La vacunación es seguramente el tema más controvertido de la salud pública moderna. Es, literalmente, un tema que levanta pasiones. Y no es para menos puesto que la salud de nuestros niños y mayores está en juego.
No pretendo discutir el tema de forma exhaustiva en un breve artículo, sino compartir algunas ideas básicas que, a mi parecer, son de sentido común y que cualquiera con honestidad intelectual debería plantearse. Mi objetivo no es el de echar más leña a un debate que ya está bastante calentito, sino el de animar a la investigación personal de cada uno. El fin último es el clásico (y difícil) “hablando se entiende la gente.” Para ello te pediría que por un rato dejes de lado tus conocimientos preconcebidos sobre el tema y leas este artículo con mente crítica, pero abierta.
"El mayor obstáculo para la investigación no es la ignorancia, sino la ilusión del conocimiento.” Daniel Boorstin
Extremismos: nunca fueron buenos
Existen básicamente dos extremos en esta conversación que desde sus trincheras dialécticas se atacan constantemente en foros y otros medios sociales. Por lo general, cruzan afirmaciones exageradas, obsoletas o parciales. Por un lado están aquellas personas que niegan que las vacunas hayan ayudado en algún modo a proveer inmunidad contra ciertas enfermedades infecciosas, a pesar de que hay datos y evidencia suficiente para afirmarlo. En el otro extremo, tenemos a aquellos (la mayoría) que piensan que las vacunas son una panacea que ha erradicado por sí solas muchas enfermedades (la poliomelitis: el clásico ejemplo), cuya eficacia está sobradamente probada y sus riesgos son prácticamente inexistentes. Los que pertenecen a este último grupo piensan que están del lado de la ciencia y la racionalidad, y que aquellos con otra perspectiva están simplemente mal informados y son algo irresponsables, puesto que se trata de un tema de salud pública. En mi opinión, las dos visiones son simplistas y no están en lo correcto.
Vacunas: ¿un derecho individual o colectivo?
Pero aún en el caso de que uno de los dos grupos estuviese en lo cierto, deberíamos ser libres de decidir que hacer o no hacer con nuestros cuerpos o aquellos de nuestros familiares y niños. Por ejemplo, yo prefiero no fumar y no me molesta que otros lo hagan. La salud personal es cosa de cada uno. Sin embargo, en el caso de las vacunas, no es tan sencillo porque hay algo que se interpone entre este derecho básico individual y el de aquellos que, en teoría, quieren estar protegidos a pesar de no poder vacunarse. Me refiero a la inmunidad de grupo o rebaño. Si no fuese por esto, nadie podría argumentar en contra de la “vacunación a la carta”: que cada uno tome responsabilidad por su salud (y sus vacunas); si quieres estar inmunizado, te pones la vacuna, de lo contrario, no lo haces. Así de sencillo.
La inmunidad de grupo
La inmunidad de grupo es una teoría que afirma que si la mayoría de personas de un grupo desarrollan inmunidad (por medio de vacunas o de forma natural) es más difícil que se propague una enfermedad infecciosa a aquellos que sí son susceptibles. Se sobreentiende que para que la inmunidad de grupo alcance su umbral mínimo de efectividad el 95% de la población debe tener inmunidad a la enfermedad infecciosa. Por eso las instituciones sanitarias se esfuerzan por alcanzar ese 95% en sus campañas de vacunación. Repito: si no existiese la inmunidad de grupo los estados y naciones no tendrían un argumento para sus campañas de vacunación masiva. ¿Se trata de un mito o de realidad?
En principio, esta teoría tiene lógica, pero aún no ha podido ser demostrada y presenta graves flaquezas (sí alguien tiene pruebas o estudios inequívocos que por favor me los mande). Ésta es la realidad: la inmunidad que confieren las vacunas no dura toda la vida (sólo adquirir la enfermedad naturalmente lo hace). Se estima que en el mejor de los casos viene a durar unos diez años. Por lo tanto, la mayoría de adultos que fueron vacunados hace décadas (incluso considerando las vacunas “de recuerdo”) están desprotegidos. Es decir, ningún país occidental puede presumir realmente de tener el tan deseado 95% de la población protegida (ni siquiera un 50%) y aún así no sufrimos epidemias de enfermedades infecciosas. La inmunidad de grupo suena bien pero en la realidad es un mito…hasta que se demuestre lo contrario. Y esto nos lleva a una conclusión: nadie debería coaccionarnos a vacunar basándonos en esta teoría, puesto que hace aguas. Las vacunas deben ser una elección personal.
Vacunas: conflicto de intereses
Espero que nadie me llame “conspirador” por mencionar lo obvio: las vacunas son un negocio, y uno grande. Esto implica un conflicto de intereses muy claro y tenemos, los interesados, que tenerlo en cuenta ya que existe la posibilidad muy real de que los estudios científicos y las noticias sean interpretados de forma sesgada; es humano. Y con esto, caso cerrado.
Paracelso: el veneno está en la dosis
Ya he dicho otras veces que la lógica es superior a los estudios científicos epidemiológicos. Me explico, estos días mientras escribía el artículo me he encontrado con frecuencia con frases similares a ésta: “…la investigación científica ha demostrado que la vacuna X o Y, incluso cuando administradas de forma conjunta, son seguras…” La lógica dice que inyectar un cóctel de sustancias extrañas a través de la piel (nuestra primera defensa) directamente en el cuerpo no puede ser bueno ni saludable, y de hecho causa una reacción inmunológica fuerte…Otra cosa son las estadísticas y sus interpretaciones. Al igual que la mayoría de intervenciones médicas (fármacos, cirugía…etc.) se trata de una práctica que entraña un riesgo, punto. Cuando los estudios afirman “es seguro” que nadie piense que esto es como beber agua (algo natural).
