El cáncer, sea del tipo que sea, es una enfermedad genética, ya que consiste en el crecimiento y la división descontrolada de algunas células del cuerpo denominadas cancerosas, debido a que se producen alteraciones en los genes que se encargan de la regulación de la proliferación celular (protooncogenes, genes supresores de tumores y genes reparadores del ADN), que han podido ser heredadas de la ascendencia o causadas por errores o mutaciones en el ADN durante la división de las células o por la exposición al medio ambiente. Por lo tanto, aunque sea genética, no es una enfermedad necesariamente hereditaria, es decir, que el hecho de tener familiares directos enfermos de cáncer supone simplemente una cierta predisposición a sufrirlo, pero puede aparecer también por otros motivos y tan solo una parte de los casos son hereditarios.
Las células cancerosas se distinguen de las células normales en que son menos especializadas y no se diferencian en distintos tipos celulares como sí hacen las normales. Además, son capaces de evadir el sistema inmunitario y las señales de la muerte celular programada o apoptosis, razón por la cual continúan dividiéndose sin límite alguno, en lugar de ir reemplazándose como lo hacen las células normales con el paso del tiempo cuando envejecen o se dañan. Otra característica de las células cancerosas es que pueden llegar a formar incluso unas masas llamadas tumores, que pueden ser de dos tipos:
-Por un lado, tenemos los tumores malignos, que son aquellos que se pueden extender a los tejidos cercanos, invadiéndolos. Incluso algunas células cancerosas pueden ser transportadas por la sangre o la linfa hacia otras zonas del cuerpo y dar lugar a nuevos tumores. Además, los tumores malignos pueden volver a crecer tras haber sido extirpados.
-Por otro lado, tenemos los tumores benignos, que no se extienden, pueden ser de gran tamaño y no vuelven a crecer una vez que han sido extirpados, a diferencia de lo que ocurre con los malignos. Únicamente aquellos tumores benignos que aparecen en el cerebro pueden llegar a poner en peligro la vida del paciente.
Como sabemos, el término cáncer engloba a una amplia variedad, concretamente a 200 tipos diferentes como mínimo, cada uno de los cuales pueden ser muy distintos entre sí porque dependen de las células tisulares que se vean afectadas. Algunos de los cánceres más comunes son: carcinomas (en las células epiteliales), leucemia (en los tejidos que forman la sangre de la médula ósea), linfoma (en los linfocitos T o B), sarcoma (en el hueso y en tejidos blandos), melanoma (en los melanocitos de la piel o de los ojos) y mieloma (en la células plasmáticas). De esta manera, es posible padecer un cáncer en cualquiera de los órganos del cuerpo. En el hombre, los más comunes son el de próstata, el de estómago, el de hígado y el de colon; mientras que en la mujer, los más frecuentes son el de mama, el de útero, el colon, el de estómago y el de pulmón.
El problema del cáncer es que, debido a la similitud entre células cancerígenas y normales, es muy difícil de combatir y solamente se logra una respuesta eficiente por parte del sistema inmune cuando las células cancerígenas producen antígenos, lo cual está dificultando en gran medida el hallazgo de un buen mecanismo de vacunación. Si a este hecho le sumamos que el crecimiento de tumores no está asociado a señales inflamatorias, la respuesta frente al cáncer se complica mucho y los esfuerzos realizados por los investigadores para lograr su objetivo han de ser muy grandes, puesto que esto significa que el sistema inmunitario no solo no ataca el tumor, sino que lo tolera y en algunas ocasiones lo promueve incluso. Esta es la razón por la que en todos estos años no haya conseguido todavía encontrar una prevención y una cura para los enfermos de cáncer.
Durante muchos años, el tratamiento médico elegido más frecuentemente contra esta enfermedad, a falta de otro mejor, ha sido la quimioterapia, que consiste en el empleo de fármacos o sustancias químicas con el objetivo de intentar aminorar los síntomas del cáncer atacando las células tumorales que se están dividiéndose impidiendo su multiplicación. Sin embargo, estos medicamentos de la quimioterapia no solo atacan a las células tumorales, sino también a las células sanas, por lo que pueden tener fuertes efectos secundarios, entre los que se encuentran: reducción de los glóbulos blancos y de las plaquetas, pequeñas lesiones en la boca y en las mucosas, esterilidad, pérdida de la sensibilidad y apreciable caída del cabello. Una vez vistos todos estos inconvenientes, no es de extrañar que sea un tema de debate y que haya opiniones encontradas al respecto. Pero como siempre ocurre, tanto en la medicina como en la vida cotidiana, es cuestión de poner pros y contra en una balanza y decidir.
No obstante, últimamente, debido a la toxicidad de la quimioterapia, nos estamos decantando más por el uso de técnicas que precisamente ayudan al sistema inmune a identificar las células cancerosas para que las destruya.
Sin lugar a dudas, todas nuestras esperanzas en hallar una cura y prevención para el cáncer están puestas en la investigación. Pues bien, ha sido precisamente en el campo de la prevención donde recientemente hemos dado un nuevo paso y la inmunoterapia nos está abriendo camino. Este avance se ha logrado en Alemania, donde un grupo de investigadores de la universidad de Maguncia ha empleado unas nanopartículas con fragmentos de ADN de un tumor recubiertos de una capa de lípidos con el fin de imitar la entrada de un patógeno en el torrente sanguíneo y desencadenar una respuesta autoinmune en los tumores. La función del recubrimiento de lípidos consiste en conservar el ARN hasta su llegada a las células dendríticas, donde el ARN va a dar lugar a un antígeno específico contra el tumor cancerígeno, constituyendo así la señal necesaria para desencadenar la respuesta inmunitaria frente al cáncer. Ya se ha conseguido inducir respuestas en ratones y en una primera fase experimental en pacientes humanos con melanoma avanzado. La clave de que en un futuro esto pueda utilizarse para crear vacunas frente a cualquier tipo de cáncer es el hecho de que cualquier antígeno basado en una proteína puede codificarse en el ARN. Los resultados y avances nos hacen pensar que cada vez nos encontramos más cerca de crear una vacuna universal contra el cáncer. Está claro que aún queda mucho por investigar, pero ojalá en un futuro no muy lejano podamos hallar la cura a esta temida y misteriosa enfermedad.