He enumerado todo lo que no me gustaba y, con cara de disgusto, he comprobado…que era demasiado. Me he comparado, me he odiado. Por qué no soy como las demás. Y, de nuevo, trataré de pasar de inadvertida.
Me he replanteado no ir a la piscina. Maldita sea, tengo que confesar que me he inventado alguna que otra escusa para no ir. Me dicen que no sea tonta, que no es para tanto, que estoy bien y bueno, que si no, todo se puede conseguir. Tengo tantos consejos para lograr ese cuerpo que supuestamente deseo, que no sé por dónde empezar. Mis padres me han dicho que no estoy tan mal, les he gritado que no tenían ni idea, y me he encerrado en mi habitación. Sé lo que estoy haciendo, y sé que ellos no tienen la culpa, pero no he podido evitarlo.
Las dietas no me funcionan. En realidad, puede que ni siquiera lo haya intentado suficiente. No lo sé.
Lo que sé es que, cuando me quejo, muchos piensan que el problema me lo he buscado yo, que si estoy así es porque quiero. No sabría cómo explicar que cuando lo intentas una y otra vez y no consigues resultados, las ganas te van fallando. No lo sé.
Hace tiempo vi una foto con mis amigas colgada en una red social. Y me quedé ahí, mirándome durante unos segundos. Sus piernas son del tamaño de mis brazos, debí haberme puesto más de perfil, la camiseta me queda demasiado ajustada y enseña todo lo que quiero esconder. Borré la foto de mi perfil y esa noche no cené.
Pero hace unos días algo cambió. No sé por qué. Ese clic que suena en la cabeza sin ningún motivo. Estaba bailando y puedo ver la escena a cámara lenta. Me estoy riendo, estoy disfrutando, la camiseta se me levanta y deja ver algunos de mi michelines, pero no me importa. Porque me lo estoy pasando tan bien que no puedo dejar de mover mis pies. No me importa quién me mira, no me importa si susurran sobre mí. Sólo sigo bailando. Y en ese momento me hacen una foto que veo días después. Y la miro y me encanta. No soy como esas chicas de revista, no tengo todos los me gusta en Instagram que me gustaría. No cumplo ningún canon de belleza, pero mis piernas están morenas, el color de la camiseta resalta mis ojos y, qué narices, estoy guapa.
Y así es como cambian las grandes cosas, de repente y sin explicación. No leí un libro de autoayuda, ni un chico guapísimo me dijo un piropo. Porque mi historia no acaba con la superación personal a base de dietas y gimnasio, no me vuelvo delgada de repente ni puedo decir que tengo un antes y un después físicamente. Mi problema tampoco era una cuestión de salud, mi historia es una historia de amor, amor por una misma. De aceptar mi cuerpo y dejar de luchar contra la operación bikini, y de salir en las fotos sin meter barriga. De no compararme con las demás, y de valorar lo que tengo. Y ahora, después de pasar por eso, me doy cuenta de lo jodidamente complicado que es estar preocupada constantemente por lo que comes, por las cañas, por las fotos de perfil y por el qué dirán.
Hoy me he mirado al espejo y me he gustado. Tengo un montón de defectos y puedo decir que no soy perfecta. Pero no me importa. Me he mirado, y me he gustado.