Laura Gutman ha descrito muy bien la esencia de la violencia familiar: imponer mi deseo sobre el tuyo. De este modo, no sólo violo tu voluntad sino que, a largo plazo, anulo tu ser. Arruino tu personalidad. Este daño no sólo puedo infligírtelo directamente -p. ej., tratándote de maneras evidentemente egocéntricas, autoritarias, violentas o negligentes-, sino mediante un millón de formas mucho más sutiles, "aceptables" y cotidianas. He aquí, desde mi experiencia con adultos neuróticos, algunas de ellas, de las que casi nunca oímos hablar en la prensa o internet.
1. Dominar. Es el caso más típico de suplantación del deseo del hijo. Muchos padres no "interactúan" con sus hijos, sino que simplemente los controlan por la vía rápida con toda clase de órdenes, reglas, castigos y decisiones unilaterales y autoritarias. Cuidan de los hijos pero sin contar con ellos. Naturalmente, en algunas circunstancias y según la edad de los niños a veces hay que actuar así. Pero cuando ello constituye un clima, una "política" familiar permanente, el hijo vivirá en un estado crónico de frustración, sumisión y culpa, mala base psicoafectiva para el desarrollo de una personalidad sana y feliz.
2. Humillar. Muchos padres, por el mero hecho de ser adultos y neuróticos, imaginan ser mejores que sus hijos, a los que ven como meras criaturas "ignorantes" e inexpertas. La verdad suele ser exactamente la contraria, pues la mayoría de niños poseen muchos recursos cruciales -empatía, intuición, franqueza, imaginación, espontaneidad, curiosidad, ternura...- que la mayoría de adultos perdió hace ya mucho tiempo. Precisamente por esto, muchos padres no dudan en criticar, ridiculizar, minimizar o ignorar, en privado o -peor aún- en público, todo aquello que no les gusta, no comprenden y/o envidian de sus hijos. Lo que es, obviamente, tan injusto y despreciable como destructivo para los críos.
3. Atemorizar. Todas las atmósferas familiares que generan en los niños sentimientos prolongados de inseguridad, incertidumbre, amenaza o pánico causarán daños permanentes en su desarrollo. Aquí sí podemos incluir las acciones parentales extremas e incluso criminales (golpes, palizas, abusos, castigos desproporcionados, humillaciones, abandono, etc.).
4. Traicionar. Siempre que un adulto muy amado por el niño defrauda gravemente a éste, le rompe el corazón. Esto puede suceder incluso a través de objetos. Por ejemplo, una niña revela a su madre, en quien confía plenamente, un "secreto" muy importante, y la madre -sin respeto alguno- lo difunde después entre familiares o vecinos. Un padre regala a su hijo la bicicleta largamente soñada -cargada por tanto de simbolismo amoroso- y, al día siguiente, el padre la destroza con furia ante los ojos aterrados del niño. Otro chico atesora durante años su amada colección de cochecitos y un día su madre, sin alma ni aviso, los arroja todos a la basura. Etcétera.
5. Desamparar. Hay padres "invisibles". Nunca están en casa, o nunca tienen tiempo, o siempre tienen cosas más "importantes" que hacer, o no se interesan por los asuntos del hijo, o no comprenden nada de él, o no dan la cara y lo defienden ante problemas familiares o escolares, etc. Otros padres, en cambio, son "hipervisibles". Sólo se importan a sí mismos, sólo hablan de sus cosas, sólo exigen y no dan, todo en ellos es egocéntrico y autorreferencial. Los niños a cargo de esta clase de progenitores se sienten profundamente desamparados, casi "huérfanos".
6. Confundir. Los niños, para sentirse seguros, necesitan -como los adultos- claridad, "lógica", previsibilidad. Pero en muchos hogares las cosas suceden de forma incomprensible, contradictoria, absurda para los niños. Por ejemplo, muchos son tratados bien o mal arbitrariamente, sin motivos coherentes que el niño pueda entender y controlar. Haga lo que haga éste para lograr el amor y aprobación de sus padres, siempre obtiene algo diferente y frustrante. Nunca acierta con lo que conviene, o nunca es el momento adecuado, o nunca es suficiente... Y es que ignora que sus padres no reaccionan según sus esfuerzos, sino sólo desde sus propias -y robóticas- compulsiones neuróticas.
7. Atropellar. Los niños poseen un agudísimo sentido de la justicia. Captarán y sufrirán, pues, el menor trato indebido por parte de los padres, el más mínimo abuso de poder, el menor agravio comparativo con otras personas, la más sutil contradicción entre lo que los padres mandan y lo que ellos mismos son capaces de hacer, etc. También les dolerán las preferencias y tratos desiguales de los progenitores hacia sus distintos hijos, con los inevitables celos y peleas entre éstos, etc. Todo ello irá sumando en el hijo un profundo estado de desdicha.
8. Avergonzar. Algunos padres se avergüenzan de determinadas limitaciones, conductas, aspecto físico, enfermedades, homosexualidad, etc., de algún hijo, por lo que tienden a apartarlo o "sobreprotegerlo" frente al mundo. Lo ocultan de las miradas de parientes y vecinos. Etc. Esta vergüenza parental es ampliamente absorbida por el hijo, con el dolor y consecuencias neuróticas duraderas que todos podemos imaginar.
9. Debilitar. Como en el caso anterior, algunas emociones parentales neuróticas son extremadamente "contagiosas". Por ejemplo, una madre especialmente reprimida, depresiva y/o aprensiva transmitirá al menos una parte de sus terrores a sus hijos más allegados. Un padre muy severo y autoritario inyectará un "policía interior" en el corazón del hijo, que se sentirá para siempre vigilado, juzgado e intimidado desde adentro (o desarrollará una rebeldía indomable). Una madre gravemente ansiosa, incapaz de transmitir seguridad a su hija, interferirá seriamente en el desarrollo psicoafectivo de ésta. Etcétera.
