Y ahora, en la peor de mis pesadillas, veo ese mismo río repleto de compuertas, de presas, puestas a cada pocos metros unas de otras. El agua, estancada y putrefacta y llena de tóxicos, apenas filtra unos hilitos marrones entre las grietas que hay en cada compuerta.
Nuestro cuerpo funciona igual. Es como una gran masa de agua a la que hemos puesto voluntariamente y por ignorancia unas compuertas a cada pocos centímetros y por lo tanto el agua no puede circular libremente.
Si quitamos las compuertas, los bloqueos, el agua y la vida empezarán a fluir.
¿Cómo se abren las compuertas para que fluya el agua?
Con el entrenamiento continuado de estas prácticas, con paciencia, empieza a derrumbarse compuerta tras compuerta, produciéndose así instantáneamente el bombeo rítmico de nuestra energía interior.
Como una estación de radio a la que colocas nuevas y potentes antenas que esparcen sus ondas más allá, el ser empieza a latir con más fuerza.
La mera sensación que experimenta al concentrarse y percibir esa energía en movimiento, produce al humano una extraordinaria paz pues, se sabe, lleno de vida.
Está despertando. Su emisora está emitiendo ondas de armonía
¿Eso es todo?
No. Hay más.
Debajo del río, al fondo, muy al fondo, tras capas y capas de arena, se encuentra escondido un preciado elixir, un líquido aún más valioso que el agua pero curiosamente aún más abundante.
Hay una fuerza interior que te da la vida —búscala—. En tu cuerpo hay una joya preciosa —búscala—. Oh, sufí errante, si estás en busca del mayor tesoro, no mires fuera, mira dentro, y —búscalo—. Rumi
Y para encontrar esa joya, el humano debe perforar cual buscador de petroleo, atento, muy atento a los brotes que surgen del interior.
¿Cómo? Mediante la meditación, es decir, mediante la acción concetrada de su atención para convertir su energía en un laser más que en un haz de luz difuminado.
¿Cómo?
Al inspirar, sé que estoy inspirando.
Al exhalar, sé que estoy exhalando.
Al inspirar, soy consciente de todo mi cuerpo.
Al exhalar, soy consciente de todo mi cuerpo.
Al inspirar, calmo todo mi cuerpo.
Al exhalar, calmo todo mi cuerpo.
Sutta Anapanasati. Discurso de Buda sobre la plena conciencia de la respiración.
Así, día tras día, todos los minutos posibles. Con paciencia e ilusión, con infatigable persistencia, observando más que buscando, presenciando más que indagando, lo lograremos, sin duda lo lograremos.
¿Eso es todo?
No. Hay más.
Veo una clásica escultura griega, proporcionada. Su visión arroja sobre mí fortaleza y hermosura a partes iguales y me pongo a pensar cómo lo hacían, cómo se entrenaban, si tenían escaleras mecánicas para subir a sus gimnasios o si compraban barritas energéticas y realizaban las mejores dietas milagro al tiempo que tomaban batidos detox de aguacante y mango.
Y entonces, Ares, el Dios guerrero, perplejo ante los pensamientos de un ser humano en los principios del Siglo XXI engañado y cegado por modas y adorador de la última ciencia descubierta, ante mis preguntas, responde:
καλλος (kallos = hermoso) y σθενος (sthenos = fuerza).
Calistenia, hijo, calistenia.
Levanta tu peso. Sálvate tú primero. Muévete. Explora hasta el último movimiento de tu cuerpo. Haz el pino. Haz volteretas. Salta. Repta. Estás vivo, joder. Que se note.
¿Eso es todo?
No. Hay más.
Veo un cuerpo tenso pero al mismo tiempo increíblemente relajado. Una mezcla entre ocasionales dentelladas de dolor, y placer. Una combinación entre libertad, y conciencia.
Estoy hablando del frío.
El frío es uno de los mejores amigos del ser humano. Las incursiones controladas en agua helada nos desinflaman el cuerpo entero. Piel, órganos internos, miedos, tensiones. Todo se desinflamada. Todo aquello que no necesitamos, tiende a desaparecer.
“El agua baja a temperaturas de 8 ó 9º. El frío te corta la respiración, pero lo único que tienes que hacer es relajarte, entonces, tienes un maravilloso margen de tiempo de unos 10 ó 15 minutos y de repente todo está bien. El frío potencia el cerebro, lo bombardea con sustancias químicas cada vez que te sumerges en agua helada. Todo tu cuerpo cobra vida. Y a medida que tu cuerpo se adapta, cada vez te cuesta menos, hasta que un día, después de un año, tu cuerpo empieza a necesitar el frío”. Craig Foster, Mi maestro el pulpo
¿Cómo se hace?
Justo después de hacer las respiraciones de este vídeo, entra al agua helada. Ya sea en una fría ducha de invierno, en un río, o en el mar del cantábrico un enero cualquiera. Entra y sal, dos veces, tres veces, las que necesites para acostumbrarte. A medida que vayas perdiendo gradualmente el miedo, entra lentamente, sumérgete dejando la cabeza fuera, y lleva la atención a todo tu cuerpo. En lugar de huir por el dolor, trata de acercarte a él, de sentirlo en toda su intensidad.
¿Es difícil? Claro que lo es, así entrenan los guerreros.