adulta corriente y, en un momento determinado sufre un accidente que le deja una lesión medular, o el anciano que comienza a depender de los demás y a ver mermadas sus capacidades físicas y mentales. Cierto es, que cada persona es un mundo y reacciona de forma distinta a los avatares de la vida, pero tal vez esta distinción puede ayudarnos a comprender mejor a qué se enfrentan cada uno de estos grupos de personas.

Discapacidad congénita

Si pensamos en la definición que equipara la felicidad con algo subjetivo obtenido de la comparación con los demás, entonces las personas que tienen una discapacidad de nacimiento lo tienen más fácil. El que ha nacido sin audición no sabe lo que siente el que escucha el canto de un canario, por ejemplo. Pero este enfoque resulta claramente parcial y equivocado. Las dificultades y los sufrimientos no merman por la cuestión comparativa y, dejando envidias a parte, tampoco la felicidad.

Discapacidad adquirida

El caso de algunas personas que han sufrido un accidente y han tenido alguna lesión medular, por ejemplo, es diferente al anterior -siempre sin ánimo de generalizar pues cada individuo reacciona de forma distinta frente a una situación concreta-. Suelen experimentar una especie de shock en un primer momento, seguido de una profunda depresión.

En esta fase hay accidentados que piensan seriamente en el suicidio. Pero, poco a poco y con ayuda de expertos, familiares y amigos, enfrentan la nueva vida con una valentía y un arrojo admirables. Indagan entonces en nuevas actividades que pueden realizar abandonando la añoranza de aquellas que ya quedan fuera de sus posibilidades actuales. Algunos incluso se han llegado a convertir en atletas paralímpicos o a destacar en otras áreas. Logran ser mucho más felices que algunas personas que no tienen ninguna dificultad.

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Los escollos y obstáculos, así como incluso el sufrimiento no anulan del todo la capacidad de ser feliz. Llegados a este punto, no me resisto a repetir mis propias palabras plasmadas en el artículo sobre la Esclerosis Múltiple que figura en este mismo blog:

“Ante la multitud de héroes con discapacidad que deciden vivir y luchar, la que suscribe este artículo, a título personal, se avergüenza de Amenábar. Sin duda se equivocó al elegir al único que tiró la toalla “mar adentro” cuando solo dándose una vueltecilla por el Hospital de Parapléjicos de Toledo, habría encontrado miles de historias y verdaderos protagonistas dignos de la más grande de las producciones cinematográficas. Pero no nos hace falta una cámara artificial; tenemos la mejor de las cámaras: todos y cada uno de los ojos que saber ver más allá de las apariencias físicas.”

Dependencia surgida como consecuencia de la edad

Este colectivo se lleva la peor parte en el tema. El deterioro que experimenta una persona mayor puede abocar en una profunda depresión. Esto es porque a ciertas edades es muy difícil adaptarse a nuevas situaciones y encontrar solución a los problemas que van surgiendo. La tercera edad necesita el apoyo de familiares, amigos y de la sociedad. Aquí los poderes públicos tienen también un gran trabajo que realizar. Como siempre el amor de las personas que rodean al anciano es crucial. Una gran labor llevan a cabo también los equipos de “Música para Despertar” que estimulan y alegran a las personas mayores.

El grado de discapacidad

También el grado de discapacidad puede influir. No es lo mismo tener una movilidad reducida leve que una enfermedad o impedimento grave para llevar una vida más o menos agradable.

Variables que intervienen en la felicidad

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Para mí lo principal es:

Amar y sentirse amado. El cariño familiar es una clave muy importante para conseguir la felicidad.

Integración social y familiar. Ser un miembro activo en la sociedad, sentirse importante y realizado pudiendo ejercer un trabajo digno. Aquí influye el tema de la adaptación de los puestos de trabajo.

Tener un entorno familiar, comunitario y social estable y acogedor.

Encontrar sentido a la propia vida.
Seguro que puede añadir alguna variable más, desligada totalmente del mero hecho del “tener” y más acorde con el “ser”.

La aceptación y la adaptación son cuestiones bien importantes en lo relativo a la felicidad. A este respecto, resultan interesantes y didácticas las palabras de Tom Shakespeare, un sociólogo y escritor británico con enanismo que destaca por sus estudios en discapacidad, bioética y sociología médica. Dice lo siguiente:

“Adaptarse significa encontrar otra forma de hacer algo. Por ejemplo, una persona paralizada puede conducir, en lugar de caminar, a su destino. Se logra lidiar con la situación cuando gradualmente la persona redefine sus expectativas sobre su funcionamiento. Decide que una caminata de medio kilómetro es buena, incluso si previamente sólo hubiera estado contenta con un paseo de 16 kilómetros. Aceptación es cuando alguien aprende a valorar otras cosas: decide que en lugar de salir a caminatas al campo con amigos, es mucho más importante ser capaz de ir a buenos restaurantes con ellos. Esto nos enseña una lección importante: los seres humanos son capaces de adaptarse a casi cualquier situación, encontrar la satisfacción en las pequeñas cosas que pueden lograr y obtener felicidad de sus relaciones con familia y amigos, incluso en ausencia de otros triunfos”.

Siempre hay sufrimientos cuya intensidad resulta ser un impedimento realmente importante para lograr la felicidad, no obstante, muchos de nosotros vemos algunas de nuestras dificultades más como “retos” que como “obstáculos”.

Y ya solo quedaría plantearse la siguiente cuestión: las personas con discapacidad ¿pueden mejorar la felicidad de su entorno socio-familiar? Pero este será el tema de un próximo artículo.

Ahora, para terminar, quiero hacer un llamamiento a la sociedad demandando una verdadera y total accesibilidad universal que, contrariamente a lo que se piensa, dista mucho de haberse conseguido, el apoyo a los familiares de personas con discapacidad y la apertura y adaptación de los puestos de trabajo.

Un cordial saludo,
María Luisa Sánchez Vinader

Persona con diversidad funcional y…
Diplomada en Magisterio
Licenciada en Ciencias de la Educación

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