Posteriormente, Michio Kushi, considerado el padre de la macrobiótica moderna, escribió El libro del diagnóstico oriental, en donde establece los pilares de este tipo de alimentación y basa la dieta en la correspondencia entre la energía personal y el orden natural. Es decir, lo que nos rodea influye en nuestra energía vital, así como en el humor, nuestro espíritu y nuestra naturaleza.
La macrobiótica promueve el uso de alimentos orgánicos, de estación y en lo posible local, combinándolos para lograr un balance energético saludable.
Se basa en el principio del yin y el yang y de los Cinco Elementos, y su objetivo es obtener el mejor ki (energía) de lo que comemos.
Por lo tanto, es una dieta restrictiva donde la forma de cocinar es muy importante: hay que hacerlo en ollas de hierro o de barro, los cereales integrales (avena, arroz, cebada, mijo) e incluso la sal marina, deben tostarse antes de ser cocinados para lograr su "yanificación", es decir, volverlos yang.
Esta dieta está basada en vegetales, cereales integrales, nueces y semillas, raíces, legumbres y pescados, estos últimos pueden comerse una o dos veces a la semana, pero restringe de forma casi radical el azúcar, los lácteos, las carnes rojas, el café, los huevos y la sal enriquecida.
Los vegetales no deben estar excesivamente cocidos pues pierden muchos de sus nutrientes. Una dieta macrobiótica mal diseñada puede causar deficiencias de proteínas, vitaminas y minerales; pero señalamos que una bien diseñada devuelve la salud al cuerpo y lo nutre correctamente.