Si hay algún tema sobre el que se han escrito ríos de tinta, ese ha sido sin lugar a dudas la ya célebre y distinguida autoestima y, aun así, me sigue pareciendo que la mayoría no tiene muy claro de qué va el asunto. Hay muchos cabos sueltos y un gran desconocimiento en general por el mal uso que se ha hecho del propio concepto.
A mi humilde parecer y gracias a un empeño exacerbado de un nuevo positivismo mal enfocado y desmesurado basado en frases diarias de coleccionista, este concepto se ha convertido actualmente en uno de los más desvirtuados que existe en el campo de la educación emocional. Supongo que es el precio a pagar por dejar que ciertas nociones técnicas salten al asfalto donde son atropelladas hasta dejarlas rotas, huecas y prácticamente carentes de significado. Sospecho que esto no es sino otro ejemplo más de las consecuencias de la globalización. Que, por cierto, ni me la nombren. Y es que hoy en día todos saben de todo.
Vayamos por partes y lo primero es lo primero. La definición de autoestima pasa por entender antes que nada la idea de autoconcepto, pues no se entiende la una sin la otra. O, mejor dicho, la primera se cimenta en la segunda. Auto percibirse pasa por entender y aceptar la imagen propia, no sólo desde un punto de vista pura y estrictamente físico, sino también y más importante mental y psicológico. La imagen que tenemos de nosotros mismos se va formando desde nuestra más temprana edad, desde la infancia. Ahora bien, que la idea que tenemos de nosotros mismos concuerde con la realidad es ya otro tema que daría para otro escrito u otros tantos. Lo cual no descarto. Sea como fuere, el caso es que la autoestima se podría definir como la emoción que resulta de la aceptación de esa imagen propia, de ese tándem formado por cuerpo y psique.
Dicho todo esto, el error que se comete al hablar de autoestima y al que me refería al principio de este escrito, es entenderla como una autoevaluación positiva continua en todo lo que hacemos diariamente, cuando en realidad, la autoestima pasa por entendernos y percibirnos con la mayor objetividad posible, lo más ajustado posible a la realidad.
Luego, en segundo lugar, pero no menos importante, hay que aceptar nuestro autoconcepto. Eso hará que nos amoldemos con más facilidad a los cambios vitales que se irán produciendo a lo largo de toda nuestra vida. De hecho, el autoconcepto cambiará según las fases de vida en la que nos encontremos, viéndose alterado y modificado en más de una ocasión según las circunstancias exijan.
Es obvio que la autoestima juega un papel fundamental en nuestra salud mental. Una autoestima correcta, apropiada y ajustada a la realidad supone una interacción adecuada y auténtica con la vida y con las personas. Y lo más importante, una interacción sana, sin extremos, sin desbordamientos interiores y desmesurados tan de moda en la actualidad. Una interacción con la vida que merezca la pena ser vivida por su innegable legitimidad, por su certeza y por la tranquilidad y el sosiego que el conjunto de todo ello nos va a generar en nuestro interior.
Así, no es de extrañar que se den tantos casos de baja autoestima o de ansiedad y estrés generados por desajustes y desequilibrios que la propia persona favorece en su particular y erróneo encuentro con la realidad. Una autoestima correcta es además el fundamento de unas relaciones interpersonales también saludables, todo lo cual genera actitudes y comportamientos provechosos y con incalculables beneficios para la salud mental. Diría que no es cuestión de una frase de libro diaria motivadora, que dicho sea de paso no están mal, sino más bien de una autopercepción correcta con la autorresponsabilidad que ello conlleva.
Sólo cuando aprendas a mirarte con objetividad y a quererte del mismo modo, serás realmente libre.
Nota: El artículo ha sido publicado originalmente en Saludterapia.