Podemos considerar la tendencia a consumir alimentos orgánicos como una moda pasajera y puede que sea así entre algunos que gustan de estar a la última en todo.
Pero el concepto de alimentación sana, basada en productos que han sido cultivados de una manera natural, sin procedimientos químicos artificiales, con abonos o antiplagas naturales y regados con agua natural no tratada, no es algo nuevo.
Quienes nos hemos criado en zonas rurales estamos acostumbrados a este tipo de cultivos. Tener una huerta para consumo propio es algo muy común en los pueblos e incluso poner a la venta los excedentes en una cesta en la puerta de las casas.
Disfrutar de un tomate recién cogido de la rama, simplemente frotándolo contra la camisa, percibiendo su aroma conforme lo acercamos a la boca y sin atisbo de olor o sabor artificial es un lujo.
Un tomate que sepa a tomate y que huela a tomate.
Y lo mismo con la fruta.
No sé si os ha pasado a vosotros, pero para mí llega a resultar frustrante ir a comprar verduras y frutas, sobre todo éstas últimas, sabiendo que no voy a disfrutar de su consumo, incluso eligiendo piezas de un precio superior.
Ya no me fijo en su aspecto, compro con la nariz, acercándola a la barquilla de fruta para cerciorarme de que aquello es realmente un alimento y no un elemento de adorno.
En la mayor parte de los casos, cuanto mejor aspecto tienen menor sabor y calidad.
Hace tiempo que tengo amigos y conocidos que han decidido tener de una manera u otra su propia cosecha de frutas y verduras.
Tienen huertos urbanos o bien han formado grupos que alquilan un huerto en zonas próximas a la ciudad y contratan una persona del entorno para que se encargue del cultivo y cuidado del mismo siguiendo el método tradicional que ahora denominamos ecológico.
Los mercados de productos orgánicos son otra alternativa, aunque debemos asegurarnos que se trata de auténtica producción ecológica.
El truco de la nariz y que ofrezcan sólo productos de temporada son las primeras pruebas que deben pasar dichos establecimientos.
Luego en casa el aroma y el sabor al consumirlos.
Aún estamos en temporada de mandarinas y las de las imágenes, además o a pesar de su precioso aspecto, estaban exquisitas.
Mereció la pena pagar lo que costaron y el precio no fue mucho mayor que el de otras que he comprado tantas veces en supermercados y que han acabado en el cubo de la basura podridas y aún sin madurar.
Éste es otro de los elementos a favor de los alimentos orgánicos.
Muchas temporadas me hago con una barquilla grande de melocotones procedentes de Lleida: se mantenían perfectos durante más de un mes, sin frigorífico y emitiendo un aroma maravilloso por toda la casa.
¡Frutas que huelen y saben a lo que son!