Muchas veces tendemos a pensar que las emociones son buenas o malas en función de cómo nos hacen sentir. Si estamos alegres y excitados por una buena noticia, un buen resultado o una experiencia divertida y agradable, creemos que eso es lo bueno, lo que tendría que ser. Nos gustaría vivir siempre en ese estado, ya que nos hace sentir bien.
De lo que muchas veces no nos damos cuenta es que la tristeza, la ira o el miedo, por ejemplo, también son emociones que forman parte de nosotros. Y, aunque nos hagan sentir cosas desagradables, son emociones positivas en el sentido de que nos aportan información igual de valiosa que las demás sobre lo que nos sucede. Eso puede ayudarnos a comprendernos mejor, a adaptarnos, a crecer y a evolucionar como individuos. De ahí la importancia de prestarles la atención que merecen.
Por tanto, yo considero que no hay emociones buenas o malas, sino que hay emociones valiosas. Todas y cada una de ellas lo son. Las más agradables y las menos. Nos guste más sentirlas o nos guste menos. Y están ahí para mostrarnos algo, lo que sucede es que muchas veces tenemos miedo a ver qué es eso que quieren enseñarnos.
¿Te ha pasado alguna vez que te has enfurecido tanto que no podías expresar tu cabreo con palabras? Quizá hayas descargado esa tensión haciendo deporte excesivo, comiendo incontroladamente, con los videojuegos o llorando de pura rabia. O quién sabe, con algo mucho más dañino para tu salud que eso. ¿Y te ha pasado que has tenido tanto miedo, que eso mismo te ha asustado lo suficiente como para no querer afrontarlo? ¿Que te ha dejado completamente bloqueado y sin saber qué hacer?
Si es así, déjame decirte que está bien, es algo natural, nos ha pasado a todos de un modo u otro en algún momento de nuestras vidas. Pero cerrar los ojos ante lo evidente, no es lo que más puede ayudarte. Mirar a lo que acontece con firmeza, a pesar de todos los miedos, a pesar de todas las dudas, eso sí puede hacerlo.
Soy muy consciente de que mirar de frente a nuestras propias emociones puede llegar a dar mucho miedo, sentirte “fuera de tus casillas” y sentir que pierdes el control, asusta. Puedes creer que si lo haces vas a estropear algo, o quizá perder a alguien a quien quieres. Quizá tengas miedo a sentirte más solo e incomprendido de lo que ya te sientes, pero no te imaginas lo importantísimo y vital que es expresar aquello que llevas dentro y que tanto te atormenta. Aquello que llevas cargando durante tanto tiempo a tus espaldas y de lo que, a veces, ni tú mismo te das cuenta.
Para perder ese miedo a nuestras propias emociones debemos comprenderlas y, para comprenderlas, debemos permitirnos sentirlas. Sentir esa incomodidad, respirándola, dándole el espacio y la atención que requieren y sabiendo que los malos ratos pasan. Y cuando pasan, llega la calma. También sabiendo que siempre habrá alguien ahí, para ti, si te lo permites.
No voy a recomendarte, y mucho menos pedirte, que hagas ese cambio de hoy para mañana. Ni si quiera que hagas el cambio. Si ha de llegar, llegará. Como bien dicen, “las cosas de palacio van despacio”. Pero sí me gustaría transmitirte el mensaje de que es posible cambiar eso si uno quiere de verdad. Y que se siente maravillosamente bien cuando se consigue. Tienes pleno derecho a sentir todo lo que sientes y también a expresarlo. Y se puede trabajar en ello, para hacerlo de una manera constructiva y segura.
Si lo pensamos bien, las emociones no tienen el poder que le otorgamos. Ellas por sí mismas no hacen nada. ¡¡El poder está en lo que nosotros mismos hacemos bajo su presencia!! En la sociedad de hoy en día estamos acostumbrados a evadir aquello que no nos gusta, lo contradecimos, luchamos contra ello o escapamos directamente. Pero no nos gusta estar ahí, sintiendo, respirando nuestras emociones. Es demasiado incómodo e incluso doloroso, ¿verdad?
Te digo, de corazón, que no hay nada peor que tapar y cubrir aquello que sentimos, nada peor que ignorarlo, porque cuando lo hacemos es como una bola de nieve que cada vez se hace más y más grande. Hasta que llega un punto en que ya cuesta demasiado frenarlo. Y ya sabéis lo que dicen, ¿no? Que si no paras tú ya lo hará la vida por ti. ¡Y cuánta razón!
En definitiva, me parece una gran idea que trates de extraer información de esas emociones que sientes y vives para aprender a ser cada vez más resiliente, para disfrutar de la vida y para adaptarte de un mejor modo a todo aquello que te sucede. Vive más desde la audacia y el atrevimiento y no tanto desde el miedo.
Confía en ti, confía en la vida. Porque si eres capaz de hacerlo, te aseguro que solo tendrá cosas bonitas que ofrecerte.
Tan sólo vive desde el amor, desde el corazón.
Nota: El artículo ha sido publicado originalmente en Saludterapia.