Pasar un día sin hacer nada: ni hablar, ni ver la TV, ni ver Internet, ni leer, ni hablar por teléfono, ni ver a ninguna persona. Sólo pasear y observar la naturaleza, meditar sobre uno mismo, y si acaso, tomar algunas notas de cómo nos sentimos. Te juro que cuando lo probé me di cuenta de lo difícil que es apagar la mente durante muchas horas (no solo unos minutitos de una meditación).
Mantener al menos a un amigo de la infancia. Por lejos que viva siempre debería existir, le puedes llamar regularmente por Internet y conversar como en los viejos tiempos. Un amigo de esos sinceros que no te va a mentir a la cara porque te conoce desde las edades más inocentes de la escuela. En mi caso somos un grupo de 7 que cuando nos juntamos al menos 3 veces al año, tenemos la máxima confianza en poder contarnos todo, y que sabremos que nos apoyaremos tanto en lo bueno como en lo malo.
Tener una maleta en la que te quepa lo importante de tu vida. Y otra en la que te quepa lo superficial. Si te das cuenta, el resto son cosas que has ido acumulando en tu vida y te están atando a que te dejes de descubrir cientos de cosas en otros rincones del planeta. Cada vez llevas más peso y cada vez eres menos libre. Prepárate a mañana cambiar de país si te llegara una opción mejor.
Aceptarte como eres y aprender a reírte de ti mismo. Con todo lo bueno que has vivido y con todos los defectos que te observan tus amigos. Pero sentirte orgulloso por tu vida. Porque si todo el tiempo crees que te cambiarías por cualquier persona, es que no estás viviendo la vida que quieres.
Haber pedido perdón a alguien de forma sincera. Y no por una estupidez, sino por algo que sabes que le ha cambiado el rumbo de vida a la otra persona. Sin cargarte la culpa de por vida, pide las más sinceras disculpas por el error.
Haber dado las gracias a tus padres por haberte traído al mundo. Quizás no te han educado bien, quizás han sido un puro desastre. Pero ahora sólo eres adulto porque ellos un día te trajeron, así que agradece el gesto, y sigue tu camino con la idea de hacerlo si puedes mejor que ellos. Ojo, esta acción es infinitamente compleja para mucha gente que conozco que prefieren vivir culpabilizando a los padres de su falta de iniciativa. Hasta que llega el momento en el que los padres mueren y entonces no paran de llorar por no haber sabido aprovechar el tiempo en vida.
Escribirte una carta o postal a ti mismo desde algún lugar lejano, donde te digas lo mucho que te aprecias y todo lo bueno que te queda por vivir. Cuando la recibas, te llegará una sonrisa que te recomiendo recordar de por vida.
Haber perdonado a alguien sin caer en rencores. Sin darle mil vueltas al error, si echarle a la cara lo que hizo mal, por muy mal que estuviera. Simplemente perdonando.
Intentar ayudar y asistir a alguien que no habla tu idioma. O simplemente una persona mayor que ya no puede ni hablar. Aprender a comunicarnos con signos e intentando conectar con la empatía del otro. Te darás cuenta de que muchas veces las etiquetas del idioma son una maldita simplificación que lleva a muchas malinterpretaciones.
Hacer algo ilegal, por pequeño que sea, y no contárselo a nadie, pues no tiene que ser para presumir, tiene que ser para que reflexiones sobre la importancia de las normas en la sociedad. O para que incluso te des cuenta de que algunas normas no tienen sentido alguno. Pero reflexiona en tu interior, sin generar debates externos.
Tener una experiencia sexual con alguien que no vayas a volver a ver en tu vida. Ni teléfono, ni chat, ni mensajes, ¡nada! ¡Que no vuelva a haber contacto! Y comprueba como tu cabeza quiere controlar la situación más de la cuenta. Pero la realidad es que al día siguiente será otro día y tu vida continuará.
Pedir limosna por la calle o buscar la forma de sentirte como un indigente por un día. Es una de las experiencias más duras y que cuando la termines, si generas una buena reflexión, te puede ayudar a poner los pies en la tierra. Es ideal si pasas algunas horas conversando con otros indigentes y comprobando las cosas que les interesa. Te puedes dar cuenta de muchas cargas en tu vida que no te hacen precisamente feliz.
Tener un hijo, para no faltar a un clásico que recomiendan mucho, y ciertamente te dará la competencia de la responsabilidad por un ser muy querido. Cuando antepones tu vida a la de tu hijo, te das cuenta de muchas cosas que van más allá del lado racional. Pero es verdad que existen cada vez más padres descuidados que simplemente no sirven para ser padres.
Plantar un árbol, que a fin de cuentas es la anterior llevada a un riesgo menor, pues no juegas con una vida humana y simplemente cuidas una planta. Y cuando digo cuidar no es poner a una planta en una esquina y que la cuide el vecino. Hay que saber regarla en todo su conjunto, tanto las hojas como la tierra. Nada sencillo para los impacientes.
Escribir un libro, o un diario o un blog. Y, sobre todo, volver a leerlo y releerlo, y a corregirlo, y a que podemos comprobar qué hemos aprendido en el proceso. Escribir un libro requiere un arte que cuando se aplica bien, lleva a una reflexión profunda de nuestro interior y de todo lo que nos rodean.
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Blog Pedro Amador
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