Neuromitos o falsas creencias sobre el cerebro



Desentrañaremos algunos de los numerosos mitos creados alrededor de nuestro cerebro que poco tienen que ver con lo planteado desde los claustros científicos.

Si hay algo que está de moda en los últimos tiempos es el cerebro. No tanto usarlo, sino más bien hablar de él. Desde libros hasta películas, hoy el cerebro es algo sobre lo que todos opinan. Esto tiene mucho sentido ya que es el órgano más maravilloso de todos y es correcto entonces que cada vez seamos más los que queremos saber cómo funciona.

Hoy prácticamente podemos sustituir cualquier otro órgano de nuestro organismo, ya sea mediante un trasplante, o hasta con uno construido en un laboratorio, pero esto no puede ocurrir con el cerebro. Por eso es sumamente importante para las ciencias y objeto de innumerables estudios e investigaciones en extremo complejas. Sin embargo, aún queda muchísimo por descubrir y, por ende, también son innumerables los mitos y las falsas conjeturas elaboradas alrededor de esta estructura.

Se desconoce hasta qué punto están extendidos los “neuromitos” en el imaginario colectivo, aunque se sabe cómo seducen poderosamente la intuición y cómo se extienden rápidamente en áreas específicas, por lo que erradicarlos de la conciencia popular será probablemente una tarea titánica. Al respecto, dicen los psicólogos que desmentir algo es mucho más difícil que creerlo, incluso, aportando pruebas, y, en ello, la información neurocientífica no escapa a la regla.

Veamos algunos ejemplos. En el top ten de falsas creencias está la idea de que “sólo se utiliza el 10% del cerebro”, que podría tener su origen, paradójicamente, en algo que escribió William James, considerado el padre de la Psicología en Estados Unidos. James dijo que “la mayoría de las personas solo sacan partido de una pequeña parte de su potencial intelectual”. Consecuentemente, varios autores tergiversaron sus palabras diciendo que “solo se utiliza un 10% del cerebro”. Eso se sostuvo mucho tiempo hasta que quedó confirmado a través de neuroimágenes que ninguna parte de la corteza cerebral permanece callada, y que la gran “supuesta” parte silenciosa corresponde a la corteza de asociación, la cual juega un papel esencial en la integración de las percepciones procedentes de los sentidos, las emociones y los pensamientos. El cerebro representa el 2% de nuestro peso y consume el 20% de la energía. Si se usara sólo un 10% no tendría sentido que la evolución hubiera favorecido el desarrollo de un órgano tan ineficiente.

En el puesto número dos ubicamos que “se usa un hemisferio del cerebro más que el otro”. Es ampliamente difundido que las personas lógicas y analíticas utilizan más su hemisferio izquierdo y que los creativos y artísticos usan más el derecho. Los estudios con imágenes de RNM muestran que se emplean los dos hemisferios cerebrales por igual, y que ambos trabajan juntos y coordinados. En el habla, por ejemplo, si bien las áreas del cerebro implicadas en este proceso se encuentran preferentemente en el hemisferio izquierdo, es el hemisferio derecho el encargado de otros aspectos del lenguaje, como la entonación y el énfasis, por lo tanto la coordinación entre ambos hemisferio es perfecta.

Un tercer “neuromito” dice que “el tamaño del cerebro determina la inteligencia”, dando a entender que tener un cerebro más grande hace más inteligente a una persona y eso no es cierto ya que la inteligencia no depende de la cantidad de neuronas, sino de la existencia de conexiones neuronales; exclusivamente es la plasticidad sináptica la que guarda relación con mejoras en la memoria y el aprendizaje. Si bien el cerebro ha ido mostrando un progresivo aumento del volumen no han faltado especulaciones acerca de si el tamaño importa cuando se trata de inteligencia. Según explica Javier de Felipe, investigador de la Universidad Politécnica de Madrid, que lidera el proyecto Cerebro Humano en España, las diferencias en inteligencia entre las personas no están determinadas por el tamaño de su cerebro, sino por el patrón de conexiones entre sus neuronas. Y este esquema dependería en parte de la genética, pero también de las experiencias de cada uno.

El cuarto mito sostiene que “el cerebro está inactivo en el sueño”, lo que es falso. El cerebro incluso al dormir trabaja sin descanso sintetizando hormonas, consolidando la memoria, debilitando conexiones neuronales y produciendo literalmente un auténtico “lavado de cerebro”, indispensable para estar bien despiertos y funcionar a pleno al día siguiente. Al respecto, una investigación de la Universidad de Rochester, publicada en Science, descubrió que las células del cerebro durante el sueño se “encogen” y el cerebro aprovecha para limpiar las sustancias de desecho que fueron generadas durante el día. El líquido cefalorraquídeo realiza este lavado y por ello el periodo de descanso es uno de los más necesarios del día para producir funciones que consumen mucha energía, que no se podrían realizar con una persona despierta.

