La humanidad está viviendo un proceso de cambio de paradigmas. El viejo modelo ya no es satisfactorio para la mayoría de los seres humanos. Aunque sigue en vigor y dando los últimos estertores, ya no hay forma de sostenerlo.
Crisis individuales, de pareja, de modelos de familia, de mujer, de lugar en la sociedad, de identidad, de estilo de vida, de calidad de vida, falta de trabajo para poder mantenerse, crisis sanitaria, educacional, ambiental... Todo parece patas arriba. ¿Qué está pasando?
El sistema se está tambaleando a la vista de todo el mundo, ya no importa si es capitalista, socialista, o del color que quiera llamarse. Es como si de repente nada estuviera en su sitio. Los medios de comunicación son otro elemento en crisis. Los telediarios no dan más que malas noticias y hasta pareciera que disputaran entre ellos a ver quién da la noticia más atroz. Los periódicos otro tanto. Nos imponen modelos de individuos insostenibles y engañosos, como si el ser humano fuera de plástico maleable, y a través de las cirugías estéticas, la nanotecnología, la moda, el photoshop mediante y todos los etcéteras que quieras agregar, pudiéramos lograr la felicidad plena, el éxito y venciéramos a la vejez o a la muerte misma.
Tanto tiempo empleado en modelar nuestro cuerpo perfecto, tanta importancia a la imagen externa y tan poca al buen funcionamiento, cuidado y atención debida al cuerpo, vehículo de nuestro verdadero ser.
Cuanto tiempo en redes sociales, WhatsApp, ordenadores, chats virtuales, juegos online, y demás “entretenimientos” ocupamos de nuestras vidas, para mantenernos “informados”, “actualizados”, “comunicados”. Y cada vez nos sentimos más solos. Más desconectados de nosotros mismos. Más vacíos y superficiales. Vivimos al día, pero sin conexión. Es que así es más fácil dominarnos, es más fácil tenernos adormecidos, para seguir perpetuando este sistema de vida cada vez más alienante, sin que nos demos cuenta de cuánto estamos contribuyendo nosotros mismos a nuestra propia destrucción.
Somos testigos silenciosos de la aparición de cada vez más y más estados de ansiedad, depresión, insatisfacción, enfermedades nuevas y viejas y toda clase de violencia.
¿Y cuándo vamos a despertar? Mientras sigamos creyendo en los cánones establecidos y no nos cuestionemos qué responsabilidad tenemos cada uno de nosotros en el mantenimiento de este “establishment”, vamos a seguir corriendo detrás de la zanahoria que nos impongan los demás. Y no reconoceremos cuáles son nuestras verdaderas necesidades. Porque la zanahoria está delante de nosotros, atada a un palo de un metro de largo, pegado a nuestra propia cabeza. Así es, sí, es imposible cogerla.
Esta es la alienación macabra en la que caemos todos y todas. Porque la meta para alcanzar la felicidad es el consumismo obligado. Primero una cosa, luego la otra y así, en la adquisición de bienes y personas creemos que seremos más plenos. “Si tuviera una casa, en vez de alquilar... Si tuviera un coche, entonces... Si mi trabajo fuera diferente... Si consiguiera una pareja así... Si..., si..., si... Y cuando conseguimos aquello que creemos nos dará la satisfacción que nos falta, tampoco estamos conformes. Porque siempre nos va a faltar “algo”. Esa es la trampa.
Entonces, ¿qué hacer?
Propongo:
Cambiar la percepción de la palabra “crisis” por “oportunidad”. Esto es posible. Cada circunstancia que se me presenta en la vida es una oportunidad de crecer, salir airosa y renovada. Con nuevas perspectivas y energías. Levantarme cada día con la esperanza de vivir un día más, pero vivir plenamente, no sólo existir, permanecer y transcurrir, como dice la canción: Honrar la vida.
Definir nuestras verdaderas necesidades. Descubrir qué quiero, qué deseo, qué me gustaría hacer y no hago, por miedo, inseguridad, vergüenza o dejadez.
Identificarme. Sentirme. Pensarme. Reconocerme. Respetarme. Ese “me” indica que el camino hacia la solución no está hacia afuera. Está hacia adentro. Hacia mí.
Aprender de mis “errores”, gracias a ellos puedo avanzar y no tropezar siempre con la misma piedra. Darme cuenta que entonces esas “oportunidades” de equivocarme no fueron verdaderos “errores”, sino aprendizajes.
Aprender a expresar mis ideas, sentimientos o sensaciones con asertividad. Yo valgo, soy capaz e inteligente. Ni más ni menos que nadie.
Y aprender a sentir que merezco ser feliz. Más allá de los condicionamientos sociales, familiares, económicos, de salud o cualesquiera que me imponga.
¿Despertamos juntos?