Sin embargo, parece que han perdido algo de lustre, vamos, que están hechas una porquería. Han recibido mucha caña últimamente.
Las hemos metido por caminos polvorientos, por barro, por charcos.... En fin, que lo fácil sería que se fueran directamente a la lavadora.
Pero, no, ¡groso error! Eso sería desaconsejable, ya que podríamos estropear los materiales de los que están hechas y probablemente sus tecnologías perderían muchas de sus cualidades.
¿Entonces qué? ¿Cómo las lavamos?
Las introducimos en un barreño con agua templada y les añadimos jabón neutro. Ahí las dejamos durante una media hora hasta que se reblandezca la suciedad incrustada.
Una vez transcurrido este tiempo, en el mismo barreño y con la misma agua, las frotamos con un cepillo con las cerdas suaves. No con un cepillo de esparto, ya que podríamos deshilacharlas. Hecho esto, se sacan del agua y se aclaran. Ya sea con una manguera, en la ducha o en un lavadero.
Si vemos que ya están limpias, las pondremos a secar. Aunque nunca al sol, ni junto a una fuente de calor, ya que esto podría deformarlas. Lo suyo será ponerlas a la sombra, en un lugar seco e incluso rellenarlas con papel de periódico para que absorban mejor la humedad. Las plantillas y los cordones sí pueden ser lavados a máquina, no hay ningún problema por eso.
Ahora sólo nos restará esperar a que se sequen para salir de nuevo a disfrutar haciendo kilómetros. Seguramente al verte con ellas tan relucientes correrás con más ganas porque será como tener unas zapatillas nuevas.
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