Habrás oído otras veces que el primer paso es aceptar esa situación. Lo siento si esperas algo diferente por mi parte. Aceptar es siempre el primer paso y probablemente solo con eso hayas recorrido ya el 75% del proceso.
Pero... ¿por qué nos cuesta tanto aceptar?
Pues nos cuesta aceptar porque normalmente confundimos los términos. Aceptar no significa justificar lo que pasó, lo que nos hicieron o nos dijeron. Tampoco significa que aquel hecho nos parezca justo. Aceptar no tiene nada que ver con el sentimiento de justicia o injusticia.
Aceptar simplemente tiene que ver con permitir que aquello que ocurrió forme parte de nuestra historia. Nos enriquezca como personas, aunque pensemos que ninguna enseñanza podemos extraer de ello. O que estaríamos mucho mejor sin que aquello hubiese ocurrido. Probablemente sí, estaríamos mejor, pero aceptándolo le damos el lugar que sin duda ya tiene. Un lugar en el pasado que de nada sirve dejar en blanco.
Aceptar significa a su vez, conectar con las emociones y sentimientos que nos genera.
Erróneamente pensamos que obviándolos los podemos eliminar pero no hay nada más resistente que una emoción no atendida. Atender nuestras emociones requiere una gran dosis de valentía. Una valentía que sin duda posees, aunque sientas que por ello te vas a fracturar.
Aprender a redefinir
Pero aceptar no es suficiente. También conviene redefinir, resignificar el hecho. Tendemos a hacer un relato de los hechos que nos hiere más que el hecho en sí. Interpretamos de manera que nos impide hallar la solución. Por eso, en las sesiones de coaching es importante atender al relato de la persona, cómo explica los hechos y cómo los interpreta en el momento actual.
Saber construir discursos que nos empoderen es una tarea dura, porque culturalmente siempre vamos a tender al victimismo y en dejar en manos del otro nuestro estado emocional. Pero he de aclarar que redefinir no significa mentir, parcelar u obviar partes del relato. Redefinir significa ser capaces de interpretar los hechos de manera que no mermemos nuestra autoestima y nuestras capacidades en relación al hecho objetivo. Darles un valor diferente al asignado en su momento.
Apostar por el presente
Por último, el gran paso a dar es apostar por el presente, enriquecerlo con aquello que nos gusta, nos moviliza, nos hace poderosos/as. Generar un presente diverso en oportunidades nos orienta al futuro y resta tiempo para volver la vista atrás. Se trata de mirar hacia delante, no de vivir a espaldas de las buenas experiencias que la vida nos puede ofrecer.
Realizar estos tres pasos, quizás no va a hacer que aquello que tanto daño nos hizo deje de doler cuando lo recordemos. Pero sí tal vez poder vivir en paz con ello, y no permitir que nos asalté a cada instante, a cada segundo, minando nuestro estado de ánimo y la posibilidad de vivir con fuerza el presente.