¿Qué ocurre ante una inflamación?
Lo que está pasando es que el cuerpo ha reaccionado para proteger esa área de una lesión, un daño que puede ser traumático o resultado de una infección. Por cierto, con traumas nos referimos a la vertiente física, es decir, heridas.El cuerpo reacciona inmediatamente favoreciendo que los vasos sanguíneos se dilaten de manera que en esa zona se acumula más cantidad de sangre; eso explica cierto grado de hinchazón y el aumento del calor.
Tipos de inflamación
Proceso inflamatorio agudo: es temporal, y una vez reparado el trauma todo vuelve a ser normal.Inflamación Crónica: Cuando la reparación no es posible, o los daños suceden de una manera constante, un proceso inflamatorio sostenido en el tiempo y que no termina de remitir dado que no termina de haber una buena recuperación. Algo que ocurre con las enfermedades autoinmunes.
De las enfermedades autoinmunes, también la obesidad es uno de los principales desencadenantes de la inflamación crónica.
¿Puede la alimentación mejorar esta situación?
La respuesta es afirmativa, en este caso el objetivo de esta dieta no es la pérdida de peso, (aunque indirectamente se podría ver beneficios si controlamos la obesidad), si no el de disponer de nutrientes que participan en estos procesos inflamatorios que describimos anteriormente.Quizá los mejor estudiados sean las grasas, las insaturadas concretamente. Sin embargo, no sirven todas, pues hay algunas que lo que hacen es precisamente incrementar la inflamación, como el omega-6. Pero ello no sucede con otras grasas insaturadas, donde existen estudios que han observado que, por ejemplo, los ácidos grasos omega-3 participan mejorando y reduciendo dicha inflamación.
Aceite de oliva, lino, chía, nueces, y pescados grasos como el salmón, sardinas, anchoas, truchas, atún, caballas o arenques son una fuente estupenda de omega-3. Sin embargo, cada vez existen más evidencias de que el equilibrio entre estas grasas insaturadas es más importante que las cantidades que ingerimos. ¿Qué significa esto? Que deben estar en proporciones adecuadas entre sí.
El problema es que la alimentación actual sobrepondera en exceso a grasas del tipo del omega-6, mientras que tenemos carencias de omega-3.
En el pasado, los hábitos alimenticios favorecían que el ratio omega-3: omega-6 fuese de 1:1, o de 1:2 a lo sumo. Es decir, se consumían en misma cantidad o el doble de omega-6. Las dietas actuales oscilan alrededor de cifras de 1:15 y hasta de 1:30. Es decir, en nuestra dieta actual consumimos entre 15 y 30 veces más omega-6 que omega-3. Las personas que consumen grandes cantidades de productos animales como carne, embutidos, lácteos, productos elaborados con soja y aceites de girasol o maíz están en claro riesgo.¿Bastaría entonces con incorporar alimentos ricos en omega-3 hasta reequilibrar estos ratios?
No es tan sencillo. Por ejemplo, es cierto que los pescados grasos son una fuente de omega-3, pero los mejores son los de pesca salvaje, no de piscifactoría, dado que ni su alimentación ni su forma de vida son equivalente.Pero aún más, si consumimos más alimentos con omega-3, pero no hacemos nada más, el ratio puede ser correcto, pero la cantidad total de grasas es muy elevada, y esto tampoco es bueno. Por tanto, a la vez que incorporamos alimentos ricos en omega-3 deberíamos reducir la ingesta de alimentos con omega-6. No es un trabajo sencillo, pero sólo así podremos restaurar el equilibrio omega-6: omega-3, esencial en la prevención y el tratamiento de enfermedades crónicas y los procesos de inflamación crónica.
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