Después de atreverme a tocar el tema del Amor en el último post, hoy vengo con la intención de reflexionar en voz alta (o a ?letra vista?) sobre eso que llaman feminidad y masculinidad o roles de género y te planteo una pregunta:
¿Eres una princesa o un príncipe 2.0?
¿Por qué me planteo esta cuestión?
Pasa y te cuento parte de mi fin de semana.
Aprovechando una breve escapada y huyendo un poco de la marabunta que puebla los cascos históricos en días festivos, me refugié un rato en una librería y, como me suele pasar, acabé en la sección infantil.
Hurgando entre las estanterías en busca de algún libro que saltara a mis manos, me crucé con uno del que ya había oído hablar pero que aún no había leído ¿Hay algo más aburrido que ser una princesa rosa?
Gestado por la artista sevillana, Raquel Díaz Reguera.
Como aún soy de esas afortunadas que caben en el mobiliario infantil de las librerías, cogí el cuento y me senté a leer la historia.
¿Qué encontré en aquellas páginas tan bien ilustradas?
Pues a una niña con el deseo de explorar otros papeles diferentes al de la princesa y la fragilidad y a mucha gente a su alrededor que no entendía muy bien qué pretendía exactamente esta chica.
Ella planteaba que quería jugar, correr, viajar y vestir de otros colores además del rosa, pero todos le decían que ella era como una flor y que no resistiría ni el roce del viento. Y, ante tal afirmación, ella contestaba:
?Pero? si yo no soy una flor. Soy una niña?
El reino al completo se revolucionó frente a estas palabras. Hasta el punto de tener que convocar al consejo de sabios y finalmente allí decidieron que a partir de ese momento las niñas podían ser lo que quisieran.
En medio de ese revuelo, un pequeño príncipe se atrevió a alzar la voz y decir:
?Y ahora? ¿qué vamos a hacer nosotros??
Diría que ha sido la pregunta de ese príncipe la que me ha hecho ponerme a pensar y por ende a escribir.
Actualmente asistimos a una revolución de la mujer que, no solo alza la voz para hablar, sino que toma nuevos lugares sociales que antes le habían sido vetados por su condición de género. Nuevas leyes amparan y recogen la igualdad, se impone la paridad a modo de reconocimiento histórico de lo que fue negado a este colectivo y nos encontramos ante muchas mujeres experimentando otras formas de ser y estar en sociedad.
Y en todo esto yo me pregunto: ¿no nos habremos olvidado ahora de los príncipes y de su lugar en el mundo? ¿Qué podrían hacer ahora que las princesas empiezan a extinguirse y no se dejan rescatar?
A pesar de esta introducción, no pretendo hacer en este post apología del feminismo (cuestión que respeto pero con la que tengo mis discrepancias), sino explicitar lo que yo experimento como una paradoja de la modernidad.
Si las princesas ahora quieren poder ser príncipes, bomberos, e incluso criaturas aladas, y los príncipes, algo desorientados, insisten en sus rescates y se enfadan porque sienten que están perdiendo su lugar, tal vez estemos asistiendo a una batalla de sexos en la que todos queremos pertenecer al bando de lo masculino.
En la lucha por reconocer la diferencia nos empeñamos en ser todos iguales.
Para intentar entendernos, aclaro que uso el término masculino como sinónimo de potencia, capacidad y pragmatismo, y el de feminidad como fragilidad o carencia (atendiendo a la cultura que nos precede y toca).
Digamos que, tradicionalmente, la masculinidad solo tendría la capacidad de dar, porque TIENE (fuerza, valor, saberes?) y la feminidad solo podría recibir, porque CARECE (es rescatada, silenciosa, casta?)
Ante tal panorama, parece evidente que más vale subirse al carro de la masculinidad y no salir perjudicado. Nadie quiere ceder su hombría en este pulso. Nadie quiere perder.
Aunque ponerle límites a ese ?yo soy quien puede y tiene? sea la única forma de acceder a algo del Amor, ya que porque algo me falta, busco a otro.
Pues bien, llegados a este punto yo me planteo:
¿Y si la cuestión no fuera querer ser todos iguales?
¿Y si se tratara más bien de asumir las diferencias?
Jorge Alemán, psicoanalista, escritor y poeta argentino dijo una vez:
?Solo desde la igualdad absoluta (en términos jurídicos) tiene cabida la diferencia individual. Pero no la diferencia de educación, clase u oportunidades, sino la que define la singularidad de cada uno"
En este sentido y como paso previo, tal vez podemos señalar que la masculinidad y feminidad no se corresponden siempre con los sexos biológicos, por lo que cuando mencionamos a un individuo masculino no se hace siempre referencia a un hombre y la feminidad no es un aspecto exclusivo de mujeres.
Lo que vengo a decir es que la cuestión de género se basa más bien en la postura que uno ocupa frente al otro. Si uno es el que pone, sabe y actúa en una relación se le señalaría como el polo masculino y si se coloca en el lugar del que recibe, pregunta y espera, se denominaría femenino. Al margen de que esas funciones las desempeñaran hombres o mujeres.
Bueno, puede que haya personas que se sientan más cómodas en el bando de la masculinidad, otras que prefieran ser completamente femeninas, otras que cambian de polo en función de la situación o su interlocutor? y ahí está la singularidad que os mencionaba y el trabajo de asumir las diferencias.
Si aceptáramos que todos somos diferentes no tendríamos por qué pelear para ser iguales.
(Twitealo)
Quizás cuando solo ante la ley tengamos el derecho y la obligación de ser iguales, puedan empezar a darse mujeres que peleen contra dragones y también acepten un rescate, y hombres que sigan salvando a damiselas en apuros pero solo cuando tengan ganas. Y todo ello sin sentirse unos ?blandengues-sensiblones? o unas "Xena, princesa guerrera?.
Tal vez algún día podamos colgar las vestiduras de hombres y mujeres ideales y completos y probarnos papeles que nos aprieten mucho menos.
Vuelvo en quince días. ¡Y paso lista!
;)
Marta B.
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Créditos fotos
Woman and man: Nick Tumminello
¿Hay algo más aburrido que ser una princesa rosa?: Raquel Díaz Reguera
Cuerpos colgados: autor y fuente desconocida