Tras intercambiar una serie de emails con él y ver la manera en la que estaba afrontando esta ruptura supe que su experiencia podía ayudar a muchas personas así que le pedí que compartiera su historia con todos nosotros.
Sin más preámbulo te dejo con las palabras de Miguel.
Hola,
Si estás leyendo estas líneas es que has llegado a Psicorumbo buscando una manera de aliviar tu inmenso dolor por tu ruptura sentimental.
Yo estoy pasando por lo mismo que tú.
Hace 16 días, mi pareja desde los últimos 3 años se sentó conmigo en el sofá y me dijo que lo nuestro había terminado.
Mi primer impulso fue salir corriendo de casa, dando tumbos por los pasillos y derrumbarme en la calle.
Ella me convenció de volver a casa y, una vez allí, me caí sobre mis rodillas, comencé a llorar y no podía parar de gritar.
Simplemente estaba aterrorizado porque pensé que mi mundo se había derrumbado por completo.
Han pasado 16 días y ahora mismo estoy sonriendo, sereno y calmado. Sé que anhelas parar ese sufrimiento que no te deja ni respirar.
No te voy a engañar en lo más mínimo, pues yo también estoy teniendo altibajos, pero sería totalmente injusto negar que también estoy teniendo algunos momentos de plenitud.
Supongo que quieres saber cómo lo estoy consiguiendo, porque es lo mismo que quieres conseguir tú.
Los primeros días me invadía tanto el dolor que me volqué en cuerpo y alma por descrifrar qué pasos debía de tomar para salir adelante.
Mi intuición me dijo que estaba sufriendo tanto por negar la realidad: mi novia, mi
querida, mi amada… ya no formaba parte de mi vida.
Nadie me preguntó mi opinión, simplemente fue lo que pasó.
Vi claramente dos opciones: aferrarme a su recuerdo o dejarla ir. Ambos enfoques estaban luchando en mi interior.
El primero me ofrecía mirar sus redes sociales para saber más sobre cómo lo estaba viviendo ella, me hacía recordar con dolor todos esos abrazos en la cama, todas esas muestras de amor y todas aquellas promesas de envejecer juntos.
Te lo aseguro: eso duele. Descubrí que la mejor forma de no sufrir era asimilar que ya no estaba, que jamás volvería a besarla, que nunca más volvería a acariciarme la mejilla con ternura y decirme “te quiero”.
No obstante, entender que esto es así sólo fue el primer paso, después debía interiorizarlo.
Aún quedaba en mí una parte que, astutamente, pensaba que la haría volver hasta mí. Le escribí varias veces, intentando entender cómo pasamos del “juntos para siempre” a… esto. No obtuve las respuestas que necesitaba, pero sí entendí que no necesitaba entenderlo, sino asumirlo.
Durante los primeros días me he rodeado de amigos y familiares que me hacían compañía. Lo cierto es que me daba pánico irme a la cama y encontrarme solo en ella, por lo que retrasaba más y más la hora de irme a dormir.
En el que fue nuestro hogar, cada olor, cada objeto y cada espacio me recordaba su pérdida y aquello me desgarraba por dentro. Dolía tanto que me vi obligado a transformar ese dolor en otra cosa, en movimiento.
Salir más a la calle, contactar desesperadamente con todas las personas que alguna vez me importaron. Buscaba aprender de las experiencias de los demás, buscaba entender.
La familia y los amigos son un excelente apoyo, te lo aseguro.
Aunque parezca algo lastimoso, me planteé objetivos pequeños. ¿Cuándo tendré el primer día sin llorar por ella? Lo conseguí al cuarto día.
¿Cuánto tiempo más pasaría hasta que dejase de tener miedo de irme a la cama yo solo? Lo conseguí al sexto día.
Y seguí poniéndome metas, una detrás de otra: ser capaz de hacerme cargo de las labores domésticas, al undécimo día.
Intenté no plantearme cosas como quién sería mi próximo amor o cuánto tiempo tardaría en sentirme feliz. Lo único que sabía era que cada pasito que daba, aliviaba un poco mi dolor.
He reflexionado tanto para escapar de ese dolor tan intenso, que he comprendido que mi felicidad no está en otra persona o en una situación. Mi felicidad está dentro de mí y puedo acceder a ella siempre que me dé permiso.
Puedo disfrutar de las olas de la playa, si cuando estoy en la playa rechazo los pensamientos de dolor, pérdida y amargura, y simplemente estoy viviendo el presente.
Una vez entendido esto, comprendí que ya no necesitaba entender por qué decidió romper conmigo, qué fue lo que salió mal o qué podría haber hecho para evitarlo.
Hay mucha paz en el pensamiento de que, lo que pasó, pasó.
En estos días he sentido que yo fui el único culpable de que nuestra relación no funcionase. También la he intentado odiar con todas mis fuerzas por no haber luchado por lo nuestro.
He pasado por la etapa de la empatía, en la que he sabido olvidarme de mí mismo y ser capaz de ver lo que ella sentía también.
Creo que fue a partir del decimocuarto día que me había desligado de todas las emociones que me brindaban su compañía y sus gestos de amor. Sin embargo, no podía evitar sentir un vacío enorme que no sabía con qué llenar.
Intenté llenarlo con alcohol y descubrí que, a pesar de que en el momento surtía efecto, a la mañana siguiente me levantaba el doble de mal.
Lo intenté sacando a pasear a mi perro durante casi todo el día y tampoco funcionó.
Descubrí que lo importante no era a qué dedicase mi tiempo libre, lo único que de verdad marcó la diferencia fue mi actitud.
Me obligué a sacar al menos una conclusión positiva de cada una de las actividades que realizaba.
Me costó hacerlo, no tenía ganas de hacerlo, pero lo hice igualmente.
Hoy, 16 días después de la ruptura y yendo pasito a pasito, puedo decir con orgullo que he sido capaz de sonreír, de pasármelo bien, de tener las fuerzas suficientes como para animar a otras personas con sus problemas.
Sé que estoy lejos de estar recuperado, no me engaño a mí mismo. Pero cuando echo la vista atrás y veo la suma de todos los pequeños pasos que he dado cada día, no puedo sino asombrarme de la enorme capacidad que tiene el ser humano de curarse a sí mismo.
Si en 16 días he logrado todo esto, ¿de cuánto más seré capaz dentro de otros 16 días?
Evidentemente siento un vacío que necesito llenar. Sé que intentar llenarlo con otra persona es un error, porque ese vacío está realmente dentro de mí.
Lo que necesito hacer es estar bien conmigo mismo, esté solo o acompañado.
La necesidad es el mejor maestro, y a mí me está enseñando algunos hobbies que jamás pudiera haber pensado que serían para mí.
He desempolvado mi guitarra eléctrica y, a pesar de que no toco muy bien, estoy concentrado en
ella a diario y me estoy ilusionando porque quizá después de esto aprenda a tocar muchas hermosas melodías en mi solitario piso.
Supongo que lo que quiero decir es que esta ruptura me ha impulsado para crecer como persona.
Ahora soy capaz de creer que he empleado todo este tiempo en llorar por haber dejado de ser oruga, en vez de maravillarme por haberme convertido en mariposa.
A ratos, sólo a ratos, me observo a mí mismo tocando y tengo la sensación de que todo está en su sitio y todo está bien.
Día 17: ya no tengo miedo.
¡Ahora es tu turno!
¿Qué te ha parecido el artículo? ¿Has pasado alguna vez o estás pasando por una ruputra amorosa y quieres compartir tu experiencia con nosotros?
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