Hace un año, también en octubre, una pequeña de 13 años tomó la tremenda decisión de poner sin a su vida ahorcándose en el vertedero de basura de la localidad. Eso sin más no deja de ser una triste noticia aislada si no fuese porque su decisión desencadenó en el pueblo una oleada de intentos de suicidio protagonizados muchos de ellos por niños y adolescentes. Todo ello se ha convertido en un grave problema social que ha llevado al primer ministro canadiense a decretar el estado de emergencia.
En primer lugar, debemos contextualizar las circunstancias que rodean el lugar del que estamos hablando. Se trata de una localidad aislada geográfica y socialmente en la que sus habitantes viven bajo la pobreza extrema. La tasa de paro alcanza el 70% y se trata de un condado olvidado por el gobierno debido al racismo encubierto. Es un gueto que contrasta con una de las minas de diamantes más importantes de Canadá, situada a tan sólo 90 kilómetros de Attawapiskat.
Los mayores, jóvenes y niños del pueblo quedan para suicidarse. Se trata de intentos de suicidio en masa, como quien queda para tomar el café. El frío y la nieve no ayudan. Los ancianos no tienen futuro, los adultos carecen de ilusión y los jóvenes y niños no tienen esperanza. La vida ya no tiene valor para ellos, es demasiado dura, demasiado difícil.
Los niños hablan de lo que les ocurre. La mayor parte de ellos coinciden en lo mismo: No les importan a nadie, ¿qué más da seguir viviendo?
Cuando la desesperanza se va contagiando como un virus a través de todas las generaciones no hay cura. Ese sentimiento de poca valía, de poco importancia de uno mismo, de sentirse insignificante en un país rico como es Canadá produce la total y absoluta desolación. Y solo porque se es indígena.
Las comparaciones son odiosas, pero también peligrosas. Si vives en un país donde todo el mundo es pobre, lo aceptas resignadamente como algo normal. Pero si vives en uno rico, donde ves a diario como tus conciudadanos pueden disfrutar de toda clase de caprichos y tienen derecho a la esperanza, es más difícil de asimilar tu propia situación. Y poco a poco, de generación en generación, la desesperanza se convierte en un habitante más de Attawapiskat.
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