Tengo que confesar que yo todavía no he recorrido ninguna de las rutas del camino de Santiago, aunque está entre mis objetivos y algún día podré contar mi experiencia.
Pero nosotros, los que todavía no lo hemos recorrido, no debemos olvidar que tenemos un gran camino diario que andar. Incluso los que ya han peregrinado desde diferentes ciudades y han abrazado al Santo, creo que tampoco deben olvidarse de este otro camino que tenemos presente en nuestras vidas a diario.
Este camino también empieza cuando despertamos cada día (incluso algunas veces en la misma noche) y no es que nos invite a hacer kilómetros sino que que nos obliga a dar un paso tras otro para cumplir con nuestras obligaciones para ese día, recorrer ese camino que también muchas veces se nos presenta duro y lleno de obstáculos y que fatiga nuestro cuerpo y nuestra mente.
El camino de la familia, este importante camino empieza con los quehaceres diarios, exigiéndonos esos primeros pasos para abrazar a los santos que tenemos tan cerca de nosotros y que se han despertado a la vez; esos que más queremos y reclaman nuestra primera sonrisa del día.
El camino del trabajo, donde debemos de poner nuestros dones y capacidades a funcionar, para sacar lo mejor de nosotros mismos con nuestros jefes, subordinados y compañeros, procurando dejar semillas a nuestro alrededor que den un gran fruto, anteponiendo el afán de servicio y el bienestar de las personas.
El camino de la paciencia y tolerancia, procurando escuchar, entender y ayudar a quien se acerque a nosotros.
El camino de la actitud, aceptando las circunstancias y obstáculos que se cruzan en nuestro caminar y cambiarlos, mejorarlos o solucionarlos con nuestro mejor proceder.
El camino del silencio, que tan necesario es también en el día a día para reflexionar, pensar y tomar decisiones justas y no precipitadas.
El camino de la amabilidad, deteniéndose con esos otros peregrinos que pasan frente a nosotros y que demandan esa mano tendida, una pequeña atención o esa simple sonrisa que anime su día.
El camino de la pesada mochila, de los problemas que nos acompañan a cada uno, esos que interrumpen nuestros pasos, que cambian la ruta, que nos hacen tropezar y que nos obligan a levantarnos nuevamente manteniendo la ilusión, el entusiasmo y la esperanza en la consecución de nuestros sueños.
El camino del amor, el caminar día a día con nuestra pareja creciendo juntos en la tolerancia, el respeto y el entendimiento, procurando su felicidad dándose a uno mismo para también poder recibir.
El camino del cansancio, de la derrota, de la renuncia que tantas veces nos obliga a creer en nosotros mismos, en nuestra fortaleza, en nuestra valentía para pelear y vencer el abatimiento y los miedos que asaltan nuestro cerebro.
Este otro camino también nos exige un pronto despertar, también tiene kilómetros que recorrer, calor, frío, lluvia o nieve. Tempestades imprevistas que no nos deben impedir apartar la mirada de nuestro objetivo, renunciar a la ruta emprendida para abrazar al Santo y descubrir que el esfuerzo de nuestro día a día, esa semilla que vamos dejando en nuestra vida, tiene un sentido y que sin duda dará su fruto.
Muchas gracias por estar aquí y compartirlo.
"Solo podemos iluminar el mundo si transmitimos luz"
"Solo podemos dejar huella con nuestra acción continua"