Está claro que ningún duelo es fácil de aceptar. Sea del tipo que sea. El sentimiento que suscita en nuestro interior es intenso y realmente potente. Personas que se van, parejas que se quiebran, trabajos que perdemos, situaciones que no dan más de sí, ciudades de las que nos desligamos... en fin, todo un abanico de posibilidades. La vida y sus mil y una caras. El reto se hace inevitable y constante en cada existencia humana. Ningún alma se libra. Entiendo que de ahí la enorme importancia de saber manejar estas situaciones que, por suerte para unos y por desgracia para otros, la vida nos impone sin pedir permiso.
Es evidente que una parte importante de la vida va sobre la aceptación. Supongo que no hay más remedio y a fuerza de sinsabores, al final, acabamos desarrollándola. Nos guste o no. En cualquier duelo, toda persona debe hacer frente a una nueva realidad, poco manejable y más bien angustiosa. El mundo parece que sigue para los demás y, sin duda lo hace, pero para alguien el tiempo se para. Sencillamente los relojes dejan de funcionar en la mente y en el cuerpo de quien saborear las mieles de la desventura.
En realidad, si lo analizamos bien, todo duelo es emocional. En el fondo se trata de un viaje interno donde la transformación es el actor principal. La vorágine de nuevas emociones y sensaciones debe acomodarse poco a poco en nuestro interior. Todo un proceso de adaptación a las nuevas circunstancias. Y por si fuera poco, ya no se trata sólo de la pérdida en sí, sino que tiene el añadido de la forma en que esa pérdida se produce y cómo se ha llevado a cabo. En cualquier caso, las consecuencias son siempre las mismas: tristeza, dolor, angustia, añoranza, resentimiento por la pérdida en sí y sobre todo, una sensación de incapacidad para disfrutar de la vida de una forma equilibrada y positiva. Definitivamente, las cosas no vuelven a ser como antes.
Obviamente, cada persona tiene una forma completamente distinta y personal de afrontar un duelo. A veces, las emociones desbordantes que surgen y la tristeza duran tanto y son tan agudas que se hace auténtica cuesta arriba retomar la vida donde aparentemente la dejamos. Para otras personalidades, puede que sea si no más llevadero, al menos no tan intenso. Sin embargo, existe un elemento común para todos ellos. Se trata de lo que podríamos llamar las fases del duelo. Unas etapas cuya duración depende exclusivamente de la fortaleza interior y de la capacidad de recuperación y regeneración personal del individuo.
Estas fases pasan primero por aceptar la nueva realidad, la realidad de la pérdida. Lo más común es que el individuo se niegue a aceptar que las cosas han cambiado, que su realidad ya no es la que era. A esta etapa le suele seguir una fase de confusión en la que la persona se siente vacía, confusa y perdida, para luego dar paso a momentos de auténtica ira y cólera. A veces esta etapa se solapa con la siguiente en la que la persona puede llegar a sentir culpa por lo sucedido. El dolor puede hacerse muy intenso en estos momentos. Intentando buscar respuestas a lo acontecido, el sujeto hace un repaso mental por su historia y por todo lo que ha ocurrido intentando llegar a acuerdos consigo mismo. A esta fase se la conoce como fase de negociación. Puede surgir en este momento una sensación de depresión, ya que es aquí donde realmente la persona entiende lo que ha sucedido, siendo consciente por primera vez de la pérdida. Los sentimientos de culpa siguen estando muy presentes. Finalmente, es inevitable la aceptación. Se aprende a vivir con la nueva realidad. Por fin, sentimientos de alivio empiezan a surgir en el corazón de la persona.
Para restablecer nuestro equilibrio interno es necesario echar mano de todas las herramientas de que disponemos y de algunas más que tendremos que saber desarrollar precisamente para salir de esta situación. Así, es importante abrirnos y compartir nuestros sentimientos con familiares y amigos. Darnos permiso para volver a disfrutar haciendo actividades que nos aporten placer y bienestar personal, sin llegar a aislarse del mundo. El descanso, el ejercicio y una alimentación moderada, equilibrada y saludable harán que tu cuerpo sienta las ganas de recuperarse de nuevo.
Es bueno explorar los propios sentimientos, procesar toda la nueva información y ajustarla e integrarla poco a poco a nuestra vida. Lo único que nos queda es atravesar con coraje ese nuevo camino que se abre ante nosotros.
Nota: El artículo ha sido publicado originalmente en Saludterapia.