El inconsciente tiene cuatro características fundamentales que favorecen su utilidad y son las siguientes:
Para el inconsciente, simbólico y real son equivalentes
Para el cerebro, imaginar es un acto similar a llevarlo a cabo. De hecho, se activan las mismas partes del cerebro recordando que fantaseando. Esta técnica se utiliza en el deporte de alta competición.
Hasta los 3 años (y con menos intensidad hasta los 7), el niño está conectado a la wifi inconsciente del clan familiar, es decir, sabe lo que su linaje piensa, siente y hace pero lo percibe de forma distorsionada, subjetiva y egocéntrica. Es dramático pero la mayoría de los bloqueos y síntomas que tenemos están provocados por algo que no ha existido salvo en la mente del niño (por una percepción irreal) y luego en la vida adulta repetimos el mismo patrón y creamos consecuencias.
Por ejemplo, si el padre se siente frustrado y con ira por su vida, el niño pensará que es hacia él, lo interiorizará y, lo peor de todo, se culpabilizará. De adulto, puede repetir ese escenario en un trabajo donde el jefe no le trata bien.
Las personas que presuntamente nos hacen daño de mayores no nos lo infligen por algo personal sino porque se comportan así con todo el mundo. Si lo permitimos es porque no hemos aprendido a poner límites y vibramos desde la culpa (normalmente innecesaria).
En definitiva, somos víctimas de nuestra percepción distorsionada de la realidad en la infancia y atraemos esos escenarios de manera insconsciente en la edad adulta.
Por lo tanto, revivir esos momentos y comprender cómo ocurrieron y para qué, nos liberará de las creencias establecidas de niños y de vivir en un mundo irreal.
Para el inconsciente, el Otro no existe
El criarnos en ambientes donde abundaban “los no dichos”, los secretos, las mentiras o simplemente ser cuidados por personas desconectadas de sus emociones reales, favorece que de niños rechacemos nuestra intuición para evitar el estrés de la información que recibimos. El bebé absorbe y se identifica con su entorno hasta los tres años porque carece de identidad, de Ego y de la capacidad de poner límites. Y hasta casi los 6 años, apenas recordamos la niñez. En ese periodo de edad es cuando más emocionales y más indefensos nos sentimos. Lo poco de lo que nos acordamos es de escenas inconexas que no sabemos muy bien de dónde proceden (“Me lo contó mi madre”; “Lo soñé” o “Lo vi en una foto”). Las memorias de esa etapa son aparentemente inaccesibles a nuestra consciencia pero están ahí.
¿Por qué sucede esto? Se cree que es porque nacemos con una capacidad de regeneración de neuronas muy alta que dificulta que el hipocampo almacene información. Poco a poco se va reduciendo el ritmo de producción de neuronas lo que hace que seamos capaces de consolidar los recuerdos de edades posteriores.
¿Cómo se traduce esto en nuestra edad adulta? Constantemente hablamos de nosotros mismos cuando nos referimos a los demás y nos proyectamos a través de nuestros gustos u opiniones, de la misma manera que cualquier objeto proyecta una sombra. En muchas ocasiones, ponemos a la luz datos de nosotros mismos que desconocemos. De hecho, normalmente las personas que nos rodean ven con más facilidad lo que uno no ve de sí mismo porque suele ser lo que no aceptamos de nosotros mismos o lo que nos causa dolor. Siempre habrá algo desconocido porque según nos transformamos y evolucionamos cambia nuestra sombra.
De lo que no nos damos cuenta es que lo que no admitimos de nosotros mismos realmente tiene una utilidad, sirve para algo. En el fondo, el planteamiento adecuado sería reconocer que aún no hemos aprendido a usarlo de una manera adecuada; lo que verdaderamente nos ocasiona conflicto es el miedo al error o al fracaso ante lo desconocido porque creemos que podemos ser rechazados. Si admitiéramos nuestro derecho a equivocarnos, reduciríamos el estrés que nos ocasiona enfrentarnos ante nueva información (nuevos patrones de comportamiento, nuevas creencias, etc).
Así, si mis compañeros de trabajo no protestan ante una situación injusta, yo tampoco lo hago para no desentonar y aguanto. Pero después critico a mi vecina porque no pone límites cuando su marido le ridiculiza en público. ¿Cuál es la diferencia?
El inconsciente no juzga
Imagina que tienes dentro un niño de tres años que está decidiendo tu vida. Él no entiende de moral, de lo que está bien o está mal. Reconoce cómo renuncias a tu individualidad con el objetivo último de estar integrado en el grupo.
¿De dónde nace esta necesidad? Tenemos una memoria filogenética (como especie) donde sentirse protegido por el grupo en el pasado era evolutivo y nos permitía sobrevivir física y emocionalmente (regido por el 1º y 2º chakra) pero ahora retrasa nuestro desarrollo. Requerimos individualizarnos (activar el 3º chakra), es decir, ser diferentes a nuestro linaje.
El inconsciente es atemporal
Cuando se guardan los recuerdos se agrupan por temas no por el orden en el que se produjeron y son fácilmente modificables. Ahí es donde toma fuerza la eficacia de la Terapia Regresiva.
¿Cómo se produce el almacenamiento? Se entrelazan las redes de memoria perceptiva (que fija lo que ve), memoria semántica (que permite identificar lo que ocurre), la memoria emocional (que guarda las emociones generadas) y la memoria episódica (que permite contextuar el hecho). En este proceso, guardamos con más nitidez lo que mayor intensidad de emoción nos produce. Normalmente el detalle del contexto suele ser producto de nuestra imaginación. Los recuerdos positivos resisten más el paso del tiempo que los negativos y los hechos negativos provocan un impacto en el hipocampo que reducen su volumen.
¿Y cómo se recupera? El hipocampo es quien reunifica las diferentes partes del recuerdo. Es quien recompone de manera dinámica la puesta en escena.
¿Y cómo olvidamos? Olvidar consiste en deteriorar las sinapsis o conexiones a las neuronas para no tener acceso a la información que éstas guardan. Aún así, nuestro inconsciente tiene en cuenta esta información en la toma de decisiones.
¿Por qué conviene recrear los recuerdos? Nos apoyamos en los recuerdos para formar nuestra identidad. Por eso es una actitud práctica e inteligente guardar datos que nos sean útiles y que supongan un recurso fiable para la toma de decisiones futuras. Si revivimos una escena con visceralidad y vemos el aprendizaje que lleva consigo esa situación, nos generará sorpresa y el cerebro producirá dopamina, un estímulo agradable de recompensa que ayuda a fijar la nueva información y a crear una nueva reconexión de neuronas.
El regalo de descodificar nuestra infancia o nuestro inconsciente es la evolución, sentirnos más plenos y tener más herramientas para adaptarnos a la vida, y, sobre todo, el descubrimiento de la capacidad de co-crear la realidad.