Llega la temporada en que los niños regresan al colegio, y con ellos, la eterna lucha contra una de las plagas más persistentes de la historia escolar: los piojos. Y es que ya en 2011 la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria calculaba que cuatro de cada diez familias españolas tienen como inquilinos en sus cabezas a los piojos. Cualquiera de nosotros puede recordar haberlos cogido alguna vez de pequeñas y pequeños, y a la vez ser testigo de su presencia en nuestros hijos y nietos. Y es que la resiliencia de estos insectos a lo largo de los años es casi un misterio para los científicos.
El caso es que lo más probable es que algún niño o niña los haya cogido durante las vacaciones estivales y al regreso a la escuela, el contacto continuo entre las cabezas y el cabello, así como el intercambio de gorras, diademas, gafas de sol o pañuelos, haya propiciado la extensión de la plaga entre todos los alumnos. Pero el peligro no se queda aquí; si la infestación, conocida técnicamente en el lenguaje sanitario como pediculosis, no se detecta a tiempo, pasará indefectiblemente a los miembros adultos de la familia a través de los juegos y los abrazos. Y ya se sabe que la familia que padece pediculosis junta, se rasca junta
Diferencia entre piojos y liendres Por lo tanto es fundamental detectar en los menores los síntomas de una pediculosis si queremos evitar que los piojos y las liendres lleguen a nosotros. Adicionalmente, también podemos tomar ciertas precauciones en los niños para dificultar el que sean infestados. A este respecto, conviene tener claro cada concepto. El primero es la diferencia entre piojos y liendres, puesto que lo más fácil de detectar son las liendres.
Con este nombre se conocen los huevos del piojo, que son redondos y de color blanco, y están pegados a los filamentos del cabello. Los piojos hembra los ponen en la raíz del pelo, por lo que cuanto más alejadas estén las liendres de esta, más tiempo llevará la pediculosis, puesto que la liendre se distancia del cuero cabelludo con el crecimiento del cabello, al que está sujeta con un líquido pegajoso.
La vida de una liendre dura de seis a siete días, hasta que eclosiona y da lugar a los estados larvarios del piojo, que se alimentan del huevo y son minúsculos y transparentes; duran hasta diez días y dan lugar a los piojos adultos, que durante unos 15 a 16 días se dedicarán a alimentarse picando nuestro cuero cabelludo y sorbiendo nuestra sangre. Después se reproducirán y morirán tras un ciclo de 35 días, dejando las hembras nuevas liendres.
Cómo distinguir las liendres de la caspa Así que el primer paso para detectar que la infestación pediculosa ha entrado en casa es localizar las liendres. Un dato fácil para localizarlas es pensar en la caspa, pues tienen un aspecto muy similar. Este hecho también complica su detección, pues los huevos muchas veces pueden pasar desapercibidos. Sin embargo, hay un método infalible para detectarlos: un buen lavado de cabeza con champú.
Si después del lavado no quedan rastros blancos en el pelo, se trataba de caspa. Pero si tras este se siguen detectando los puntos blancos, sin duda se trata de liendres. En tal caso deberemos proceder a su eliminación. A este respecto, hay que dejar claro que los champús especiales con sustancias pediculicidas, de venta en farmacia, solo funcionan contra los piojos pero no contra las liendres. ¿Qué hacer entonces?
Adquirir una lendrera. Se trata de un peine especial con las cerdas muy juntas -a veces metálicas- que al pasar por el pelo consigue arrancar las liendres y extraerlas. Tras su uso, la lendrera deberá lavarse a conciencia para eliminar cualquier rastro de huevos, y solo entonces podrá volver a usarse. Pero la eliminación de las liendres no es garantía de que hemos acabado con la pediculosis; quedan los piojos que han salido de los huevos eclosionados y que pueden reproducirse.
Si pica es que llevan rato mordiendo Los piojos de la cabeza (Pediculus humanis capitis), a diferencia de las liendres, pueden moverse, aunque ni vuelan ni saltan, con sus seis patas e ir a la parte del cuero cabelludo que más les gusta para beber nuestra sangre, reproducirse y morir, pues pasan todo su ciclo vital en nuestras cabezas. Su preferencia es la nuca y la zona de las orejas, porque son las que mejor irrigadas están y además las más calientes, puesto que a los piojos no les gusta el frío.
Allí morderán e inocularán en nuestro cuero cabelludo una saliva anticoagulante que hace que mane la sangre a gogó para que ellos tengan barra libre. Con el tiempo, estas secreciones saliváceas se tornan irritantes para nuestra piel y nos dan picores, que nos llevan a rascarnos. Es decir que cuando empiezan los picores, nuestra cabeza ya está bien colonizada. El riesgo de rascarnos demasiado es que nos hagamos heridas que se infecten y pueden incluso provocar fiebre.
El único remedio cuando ya se detecta la presencia de piojos es la aplicación de champús pediculicidas, además del aislamiento del grupo -en el caso de niños- para no retroalimentar la infestación. Cualquier otro tipo de champú no tiene efecto ni pediculicida ni preventivo. Tampoco los pediculicidas tienen efecto preventivo, por lo que no sirve de nada aplicárnoslos pensando que no cogeremos piojos.
Los mitos piojeros De hecho, poco podemos hacer para defendernos de los piojos salvo estar muy atentos a los síntomas. A este respecto, conviene tumbar algunos mitos que dificultan la detección y eliminación. El primer mito es que la mala higiene capilar fomente los piojos. Al contrario: prefieren cabellos limpios, ya que así la capa sebácea es menos gruesa y pueden morder con más facilidad el cuero.
El segundo es que se den más en los niños que en las niñas, ya que sucede exactamente al revés: prefieren el pelo largo y mullido de las mujeres, porque protege y da más calor, aunque se cree que pueda haber otros factores. En este sentido, sí es cierto que el pelo largo fomenta los piojos, y más cuando es lacio, por lo que se recomienda tenerlo corto en la parte de la nuca o bien llevarlo recogido en una coleta, con lo que se refrigera la zona del hueso occipital.
Otro mito es el que los cabellos morenos son más propensos a tener piojos; se ha comprobado que prefieren los cabellos claros, castaños o rubios, aunque no le hagan asco especial a ningún color. Finalmente, otro mito es que los animales puedan ser un vector de transmisión de los piojos, o un almacén de los mismos cuando los hemos eliminado de nuestras cabezas. En efecto, los perros pueden tener piojos, pero son de otra especie y les afectan solo a ellos. Los nuestros no se interesan por nuestras mascotas.
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