Para esas personas, vivir la vida “de forma realista” implica tener una visión como mínimo poco optimista o pesimista de la vida.
Para ellas la vida es un lugar difícil y cruel donde podemos recibir un “palo” en cualquier momento. Para protegerse, deciden anticiparse a lo que pueda pasar (¡que por supuesto para ellas es la peor opción!). Así deciden no esperar nada para así no tener un disgusto.
Consideran que anticiparse a los acontecimientos les prepara mejor para el futuro.
Esa misma visión implica ver al optimista como un idealista, como un iluso que no ve la vida como realmente es y que no se prepara para lo que pueda sucederle.
Sin embargo, el pensamiento positivo no tiene nada de idealista ni de autoengaño, sino que se relaciona con la elección personal que realizamos sobre la vida.
El pensamiento positivo es la actitud con la que enfocamos la vida.
Escoger el modo en que queremos ver la vida
El mundo puede ser un lugar cruel y difícil; pero también un lugar apasionante y maravilloso. Ambos aspectos son verdad y son reales. No hay un punto medio. Cada uno de nosotros debe elegir qué pone en primer plano de su vida.
¡Por supuesto que hay desgracias en la vida!: La muerte de un ser querido, la pérdida del trabajo, una separación, etc. Muchos de esos acontecimientos son inevitables en nuestras vidas y es normal sentir dolor y sentimiento de pérdida ante ellos.
Pero el optimista no se queda ahí. Ante los acontecimientos de la vida, cree que habrá una salida favorable y actúa para encontrarla. Eso implica tomar una decisión sobre la manera personal de ver la vida y el mundo.
Así pues el pensamiento positivo:
1.- No es sólo un estado de ánimo de esperar lo mejor y no lo peor.
2.-Es una actitud global ante la vida que implica la necesidad de actuar para que ocurra lo mejor. Es proactivo. Por eso puede adaptarse a la vida por difícil que esta sea.
Daniel Goleman en su libro “Focus” establece una relación directa entre la capacidad de alcanzar los objetivos y el optimismo de las personas.
El pensamiento positivo permite que la atención esté puesta en esperar cosas buenas, en creer que es a través del esfuerzo y de la habilidad que se conseguirán los logros. Supone fijarse menos en lo que falla y más en lo que funciona. Así invertimos más tiempo y perseverancia en los objetivos con lo que es más fácil alcanzarlos. Hay una clara relación entre el pensamiento positivo y la capacidad de persistir.
Otros autores como Richard Boyatzis nos dicen “para esforzarnos necesitamos una visión optimista”. Es esa actitud la que permite que, en caso de dificultad, los optimistas perseveren más en la solución de los problemas, o busquen nuevas alternativas con más intensidad que las pesimistas.
En general, las personas que disfrutan de su trabajo o de una actividad la realizan con mayor creatividad, menos estrés y el tiempo que dedican no lo valoran como sacrificio sino como una inversión en algo que les apasiona y así consiguen fluir. Con esta actitud los problemas son vistos como oportunidades para crecer y mejorar.
Así pues el ingrediente básico del pensamiento positivo es la actitud con la que enfocamos la vida. Una actitud que supone ver la vida con una perspectiva abierta, que implica aprender; y también una actitud que implica la necesidad de actuar para que ocurra lo mejor.
Por suerte dicha actitud no depende de los genes. Es algo que todos podemos aprender si estamos dispuestos a ello. La pregunta que en este caso podemos hacernos es: ¿estoy dispuesto yo a aprenderlo?
Jordi Salat
Trainer en PNL y Coach
jorsalat@gmail.com