Ahora bien, lo importante en este aspecto es definir qué es sano y que ya no lo es tanto, o deja de serlo, por haber incrementado en niveles demasiados altos este sentimiento. La realidad es que en nuestro accionar del día a día, realizamos infinidad de acciones, y es muy normal que durante algunas de ellas actuemos de forma muy positiva y en otras no tanto.
Lo cierto es que este sentimiento de culpa puede estar basado en alguna acción o situación puntual, algo que hayamos dicho o hecho. Incluso alguna omisión. Que hayamos obrado de forma que no consideramos correcta o del todo ética en relación con alguien. Es muy lógico que, en esta situación, juzguemos nuestro accionar de forma moral o inmoral.
Pero también existe otro tipo de sentimiento de culpa, y es aquel que es más de índole imaginario. Está relacionado con tratar de aplazar alguna obligación, meta, objetivo o simplemente un trabajo pendiente. Y también, por supuesto, posponer eso que persiste en nuestro interior y que muchas veces negamos, o simplemente pasamos por alto.
Esta negación nace de la necesidad de no querer hacernos cargo de eso que estamos posponiendo. Por los motivos que fuesen, por causarnos dolor, molestia, angustia, miedo, desesperación, entre otro sin fin de sensaciones. Pero todo esto no quiere decir que eso no nos genere culpa. A esta altura está más que claro que lo más sano sería enfrentar eso que nos tiene acongojados.
Y para hacer esto último, solo hay una forma sana de llevarlo a cabo: saber sintonizar cuál es nuestro deseo, qué es lo que queremos lograr y no podemos, o qué deseamos solucionar, para poder así llevar a cabo eso que tanto empuja dentro de nosotros y nos genera ese sentimiento de culpa por no haberlo hecho.
Aunque a veces, las situaciones no se presentan de forma tan prístina. Muchas veces, poder llevar a cabo esa tarea que nos quite la culpa por no hacer lo que sentimos que deberíamos hacer, puede contraponerse a lo que nosotros consideramos como lo correcto. Y esto puede estar muy ligado a mandamientos familiares, o religiosos o sociales, que no hacen más que retrasarnos en varios aspectos.
No estamos hablando aquí de un accionar sin consecuencias ni mucho menos. Sino más bien, romper a veces las barreras de nuestros mandatos sociales, que en definitiva no son más que eso: mandatos.
Para ello, debemos sopesar qué puede llegar a ser lo más sano para nuestra psique: transitar ese mal menor en pos de solucionar nuestro problema de culpa e incluso ir a por todo por una acción que sentimos es la correcta, o quedarnos impávidos sin hacer nada, por miedo al qué dirán o cómo seremos juzgados.
Las sociedades permanentemente nos llenan de sesgos sobre qué es lo correcto o qué no. Qué se espera que hagamos nosotros y cuán productivos podemos ser dentro de nuestra comunidad. Todos estos, muchas veces, terminan siendo limitantes, barreras que debeos quebrar en pos de lograr eso que buscamos. En otras palabras: muchas veces el sentimiento de culpa está muy ligado a nuestras frustraciones, y acciones que no pudimos llevar a cabo por miedo al ridículo, fracasar o simplemente por considerarlas que, en ese momento, no debíamos hacer eso.
Eso sí, debemos ser muy conscientes que toda acción conlleva una responsabilidad. El saber hacerse cargo de nuestro accionar también es una forma sana de vincularnos con nuestro interior y con las personas que nos rodean.