10. Culpar. Hay padres que culpan consciente o inconscientemente a algún hijo de algo, durante toda la vida. Por ejemplo, por "ser como es". Por haber nacido. Por ser del padre "equivocado". Por no ser del sexo esperado. Por ser homosexual. Por ser "débil" o "enfermizo". Por dar demasiados problemas. Por no ser lo bastante sumiso y "agradecido". Por parecerse a algún pariente odiado. Por fracasar o, al revés, triunfar en la vida.... Etcétera. Tales hijos son, en fin, las ovejas negras, casi totalmente excluidas de cualquier respeto, aceptación y amor por parte de sus progenitores.
Etcétera.
Nótese que, en la mayoría de condiciones psicodinámicas descritas, no hay violencias explícitas. No hay golpes, no hay gritos (o pueden ser muy leves u ocasionales). Tampoco hay abusos sexuales, ni nada especialmente llamativo o ilegal. Simplemente son atmósferas más o menos carenciales para los niños, irrespirables, incluso tóxicas, flotando inadvertidamente sobre una cotidianidad sin problemas. Nadie se da cuenta de nada, ni siquiera -con frecuencia- las propias víctimas. Es algo parecido a las intoxicaciones por monóxido de carbono. Pero el potencial neurotizador de esta carcoma invisible, de este predominio de las neurosis adultas sobre las necesidades infantiles, puede ser casi tan devastador como las violencias parentales más extremas. Con el agravante de que, siendo aquéllas casi imperceptibles, jamás se previenen ni solucionan.
Alguien podría objetar: "¡Pero José Luis, todo lo que describes es la vida misma! ¡Nadie se libra de sufrir varios de los problemas que mencionas! ¿Significa eso que todos los padres son maltratadores? Y en tal caso, ¿por qué la mayoría de gente sale adelante?¿No sería mejor, en vez de cuestionarlo todo, fortalecernos ante las inevitables imperfecciones familiares y aprender a convivir con ellas?" Estas dudas serían muy razonables y podemos abordarlas con las siguientes reflexiones:
Efectivamente, todos los padres son, en algún modo y medida, maltratadores. No existen los padres perfectos. Todos somos víctimas de víctimas y nadie escapa de la gran cadena del maltrato universal. Ahora bien, así como el mar de injusticias sociales -grandes y pequeñas- del mundo no nos impide percatarnos de ellas, denunciarlas y combatirlas en lo posible, ¿por qué habríamos de obrar de otro modo con los maltratos parentales, ya sean éstos pocos, muchos, leves o graves?
Que la mayoría de gente parezca salir adelante no significa que así sea. Los trastornos neuróticos de las personas (ansiedades, obsesiones, manías, adicciones, depresiones, narcisismos, violencias...) suelen ser tan secretos como los maltratos familiares de los que derivan. Nadie va por ahí confesando sus demonios íntimos, salvo los casos extremos que llegan a los psicólogos, los psiquiatras o la policía. Por otro lado, la gente canaliza su neurosis a través de las convenciones sociales (individualismos, consumismos, tecnologías, explotación, ideologías, maltrato infantil, artes, deportes....), mediante las cuales se acoge y camufla en el sistema. Como las cebras entre las cebras.
Una razón más honda por la que la mayoría de neurosis -salvo, reiteremos, las más graves- no suelen detectarse es nuestra percepción extraordinariamente superficial, conductual y legalista de los problemas humanos. Esto es típico de todas las civilizaciones: todo aquello que no contradiga alguna ley o las normas sociales, sencillamente no existe. Por tanto, el sustrato afectivo de cualquier problema y, en general, la propia afectividad humana quedan eliminados de la conciencia social. (Como mucho, se los relega a los evacuatorios sentimentales de la religión, el arte, los espectáculos, etc.). La consigna de la civilización es: "no nos interesa lo que sientes, sino sólo lo que piensas y haces". Pues de lo que se trata es, en fin, de lavar cerebros y domar conductas.
Indicar finalmente que no es posible "convivir con las imperfecciones familiares", del mismo modo que nadie logra asumir la sinrazón y la injusticia. Todo problema psicoafectivo que, con cualquier excusa, no se afronta y alivia, simplemente nutrirá y adoptará toda clase de máscaras... incluidas las que tanto odiamos y nos preocupan socialmente: p. ej., la ignorancia, el miedo, la alienación, los radicalismos, la violencia, los trastornos mentales, las adicciones, los suicidios, las guerras... Todo niño maltratado será siempre un adulto neurótico. Y, como la neurosis no causa todos los problemas pero sí es un potente catalizador de todos ellos, millones de neuróticos resultarán el bosque seco que arderá fácil y continuamente bajo toda clase de chispas.
¿Se atreverán algún día las cebras a separarse de la manada como individuos que sufren psicoafectivamente? ¿Querrán admitir que son mucho más que un manojo de conductas, ideas y deberes prefabricados? ¿Osarán distinguir las verdades de las mentiras, las fantasías de las realidades, las víctimas de los verdugos? ¿Quién confesará que la infancia no es la etapa "más feliz" de las personas -tal como muchas mienten-, sino a menudo la más peligrosa y desdichada? ¿Alguien explorará la fuente primigenia del sufrimiento, que es el trato aberrante de millones de adultos contra sus propias crías...?
Sin duda alguna, algunas cebras sí despertarán. Y a ellas dedico este post.