Somos generosos, solidarios, buenas personas, almas de corazón puro y unos egoístas de mierda. Somos solidarios porque nos hace sentir bien, porque nos creemos gente importante, porque nos limpia la conciencia. Somos generosos con lo que ya no queremos, con la ropa que tenemos pasada de moda, con los vaqueros de la talla 38 en los que no vamos a entrar ni ayunando tres meses. El fin de semana previo a la Navidad en el que el Banco de Alimentos organiza la recogida en supermercados, compramos un bote de garbanzos, un paquete de galletas y otro de macarrones, que depositamos con cara de haber acabado con el hambre en el mundo de un plumazo. Y hasta el año que viene, que los pobres sólo comen en Navidad.
Sé lo que me vais a decir. Hay gente que dedica su vida a ayudar a los demás. Gente que se va a África a tratar a enfermos de ébola, que se contagia y que se muere en un mundo de mierda que duda o directamente se niega a que vuelvan a su país a tratar de curarse o, al menos, a morir en paz. Gente que durante todo el año trabaja como voluntario en comedores sociales, residencias de enfermos o ancianos, en Cruz Roja, en Médicos sin Fronteras o en Cáritas. Gente que le hace la compra a los vecinos que se han quedado en paro, con tres hijos y que no saben si mañana van a comer o no. Pero yo es que estaba hablando de gente normal de la calle, no de superhéroes, que es lo que son este último grupo. Superhéroes con poderes paranormales.
A principios de diciembre, en un ejercicio de solidaridad del chino, de la limpiaconciencias (la mía, se entiende), se me ocurrió organizar en la guarde de Piruleta una recogida de juguetes para donarlos a una casa de acogida en la que viven unos 25 niños de entre 0 y 15 años, y tres o cuatro mujeres embarazadas. En mi cabeza la idea era cojonuda. Total los juguetes de niños de hasta tres años se quedan prácticamente nuevos y, en cuanto crecen, a la mayoría no les hacen ni puñetero caso y lo único que hacen es estorbar.
Dicho y hecho. Pusimos unas cajas, dos en principio, que pronto se quedaron pequeñas. Enseguida pusimos dos más. Y otras dos. Total, que nos encontramos con ocho cajas llenas de juguetes que, generosamente, los papás de la guarde habían donado.
Amigos míos, cuando empezamos a clasificar y empaquetar los juguetes, el alma se me cayó a los pies, de ahí al subsuelo y a continuación hizo un descenso al infierno para volver a mí con un cabreo propio del fruto del amor entre Van Gaal y Mourinho. ¿Pero qué mierda era eso? En general, había juguetes y juegos que estaban bastante bien, pero algunos debieron confundir las cajas de recogida de juguetes con el contenedor de basura, no encuentro otra explicación. Playmobils a los que les faltaba un brazo, muñecos con más mierda que el rabo de una vaca con diógenes, puzzles a los que les faltaban piezas, juguetes mordidos (sí, vale, son juguetes de bebés, pero chica...) coches de los chinos sin una rueda, muñecas "barbies" sin una pierna o con pelos que ni Amy Winehouse después de irse de fiesta con Kate Moss... y lo más grande, lo más fuerte que yo haya visto en los treinta y seis años que me contemplan, estén atentos, una bolsa de plástico con:
- un biberón usado sin tetina.
- una jeringuilla con aguja, de las de pinchar insulina o heparina, de esas finitas (sin usar, gracias a Dios misericordioso)
- un sobre de muestra de papilla (caducado)
- un sobre de muestra de leche de continuación (que caducaba en enero).¿Holaaaaaa? ¿Perdonaaaaa? Vamos a ver, vamos a ver. Está claro que son malos tiempos para todos. Es evidente que no vas a comprar juguetes nuevos para niños que no conoces cuando a lo mejor vas a comprar a crédito los de los tuyos porque no te queda otro remedio. Pero, ¿en serio crees que una muñeca rota es buen regalo de Reyes para una niña? ¿se merece un sonajero mordisqueado un bebé por el hecho de haber nacido donde ha nacido? ¿darías a tu hijo un coche sin una rueda para jugar? ¿para qué cojones quiere una criatura una papilla caducada?
Mira, de verdad, la mala leche que se me puso en el cuerpo me dura hasta el día de hoy, porque me planteo qué pasa por la mente de un ciudadano/a, aparentemente normal, para entregar como posible regalo de Reyes una jeringuilla. No sé, igual piensa que total, los adolescentes que viven en esa casa de acogida van a acabar drogadictos perdidos, y que le van a dar uso. Me pregunto qué lleva a un padre o madre a regalar, generosa y solidariamente, un puzzle al que le falta una o varias piezas. Bah, que se jodan, si son pobres, menos da una piedra. Otra explicación es que no se me ocurre.
Me consuela el hecho de que había juguetes que estaban muy bien, juguetes que niños que no tienen la culpa de vivir en esta mierda de mundo recibieron como el que recibe un tesoro, juguetes que hicieron que durante al menos un año más, unos cuantos niños a los que la vida ya ha jodido pero bien, sigan creyendo en la magia de la Navidad.
Pero queridos Reyes Magos, al de la jeringuilla, este año, ni carbón, por favor.
Los Reyes Magos en la casa de acogida de las Hermanas de Orden de Mª Teresa de Calcuta, en Santiago el Mayor (Murcia)