En cierta ocasión le pregunté a un cliente adulto, inteligentísimo, por qué se había dejado acosar durante mucho tiempo por cierto compañero de clase. Su respuesta me impresionó: "porque quería ganarme su amistad". Es decir, se sentía emocionalmente tan solo e insignificante que estaba dispuesto a "comprar" con sus sufrimientos un amor... que, naturalmente, nunca llegó. Este alto precio también están dispuesto a pagarlo, como sabemos, muchos adultos en sus relaciones de pareja, etc. ¿En qué clase de hogar sin afectos y/o con humillaciones semejantes habría vivido mi cliente, cuya infancia había consistido en resignarse al maltrato con la ilusión de obtener a cambio algunas migajas de aprecio? Igualmente, algunos menores pueden "pagar" la amistad de ciertos adultos (u otros menores) con una sumisión/aceptación más o menos incómoda a determinados requerimientos sexuales de éstos... Lo que también hacen muchos adultos. Etcétera.
Por otra parte, aunque el niño no se atreva a decir nada en casa, ¿por qué muchos padres no son capaces de detectar que "algo raro está pasando"? Como expuse en mi reciente post "Suicidio infantil", ciertas reacciones extrañas, algunos sentimientos y conductas atípicas o exageradas por parte del hijo (retraimiento, tristeza, ansiedades, silencios, agresividad...), y otros indicios, deberían llamar inmediatamente la atención de los padres, suscitar su preocupación, sus indagaciones afectuosas y reiteradas en busca de respuestas. Cuando esto no sucede, es obvio que tales familias no sólo no proveen suficiente amor y seguridad a su hijo, sino que ni siquiera pueden protegerlo razonablemente de las amenazas externas. ¡Por eso precisamente el niño abusado no confía en ellos!
Pero sigamos. Al hablar de abuso sexual infantil, pensamos siempre en la víctima. En la parte "pasiva". Ahora bien, ésta es sólo la mitad del problema. Si queremos de verdad solucionarlo, debemos necesariamente preguntarnos también por qué hay tantas personas -varones pero también mujeres, adultos pero también menores, etc.- que necesitan abusar sexual y/o agresivamente de otras. La respuesta que general y descorazonadoramente hallamos es la misma de siempre: que los abusadores también se gestan en familias emocionalmente inhóspitas. La tendencia al abuso, igual que la sumisión a él, son formas opuestas -y complementarias- de soportar, de adaptarse, de sobrevivir al vacío y el desamparo familiares. En consecuencia, abusadores y abusables se buscarán inconscientemente para complementarse. Establecerán simbiosis inexorables con personas neuróticamente "compatibles" -acosado y acosador, abusado y abusador, maltratado y maltratador-..., como vemos igualmente en ese otro ejemplo típico: la violencia doméstica. Etcétera. (1) Así funciona, nos guste o no, el corazón humano.
De manera que el abuso sexual infantil, como toda forma de abuso, es mucho más complejo de lo que suelen concebir nuestros ingenuos (y violentos) prejuicios morales y políticos sobre la infancia, la sexualidad, la agresividad y los comportamientos. Abusados y abusadores son las dos caras de un mismo drama de origen familiar. Hay muchas clases de abusos, abusadores y abusados. Hay muchas edades y circunstancias en que ello sucede. Sus consecuencias son muy diversas y no siempre traumáticas o peores que otros males que también sufren los niños. Tampoco se fundan siempre en la intimidación y el poder. Etcétera. Si deseamos sinceramente comprender y solucionar esta lacra, deberíamos a toda costa -como en todos los asuntos humanos- evitar las generalizaciones.
Por todo esto pienso, en fin, que nunca será con escándalos mediático-políticos, ni con cazas de brujas y linchamientos, ni con más leyes y castigos, etc., como podremos prevenir/solucionar el abuso sexual y otros muchos sufrimientos infantiles. Sólo lo lograremos con mucho más coraje. El coraje individual, familiar y social de afrontar con humildad y autocrítica nuestros errores psicoafectivos -que no solamente "educativos"- con los niños. Y, sobre todo, la valentía de sanar nuestras propias heridas infantiles, como única forma de recuperar nuestra empatía, respeto y amor por los seres humanos en cualquiera de sus edades.
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