Cuando se convive con el dolor, la cabeza se convierte en un cocktail de emociones y pensamientos que siento la necesidad de compartir, porque creo que así me ayuda a desahogarme, y además me siento más comprendida y a la vez más apoyada.
Es muy difícil vivir con dolor, yo diría que más bien es sobrevivir. No estamos preparados para soportar un estado de dolor permanente que te incapacite para hacer tus actividades diarias. Cuando no te toca algo así, sientes que lo que tienes es “porque tú lo vales”, que te lo mereces, que tienes derecho a ello, y no necesitas pensar en ello. Está ahí y lo disfrutas. Me refiero a cosas tan simples como respirar, sentir el sol, el viento, a darte una ducha con agua calentita, a caminar o hacer ejercicio, o incluso a hacer planes como viajar, o salir al teatro, al cine, a comer, a tomar un café, a una fiesta, etc.
Desde lo más cotidiano a lo más complejo, me toca enfrentarme a ello con dolor, ser consciente y disfrutar si puedo, o aceptar cuando mis limitaciones alzan el hacha de guerra y me bloquean hasta el alma.
Escribo entre lágrimas, porque soy positiva pero también humana, y me siento impotente. Me quería comer el mundo y es el mundo el que me está comiendo a mí, o al menos lo intenta. Claro que lucho, que me agarro a la vida como una lapa, pero a veces me enfado con la vida por ponérmelo tan difícil, y la frase que me acompaña siempre, “todo pasa por algo”, se diluye y se convierte en un engaño, en algo en lo que necesito creer para dar sentido a tanto caos.
Venga, que tú eres muy fuerte, que eres una luchadora, que tienes muchos motivos para ser feliz… ¡por supuesto! Lo sé, lo reconozco, lo valoro más que nunca en mi vida. Pero si cada día según abres los ojos por la mañana, sientes que tu cuerpo no quiere responderte, que te duele hasta el alma, tienes que decidir entre echarle valor y sacar fuerzas de donde no las hay para tirarte de la cama a empezar un nuevo día, que por supuesto no has planeado porque depende de lo que “duela”, o darte la vuelta, cerrar los ojos y no consumir esa energía, la poca que tienes, hasta más tarde. Y así un día, otro, otro… te acuestas sabiendo que a la mañana siguiente ese es tu primer objetivo, salir de la cama.
Y sí, te lo cuenta alguien que sonríe, que se arregla, que en sus mejores días hace planes, que cuelgo fotos en las redes y transmito optimismo y alegría. Es lo único que está de mi mano, la actitud.
Pido perdón por compartir hoy estas reflexiones tan duras, pero a la vez me siento orgullosa por hacerlo porque es la forma más directa de impactar en ti y que me entiendas un poquito más. Aunque solo quienes vivimos así sabemos realmente lo que se siente. Así que vuelvo a insistir como tantas otras veces:
Si alguien te cuenta que padece cualquier enfermedad relacionada con dolor crónico, escúchala, créela, dile que la entiendes, que la apoyas. Ríe con ella y llora también si hace falta.
Probablemente la ayuda sea mútua, porque cuando tú le cuentes lo preocupado que estás porque tienes un problema en el trabajo o porque tu hijo saca malas notas, ella te lo devolverá con una gran dosis de lección de vida real, y tus motivos de preocupación serán una suerte.
Termino dándote las gracias por escucharme. Si eres alguien de mi club, te habrás sentido identificado, y si no, espero que te haya servido para comprendernos mejor. En cualquier caso, puedes compartirlo. Ya sabes, la unión hace la fuerza, y juntos podemos conseguir lo que nos propongamos.
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¡Gracias siempre!