Qué complicado es el ser humano. A pesar de los años que llevemos por aquí, seguiremos asombrando como especie. Seguro. En realidad, creo que el comportamiento humano nunca dejará de fascinar. Hay algo en nuestra forma de ser que maravilla y repele a partes iguales. No obstante, aunque a veces se haga difícil, es necesario quedarse con la parte más hermosa y positiva de nuestra conducta. De otra forma, podría ser aún más duro. Aun así, cuando las emociones son intensas, no hay razonamiento que valga.
Parece que existe un acuerdo tácito, pero irreal según el cual se asume que todos sabemos manejar y canalizar nuestras emociones de una forma equilibrada y armoniosa. Y, sinceramente, nada más lejos de la realidad. No hay más que echar un vistazo al propio entorno. La mayoría no sabe si quiera qué hacer consigo mismo. Pero no hay culpables. Aparentemente, claro. La cosa está en que nunca nos han enseñado a lidiar con nuestras sensaciones ni con nuestras emociones más allá de unos cuantos mecanismos básicos primarios aprendidos con rudeza a fuerza de una pésima imitación.
El arte de estar a gusto en la propia piel y en la mente no tiene precio, pero en la actualidad, es pedir demasiado. Tampoco existe manual para manejar al alma cuando esta se desborda a pesar de que lo hace con frecuencia según veo. Sería maravilloso poder acudir a un libro cuando pasa, pero mucho me temo que estos temas no están del todo recogidos como Dios manda. Como mucho, se pueden encontrar trozos sueltos esparcidos aquí y allá. Poco más.
A veces los sentimientos que invaden el alma son tan potentes que apenas son explicables. Puede ser una discusión con un familiar, un mal día en el trabajo, la relación de pareja que no va del todo bien o incluso un poco de cada cosa. El caso es que te sientes mal, la pena te inunda y te ahoga. Tocado y hundido amigo.
Afortunadamente, y esto es lo bueno, saber manejar las emociones propias es algo que se puede aprender, independientemente de nuestras experiencias vividas, de la etapa en la que nos encontremos o incluso de los años que tengamos. Y existen además varios mecanismos para ello. Controlar las emociones propias pasa antes que nada por reconocerlas, entenderlas y aceptarlas. Saber en que preciso punto de toda la ecuación se disparan las emociones, hará que puedas controlarlas de una forma más eficaz e inmediata. Dicho lo cual, hay que aceptar que la vida está llena de sinsabores y que los altibajos forman parte de nuestra cotidianidad.
Hablar y sacar a la luz todo aquello que nos lastima es otro mecanismo que aliviará en gran medida la intensidad de lo acontecido. Liberar las emociones mediante la palabra es básico para rebajar la magnitud de los hechos. No se trata de contener todas las emociones. Se trata de escucharnos y entender qué es lo que subyace a nuestro padecer. Esto sólo se consigue mediante nuestra herramienta más potente, el habla.
Por último, es fundamental considerar nuevos puntos de vista sobre la situación. Ello hará que le demos un significado distinto a nuestra historia y a la forma en que la vivimos, la sentimos y la interpretamos. Entender diferentes modos de reaccionar y de sobrellevar las emociones hará no sólo que explores y descubras nuevas maneras de responder frente a los diversos contextos, sino que estreches lazos con los demás, potenciando tus relaciones sociales y abriendo tu mente al cambio.
Se impone aprender a manejarnos de forma autónoma como seres totalmente aptos para la vida y para lo que está por acontecer, que seguro será igual de potente o más que nuestras propias emociones. Una existencia sana y feliz es totalmente posible.
Nota: El artículo ha sido publicado originalmente en Saludterapia.