Quizá no exista nada tan negativo o peligroso como el miedo.Jawaharlal Nehru
El miedo es una de las fuentes de sufrimiento más comunes que existen. Frecuentemente, cuando nos sentimos mal, si vamos desgranando el problema hasta llegar a la raíz, veremos que detrás hay un sentimiento de miedo.
¿Pero miedo, a qué? ¿Cómo se forman nuestros miedos? Muchos de nuestros miedos (no todos), provienen de las heridas de tu niño interno. Es decir, los sentimientos y emociones negativas que experimentaste cuando eras niño, crearon unas heridas que han quedado grabadas a nivel inconsciente. Son heridas difíciles de recordar, pero que nos programan sobre como funcionar a lo largo de nuestra vida cuando experimentemos situaciones similares o que nos recuerdan a aquellas de nuestra infancia.
Hay aquella persona que se agarra desesperadamente a una pareja que sabe internamente que tiene que soltar... ¿qué hay detrás? Un miedo al abandono, puede que cuando era niña le faltara reconocimiento, o que aprendiera que sus deseos no eran tan válidos como los de los demás.
¿Y aquella persona con un miedo terrible al compromiso? ¿O con un miedo a dejar ver a otra persona su vulnerabilidad? Puede que ese niño tuviera una madre que invadiera su espacio vital, y que, por esa razón, vea con terror volver a compartirlo. Puede que cuando de pequeño expresó sus emociones, la respuesta que obtuvo fue negativa o le enseñaron que eso no se hacía.
Todas estas experiencias se nos quedaron grabadas y, aunque no nos acordemos de ese niño que un día fuimos, formaron un programa des del que seguimos funcionando, muy probablemente, a día de hoy.
Si queremos ser un adulto responsable, con capacidad para afrontar los retos que se nos presenten de la mejor manera y no desde la herida que llevamos, debemos desprogramarnos para programarnos de nuevo con un programa que se adapte mejor a lo que queremos conseguir y a la persona que queremos ser.
Las emociones que sentimos en nuestro día a día son pistas importantísimas para investigar porque sentimos lo que sentimos y porque reaccionamos de la manera que lo hacemos.
Con paciencia, autocompasión y mucho amor, podemos parar cuando no nos sentimos como queremos. Aprender a parar en estos momentos nos permite poder preguntarnos que estoy sintiendo, sostener la incomodidad para saber de dónde viene este sentimiento y poder gestionarlo e interpretarlo de una manera diferente.
Ahí reside nuestro primer y más importante trabajo, en auto conocernos, en explorar quienes somos, que sentimos y porque hacemos lo que hacemos. Nuestra interpretación de la realidad puede ser cambiada con esfuerzo, pero primero debemos saber quiénes somos. Si seguimos las pistas de nuestras emociones, podremos descubrir cómo es nuestro niño interior para construir un adulto reflexivo des del que movernos y actuar. Saber que nos hace sentir bien y que nos hace sentir mal es indispensable para estar bien con nosotros mismos y construir un buen amor propio, la base indispensable para poder relacionarnos de manera sana con los demás.
El autoconocimiento es un viaje intenso, nada fácil, pero con una gran recompensa.
De aquí la importancia de reconectar con nuestro niño interior, poder preguntarle, escucharlo desde nuestro adulto actual para integrarlo, darle aquello que necesita para sanarlo y poder liberarnos de esas heridas para reprogramarnos tal y como queremos ser.
Parece ser que este es el viaje que hemos venido a hacer en esta vida. Sanar para avanzar y poder movernos desde otro lugar.
¡Feliz viaje!
Nota: El artículo ha sido publicado originalmente en Saludterapia.