La lógica, siguiendo a Paracelso, también dice que poner dos vacunas es más tóxico para el cuerpo que una, poner tres más que dos, ponerlas seguidas sería peor que dar más tiempo al cuerpo para detoxificar…etc. Ningún estudio toxicológico (i.e. simplificación estadística de la realidad) puede convencerme de lo contrario. La cuestión aquí es tener esto claro y enfrentarlo como un análisis de riesgo y beneficio (más sobre esto abajo).
¿Son las vacunas seguras?
Depende de lo que entendamos por “seguras.” Sí yo le pregunto al padre de un niño que resultó dañado por una vacuna seguramente me dirá que no. ¿Crees que esto es algo mitológico o que ocurre en “uno entre un millón”? Pues que sepas que el gobierno de los EEUU tiene un fondo de compensación destinado exclusivamente a familias con este problema (visita su página aquí) mediante el cual se reparten millones de dólares por daños. Si yo, en cambio, le pregunto a otro padre que no tuvo ningún problema la respuesta será distinta. El caso es que ni tu vecino, ni tu pediatra, ni tu doctor de cabecera deberían afirmar que las vacunas son “seguras”, porque esto es un término relativo que significa distintas cosas según que persona. Lo que sí deberían hacer es aportar estadísticas fidedignas al respecto. El problema, que me molesta, es que no se hace.
Si yo quiero decidir si operar a mi hijo de apendicitis es la mejor solución, necesito saber cuáles son las estadísticas y posibles escenarios de hacerlo o no hacerlo. Con las vacunas, en cambio, se tiende a saltar este paso porque la versión convencional más extendida es que son “seguras” y “eficaces.” Pero, repito, estos son calificativos que tienen un significado relativo.
Para decidir de forma responsable vacunar a un niño o adulto contra una enfermedad concreta (hepatitis, rubeola, sarampión, varicela, gripe…etc.) se debería tener en cuenta lo siguiente como mínimo:
– ¿Cuál es el riesgo de contraer la enfermedad?
– ¿Una vez contraída, es la enfermedad peligrosa? ¿En qué porcentaje?
– ¿Cuál es el riesgo de una reacción adversa de la vacuna? En ese caso, ¿qué porcentaje es peligroso?
– ¿Qué efectividad tiene la vacuna?
Esto es un análisis básico de riesgo y beneficio. Por ejemplo, yo no me voy a vacunar de la gripe porque es un virus que muta con frecuencia y el riesgo de muerte por gripe en mi intervalo de edad es tan reducido que prefiero tomar otras medidas más naturales.
Otras variables que padres y pediatras deberían tener en cuenta es la dosis de vacuna en relación al peso del niño/a, la posible toxicidad de administrar varias vacunas al mismo tiempo, posibles alergias de ciertos niños a algunos ingredientes concretos de la vacuna…etc. Pero, por desgracia, nada de esto se está teniendo en cuenta todavía.
Las vacunas: ¿el único camino a Roma?
Este no es un concepto de “ciencia marginal.” Está archicomprobado por científicos y profanos que el terreno importa. El experimento se ha repetido en multitud de ocasiones. Si cien personas son expuestas a un virus o bacteria, un cierto porcentaje desarrollará un cuadro infeccioso pero no el 100%. ¿Por qué? Porque el estado del sistema inmune de cada persona influye y si alguien está más fuerte se podrá defender mejor y rechazar al invasor. Esto es importante porque debemos recordar que las vacunas no son la única forma de desarrollar y fortalecer la inmunidad. La alimentación y la utilización de substancias naturales que optimizan nuestro sistema inmune (vitamina C, D…etc) entre otras cosas, deberían ser parte de una estrategia amplia para mantener a nuestros niños y mayores sanos. Pero, ¿cuándo fue la última vez que leíste un artículo científico comparando los casos de infección en niños amamantados con leche materna con aquellos que no lo estaban? ¿o cómo influye la vitamina D en la incidencia de contagios? Quedan muchos estudios epidemiológicos y toxicológicos por hacer, algunos de los cuales no están en la lista prioritaria de las empresas farmacéuticas…
CONCLUSIÓN
Ya basta de simplificaciones, de acusaciones de un lado y de otro. La vacunación y la inmunidad es un debate complejo que está lejos de quedar resuelto. Hace falta más investigación y análisis objetivo.
Administrar una vacuna es una intervención médica, no algo natural. Por ello, en un mundo perfecto, la vacunación debería plantearse como una elección personal sin presión por parte de las instituciones ni de los médicos que las administran por los motivos antes expuestos. Los padres e interesados tendrían el derecho a tomar decisiones informadas y decidir qué vacunas y cuándo administrarlas a sus hijos, dependiendo de los análisis de riesgo y beneficio de cada enfermedad y vacuna. Los médicos deberían ayudar a los padres y otros adultos a interpretar esta información, y también plantear posibles alternativas naturales y probadas para ayudar y fortalecer al sistema inmune.
Hay claros conflictos de intereses e inercia intelectual en este tema, pero afortunadamente cada vez hay más investigadores pioneros que se atreven a disentir y hablar de la otra cara de la moneda promoviendo mayor transparencia e investigación. Las compañías farmacéuticas hacen su labor empresarial muy bien, somos nosotros los que tenemos que ejercer el sentido común, la racionalidad y defender nuestros derechos por una salud mejor para todos. Más vale prevenir que curar.
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