Pero vayamos por partes.
Lo primero, contaros cómo ha sido la micropigmentación.
9:00 h. Décima planta del Hospital Ramón y Cajal en Madrid. Ese hospital donde mi papi conoció su negro futuro, y escuchó falsas esperanzas de una doctora que prefirió endulzarnos los oídos. Esos asientos azules en la entrada donde por última vez tuvo en brazos a la pequeña de la familia, donde con un abrazo me dió las gracias por llevarle “ese regalito”, y donde ayer no pude evitar llorar de rabia por no ponerme a darlos patadas. Ay, que mal rato.
Lágrimas secas, rimmel retocado, y subimos a la décima planta, a la sala de micropigmentación.
Antes de salir de casa, tuve que darme una cremita en las lolas, que previamente me habían mandado cuando fuí en septiembre a realizar la primera consulta y la prueba de alergia.
Tras el papeleo normal de toda cita, pasamos a la sala. Fotos, preparación, diseño gráfico y nociones de arquitectura. Madre mía cuánto arte, conocimiento, profesionalidad…no se cómo llamarlo. Hay un tipo de especialista médico que no se conoce, y que hacen una labor tan importante como el microcirujano neuronal más aclamado. En mi caso, se llama Azucena, un encanto que sabe lo que se hace sin titubeos, que disfruta con su trabajo y con la labor que eso significa.
La micropigmentación es una especialidad estética cuyo objetivo es corregir, modificar, embellecer y equilibrar de forma semipermanente determinados rasgos faciales (labios, cejas, párpados?) o corporales (cuero cabelludo, areolas mamarias?) a través de la implantación de pigmentos a nivel epidérmico (fuente: Wikipedia).
En claro, la sensación es exactamente igual que la de un tatuaje. No os puedo decir si duele, porque en las lolas no tengo sensibilidad. Sí te vas con una sensación de algo parecido al escozor, y la molestia típica después de estar una media hora toqueteando cada una. Y, como bien dice la definición de micro, no solo se usa en reconstrucciones mamarias: lo mismo te pintan una ceja que te hacen una sombra que te rellenan una cicatriz. Para mí era una especialidad totalmente desconocida que desde ayer incluyo en las admiradas. Cuánto bien se puede hacer cambiando el color de un trozo de piel. Ni os lo imagináis.
Yo llevo desde ayer pegada a las fotos del antes y el después, sin poder alejar la vista. Y porque las vendas no me dejan ver el original, que si no…
Y llega el momento de la foto. Os la pongo, la veis, la remirais si queréis, y os describo en qué consiste cada parte, os parece?
Empezando de arriba abajo y de izquiera a derecha:
Sala de quirófano previa a la mastectomía. No veis mi cara, pero os aseguro que estaba partida de la risa por la situación, con el gorrito de quirófano verde ya puesto. La pobre lola estaba ya bastante dañada por una primera intervención para extirpar el tumor, otra posterior para intentar rellenarla, y una biopsia hacía dos meses.
Mastectomía. Quirófano previo a la reconstrucción. Ya no es tan horroroso, ya me he acostumbrado a mirarme, pero no me quiero ver. Piel pegada a las costillas.
Primera foto tras tres días “colgada” en la cama tras la reconstrucción. Para mí, un pedazo de lolas de impresión (120 cc) que tiraban tanto de mi piel que llevaba la mano sujetándolas por los pasillos. 18 días de ingreso y una risita permanente en mi cara.
Cambio de expansores por silicona. 680 cc para dejarme un escote como me merecía. Ole y ole.
Mi lola hasta ayer. Pezones artificiales que dan bastante bien en cámara, aunque ver todo del mismo color os pueda chocar.
Y….tachán!! Tengo pezón, aureola, hasta sombras y matices. Un trabajo de museo. Mis ojos lo ven desde otra perspectiva, os lo aseguro, yo ya no veo cicatrices alrededor, ni imperfecciones. Veo el resultado de una lucha con un objetivo claro que por fin ayer se terminó de cumplir. Ole con ole otra vez.
Por hoy ya os dejo, que el que sea aprensivo debe estar tiritando.
Como siempre, os leo!!