Los conceptos específicos que saltan al vocabulario de la calle difícilmente son controlables. Acaban desvirtuándose por su mal uso y por desgaste. Y es que hasta las palabras se queman. Y supongo que eso es lo que les ha sucedido a dependencia y a codependencia como a otros tantos términos cuyo final ha sido idéntico. Sospecho que, después de todo, el paso del tiempo es inexorable hasta para las letras.
Así que, en muchas ocasiones se usan como sinónimos, pero nada más lejos de la realidad. Si el dependiente emocional siente una necesidad desproporcionada de afecto por parte de su pareja, el codependiente no se queda atrás y es aquel que se hace adicto a esa precisa necesidad o dependencia desmesurada que su pareja desarrolla. Ambos tipos pueden llegar a establecer vínculos tan intensos como en los casos más extremos de adicciones; similares patrones de conducta donde los individuos desarrollan una dependencia incontrolable y casi patológica, cada cual según el rol que desempeñe, claro. Una especie de “Bonnie & Clyde” conductual.
Sin restarle importancia al otro, el caso de la codependencia emocional me parece uno de los más significativos desde el punto de vista comportamental. Y es que el siglo XXI está dando para mucho. El codependiente se pasa el día prácticamente pensando en cómo obtener todo aquello que, según su propio criterio, opina que su pareja necesita. Que me aspen si lo entiendo porque aunque a primera vista éste parezca ser el sentimiento más generoso y desinteresado del mundo, bajo la superficie subyace todo un comportamiento insano donde la persona se olvida de sí misma para complacer al otro, en un intento irracional de proporcionar un bienestar ajeno del que él mismo carece.
Pero aún hay más. Debajo de todo ello también laten (de manera oculta y a niveles muy profundos), creencias al más puro estilo Hollywoodense acerca de lo que el amor es y debe ser, mitos sobre la media naranja y miles de historias sobre el amor romántico en general. La verdad es que no dejo de preguntarme hasta qué punto han hecho daño los suplementos dominicales y similares. Los codependientes creen en su fuero interno que mediante su amor y sus cuidados pueden ayudar y “salvar” al necesitado. Peor aún. Creen que dichos cuidados nunca son suficientes y llegan a tal punto que se olvidan de que alguna vez ellos también existieron y fueron personas.
Realidad deformada y corrompida. Y es que queda claro que, después de todo, los ojos ven pero la mente interpreta y procesa la información cada uno a su aire.
Arrastrados por la pasión y no por la razón, esta forma de establecer relaciones con el otro es altamente peligrosa, amén del desgaste físico y emocional que les produce por toda la energía invertida en el milagro de la salvación y del amor. Los límites en la pareja empiezan distorsionados desde un primer momento y, como no puede ser de otra manera, rotos al final.
Entiendo que, como en cualquier otra adicción, el primer y más importante paso es reconocer que existe un problema. Y luego, querer arreglarlo, que eso es otra cuestión. Y es que a simple vista, puede parecer que ambas premisas van de la mano, pero puedo asegurar que no. La autojustificación impera. Pero no nos echemos las manos a la cabeza por ello. Hasta el más cuerdo se acredita y respalda a sí mismo ante el más mínimo desliz. Será que se nos olvida que somos humanos y que fallar entra dentro del mismo credo que nos salvaguarda.
La cosa se presenta cruda. La falta de autonomía propia y la ausencia de confianza en uno mismo y en la fuerza interior han hecho un buen trabajo estos últimos años. Nos jactamos de haberla abolido, pero que me aspen de nuevo si ésta no es otra forma más de esclavitud.
Nota: El artículo ha sido publicado originalmente en Saludterapia.