Lo inesperado nos sorprende, nos inquieta, nos desestabiliza y crea un estado de incertidumbre que nos detiene en nuestro camino sin saber muy bien el porqué ni el cómo ni el cuando volveremos a ponernos en marcha de nuevo.
No terminamos de entender que una determinada circunstancia que no habíamos tenido en cuenta, no nos permita continuar hacia nuestro objetivo y seguir con nuestra vida.
No importa quiénes somos, los estudios cursados, el puesto que ocupamos o nuestro estatus social; las circunstancias y los contratiempos no se interesan por nuestro currículum antes de ponerse frente a nosotros, simplemente suceden y nos obligan a hacer ese parón en el camino, para que nosotros mismos, cada uno, lo afronte y se enfrente a lo imprevisto con los talentos y dones recibidos, que con el paso del tiempo debemos haber sembrado para crear y florecer ese fruto, ese crecimiento personal y espiritual que nos proporcione la fortaleza, el ánimo, la paciencia, la fe y la esperanza... para romper esas barreras que nos impiden continuar y ese camino que creíamos perfecto.
Es cierto que no nos gusta que nada ni nadie nos interrumpa nuestro caminar por la vida. Solemos tener todo tan estudiado y tan planificado que no terminamos de asumir que la vida no la controlamos nosotros por mucho que nuestros planes lleven días y años en nuestro diario personal. No nos damos cuenta de que no somos nadie, que no podemos revelarnos ante los sucesos imprevistos, que somos tan vulnerables que cualquier tormenta puede derrumbar nuestro castillo.
Nunca podemos cambiar las circunstancias pero sí nuestra manera actuar frente a ellas.
Un parón en el camino nos invita a pensar y repensar quiénes somos, cuál es nuestra verdadera misión en la vida, qué veníamos haciendo y qué vamos a hacer. Es una nueva oportunidad para darnos cuenta de nuestra fragilidad e impotencia, ante ese drástico cambio de vida, y que se nos presenta para elegir otro rumbo o retroceder. Una nueva oportunidad para hacer aquello que no hicimos en su momento, aquello que abandonamos, aquello que no valoramos suficiente y abrazar a esas personas a las que no prestamos la debida atención o que nuestro comportamiento llegó a hacerlas daño.
Un parón en el camino es también una oportunidad para dedicar tiempo a recordar y valorar lo que es verdaderamente importante; es como una pregunta que nos surge y nos invita a reflexionar sobre si pensamos seguir haciendo lo mismo o pensamos cambiar. No debemos olvidar que las adversidades, las circunstancias, los hechos y sucesos que se nos presentan son también oportunidades para crecer en el aspecto humano, para mejorar y avanzar sacando de nuestro interior la mejor versión de nosotros mismos, para compartirla con generosidad a quienes se acercan a nosotros.
El miedo se apodera de nosotros ante las adversidades, haciéndose fuerte y dominante pudiendo paralizarnos. Pero vencer el miedo —como decía en un párrafo anterior—, es mostrar nuestras capacidades y nuestros dones para que lo que se nos presenta como peligroso y desconocido, haga sobresalir nuestra fortaleza y nuestra valentía para descubrir hasta dónde llega nuestra fe; es mostrar la mejor actitud para afrontar los acontecimientos; es momento de escuchar con verdadera atención transmitiendo aliento, ánimo y esperanza a todo aquel que lo necesite; es momento de recordar estas palabras:
"Siempre estaré contigo. No tengas miedo".
Muchas gracias por estar aquí y compartirlo.
"Solo podemos iluminar el mundo si transmitimos luz"
"Solo podemos dejar huella con nuestra acción continua"