Como hoy en día, el chantaje emocional a los hijos y la persuasión bajo amenaza de hundir la reputación escolar de los mismos están muy mal vistos, en mi experiencia vital como madre de (sobre todo) una niña muy mal comedora me he visto en la necesidad de hacer un máster sobre hábitos alimenticios infantiles, así como en trucos, sortilegios, conjuros y prácticas vudú para que un niño que cierra la boca nada más ver la cuchara, llegue a probar algo.
Os pongo en antecedentes.
El parto de Piruleta fue inducido a las 40+5 semanas de embarazo porque en esa última ecografía, el ginecólogo constató que era una niña que venía con su operación bikini hecha y que, a pesar de haberse quedado en el horno más de lo previsto, apenas llegaba a los dos kilos de pecho.
Durante los seis primeros meses, Piruleta engordaba cual ternerillo gracias a la teta de su mamá, de la que pendía permanentemente. Vamos, lo que coloquialmente se conoce como "pasarse el día enganchá". Pero una, que es un poco histérica, estaba deseando que cumpliese los seis meses para ver lo que comía, porque la teta tiene un defecto muy gordo, y es que no es trasparente, por lo que no se ve la cantidad que el bebé traga. Y cuando cada gramo que engorda tu hijo te sabe a gloria, este tema importa y mucho.
Pues el ansiado día llegó, Piruleta cumplió seis meses y lo celebramos con una papilla de cereales y leche materna deconstruida. Esa primera papilla coló, pero amigos, la segunda dijo que me la comiera yo si tenía tanto interés. Y la tercera. Y la cuarta. Y así hasta los nueve meses.
Durante tres meses, tres largos y agotadores meses, mi hija se negó literalmente a probar nada que no fuera la teta de mamá. Y os aseguro que intenté de todo. Desde darle de comer puré con una jeringuilla, tan solo para que probase el sabor de la comida, hasta echarme comida por el pecho, que quizá en otro contexto pueda dar mucho juego, pero en este en concreto no era de lo más agradable. Y nada, sin resultado. Lloré lágrimas de sangre y hasta un ataque de ansiedad con su taquicardia y su lipotimia incluida tuve.
Hasta que un día, comió.
En mi desesperación, probé (por consejo de mi madre) a esturrearle un poco de arroz cocido por la bandeja de su trona y de repente, como si de un milagro se tratase, empezó a coger los granitos y a comérselos. A partir de ahí, comenzamos un intenso periodo de probaturas e inventos que, hasta el día de hoy, seguimos poniendo en práctica.
Por si te pueden servir de ayudar, te cuento alguno de ellos, no sin antes advertirte de que si me lee algún nutricionista, pediatra, psicólogo u opinólogo profesional, pondrá el grito en el cielo con algunos. Pero como se suele decir, el que la lleva, la entiende y hasta que no te enfrentas a un niño que no come, no te puedes hacer una idea de lo estresante que puede ser.
En primer lugar, ten en cuenta que el 99% de las madres pensamos que nuestros hijos comen poco. Estoy segura de que la madre del Piraña de Verano Azul estaba convencida de que su chiquitín comía poco. Pero la realidad es que nuestros niños comen más de lo que pensamos. Un poco de pan aquí, un trocito de jamón allá, la bolsa de gusanitos que el abuelo le ha dado sin que te enteres, las galletas que la abuela le ha ido dando a trocitos entre medias... El estómago de los niños es realmente pequeño y cuesta poco llenarlo, así que antes de pensar que tu hijo ha comido poco, recapacita y piensa si en realidad es así.
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Por otro lado, ya lo decía mi abuelo, "no comer por haber comido no es mal de morir". Vamos, que si tu hijo se siente inspirado a la hora de merendar y te acepta jamón york, queso, alguna fruta y un yogur, dáselo. Y si luego no cena, que no cene. A veces nos empeñamos en que coman lo que ponemos en el plato, a la hora que lo ponemos y la cantidad que ponemos, cuando quizá a otra hora, en otro sitio, u otro alimento sería más apropiado. Así que aprovecha cuando lo veas receptivo, aunque sean las seis de la tarde y tú creas que debe cenar a las ocho.
Tema televisión. Oficialmente, los niños deben comer sin televisión, sin canciones, sin distracciones y sin monerías. Ja. JA JA JA. Esperen un momento que voy a mearme de la risa y ahora vuelvo. El avioncito, el esta por mamá, el móvil con Pocoyo y el mamá haciendo el pino puente forman parte de nuestro día a día. Que sí, que vale, que está fatal. Pero una madre con una crisis nerviosa y un niño con un plato de comida puesto por sombrero tampoco es una cosa muy agradable de ver, digo yo. Así que si el niño come con Pocoyo, pues le ponemos a Pocoyo otro plato y andando. Aunque negaré haber dicho esto en presencia de un juez.
Yo usé un truco que está remal, pero funciona. A Piruleta le encantaban los gusanitos, así que para darle de comer, cogía un gusanito y cuando abría la boca, zasca, cucharada de puré. Lo sé, está muy mal, nutricionalmente es una mierda y psicológicamente también, pero funcionó. Y con casi tres años ya come sin gusanitos.
Otro truco, para cuando ya son un poco más mayorcitos, con un par de años, es dejarles ayudarte a preparar el menú. Elegir lo que van a comer, ir a comprar, cocinar... Si les implicas en este proceso, suelen tener un poco de vergüenza torera y comen. Y permíteles elegir de verdad, si te dicen que no les gusta, por ejemplo, el pimiento, no te empeñes en que coman pimiento, prueba con otras verduras que alguna habrá que les guste. Yo misma como una reducida variedad de pescado, porque me horroriza en su mayoría, pero mínimo dos veces por semana cae dorada, trucha, mújol, lubina o boquerón. Pero de la merluza, el atún, el emperador, la sardina... ni me hables, que gomito.
Ya sé lo que me van a decir algunas, que estas no son formas de enseñar a un niño a comer, que si los trocitos de alimentos, que si los niños saben lo que necesitan y no hay que forzar, blablablá. Correcto. Pero cuando una ve que su hijo ha pasado el día con medio yogur y dos trozos de manzana, se desespera. Y mucho. Así que antes de poner el grito en el cielo, ponte en un lugar de una madre que ha llorado al ver a su hija comerse un plato de comida entero.