Por su parte, el quinto “neuromito” a citar es el referido a que “las neuronas que no se usan se mueren”, relativamente cierto si solo se aplica para cerebros en formación. Durante el desarrollo se generan muchas más neuronas de las que efectivamente se usan y en los primeros años de vida algunas de ellas se conectarán siguiendo un plan genético determinado influenciado por el ambiente y las que no se conectaron entran en apoptosis, una especie de “suicidio celular programado”. En el adulto el mecanismo principal de cambio es la plasticidad sináptica con nuevas conexiones, y se eliminan, se refuerzan o debilitan otras. Hay evidencias que confirman que el sistema nervioso es mucho más plástico de lo que se pensaba y admiten que las redes neuronales que lo componen permanecen plásticas o modificables a lo largo toda la vida; dicha plasticidad constituye una de las adaptaciones más importantes.

“El cerebro de los viejos ya no aprende”. Esto es falso porque las conexiones neuronales son extremadamente plásticas durante toda la vida. Si bien esta plasticidad disminuye con los años, no significa que en la vejez no se aprendan cosas, sino al contrario, ya que los nuevos conocimientos son siempre un excelente ejercicio para el cerebro.

Asimismo, es infundado sostener que “escuchar música clásica nos hace más inteligentes”. Lo que se llegó a conocer como el “efecto Mozart” proviene de algunas publicaciones en donde se intentó mostrar que escuchar música clásica mejoraba el desempeño en algún test cognitivo. Sin embargo, nunca pudo demostrarse. En cambio, tocar algún instrumento sí mejora algunas funciones ejecutivas, la memoria y la atención.

“Las neuronas no se regeneran” es un neuromito” también falso, ya que se pudo demostrar la neurogénesis (el nacimiento de nuevas células) en el sistema nervioso adulto. Si bien no es algo que ocurra a gran escala, sucede preferencialmente en el hipocampohipocampo, el bulbo olfativo y el epitelio olfativo. Inclusive, recientemente se ha observado que sucede en distintas zonas de la corteza cerebral de monos.

Sostener que “las mujeres tienen un sexto sentido” es… Falso. Si bien ellas cuentan con la famosa intuición femenina que las define como criaturas esencialmente empáticas, expertas en gestualidad, escrutadoras de los estados emocionales y demás, son capaces de entender mejor ciertas situaciones que el varón porque usan la empatía para responder de manera adecuada en una situación. De este modo, ellas infieren el estado mental y los sentimientos de las personas intervinientes. Los hombres, por su parte, suelen sistematizar o descifrar la mecánica de un sistema deduciendo las reglas que lo dominan.

Que “La luna llena provoca conductas anormales” no tiene sustento científico, y a pesar de las leyendas, ningún estudio ha podido demostrar influencia en la conducta humana. Menos aun descubrir una asociación entre el periodo de luna llena y un incremento en eventos como asaltos, arrestos, suicidios, llamada a centros de ayuda, admisiones psiquiátricas y accidentes de autos. Eric Chudler, quien se ha encargado de compilar una larga lista de investigaciones sobre el tema, afirma que “gran parte de los datos muestran que no hay una asociación entre la fase lunar y algún tipo de conducta anormal”.

También es falso decir que “el alcohol mata las neuronas”, ya que las neuronas no mueren por exposición al alcohol. No obstante, por su efecto cambian el funcionamiento y las conexiones. Como el alcohol actúa sobre distintos tipos de receptores neuronales, también modifican las comunicaciones neuronales produciendo déficit cognitivo. Está ampliamente demostrado que la exposición al alcohol en ciertas etapas del desarrollo cerebral puede provocar retraso mental y cuadros muy complejos como el Síndrome Fetal Alcohólico.

Es frecuente escuchar que “el cerebro trabaja como una computadora”, aunque es otra falsedad. A diferencia de una PC el cerebro nunca es el mismo y, por lo tanto, tiene historia. Los procesadores hacen una sola operación a la vez, mientras que nuestro equipo interno puede hacer muchas al mismo tiempo, usando diferentes estructuras simultáneamente. En una computadora la memoria tiene un lugar asignado en el disco duro, mientras que en el cerebro está guardada en muchos sitios a la vez.

Otros “neuromitos” nos quedaron en el tintero: “el cerebro humano es muy distinto al de otros animales”; “el cerebro representa una realidad objetiva”; “cada función cerebral activa sólo una parte del órgano”; “el cerebro de las mujeres es inferior para las matemáticas”; “se puede agujerear con el consumo de drogas”; “30 segundos después de una decapitación el cerebro sigue funcionando”; “el daño cerebral es siempre permanente” y muchos otros que ampliaremos en próximos artículos.

A modo de resumen: los “neuromitos” son ideas falsas que han florecido tanto en la cultura popular y en ciertos lugares académicos” de lenta destrucción por dos motivos: por un lado están protegidos por conceptos científicos complejos y, por el otro, por el hecho de que las pruebas se esconden en publicaciones que tienen discutido lenguaje técnico. Finalmente, también ocurre que no puede haber ninguna prueba directa para testear tales ideas, simplemente, porque el mito es incontrastable.

A menudo son utilizados para justificar la ineficacia de una investigación neurocientifica, con distorsiones y sesgos del hecho científico, con ideas erróneas generadas por una mala comprensión o una mala interpretación de los resultados, para ser utilizados, desafortunadamente, en otros contextos o para determinados fines.

Fuente: Asociación Educar

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